La farmacia

¿El motivo? Me asedia una especie de idiotismo neuroquímico, cebado en culpas gratuitas y desérticas… en culpas groseras pero hirientes, como las garras de una fiera.

Tengo la cabeza hecha un casino, bares incluidos. Si me fuera dado explorar los entresijos de mi propia mente, a buen seguro me encontraría ante algo muy parecido a un lienzo inabarcable, algebraico, entre impresionista y daliniano y repellado de cubismo. Con abadías de neón en tres dimensiones. Y buitres al acecho de los débiles. Y ratas pícaras y obesas. Y ríos verticales.

La verosimilitud de su gama cromática sería directamente proporcional al realismo sucio de la Nueva York que me coloniza y me empieza a torturar desde mis grietas, que son también las de esta urbe. Los anillos del Hades, ya lo hemos visto, asumen varias formas según la historia personal del torturado. Y mi inframundo tiene contornos de imperio con fronteras biopolíticas.

La Psiquiatría llama a esto depresión, y lo trata con miligramos de alegría sintética para que los sesos se dejen de melindres, muchas gracias. El gran inconveniente es ver el cuerpo propio convertido en pipeta de laboratorio, en espera de la dosis apropiada, del componente milagroso, de la máscara correcta. Y luego, la ruina… La inestabilidad. La decadencia. La reducción de la estructura corpórea a su fisiología funcional, desde el paisaje de una colcha en la que aún no brotan tulipanes.

Hace poco más de una década, una cuadrilla de integristas del Profeta tomó por asalto y desde el aire la poca libertad que le quedaba a esta ciudad, y, por extensión, a este país. Ya nada sería lo mismo desde el geminado colapso de un par de rascacielos, sobre el ripio de los cuales se comienza a divisar otro exorbitante desafío a la Ley de la Gravedad. La recurrente metáfora del Fénix ya no es ni siquiera un tropo: es un dedo medio elevado y los otros cuatro retraídos. A tal irreverencia ante la vida aspira este zombi que te escribe, amiga.

Guatemala, Carmen, es feliz porque te tiene. A la babilónica Manhattan, en cambio, le son claramente indiferentes mi respiración y mi estadía, y así es mejor. La fortaleza de esta isla consiste en una sinergia irrenunciable que aún no logro comprender, pero que viene producida por una cotidiana federación de voluntades invisibles. Nadie parece conocer a su vecino, mas todos colaboran a fin de que el molino de la economía no deje de girar bajo estaciones de metro y carretas de hamburguesas.

Crisis: oportunidad para alzarse una vez más. La recesión exhibe signos de querer despedirse de esta latitud, aunque sabe que su aguijón no resultó demasiado efectivo debido a cierta inmunidad con sabor a gran manzana. Sin embargo, presiento que el connubio sáfico entre la crisis y mi crisis tendrá que proseguir hasta que la farmacia las separe; y yo serviré como el adulterio de ambas, mientras visite al divino Rimbaud hasta su temporada en el Infierno y me repita que no es conveniente despedirse todavía de este plano.

Nietzsche dijo de Dante ser una hiena que aúlla en los sepulcros. Hablaba en verdad de mi retrato.

Un abrazo flagelado,

Ramón