Cuando contaba con todo el respaldo social para aplicar correctivos y contribuir a superar las taras del sistema, simplemente se acobardó y se atrincheró en la casona de la zona 2, a la cual llegaron luego las candidatas y los candidatos, incluso aquellos y aquellas con graves señalamientos, a recoger sus credenciales.
Moviéndose cual enorme galápago, la instancia responsable de velar por el desarrollo de los comicios —y con ello de garantizar que los grupos que participan cumplan con la ley— se convirtió en cómplice de los resultados, los cuales están a la vista y han llevado a que, cuando al fin, más de dos meses después de los sufragios, dieran el resultado de las votaciones para diputados, haya 16 congresistas que no podrán asumir el 14 de enero.
Esta decisión no garantiza la salida definitiva de dichas personas, sino que suspende por el momento su juramentación en tanto se resuelve su situación jurídica. Ante la falta de las y los titulares, miembros de los partidos más cuestionados por su accionar ilegal, asumirán las personas que seguían en la lista propuesta.
Y allí llega el trago amargo. Por el momento quedan fuera las chorchas mayores y asumen sin respingo las chorchas medianas e incluso, en algunos casos, otros clones de las mayores. Es como si lloviera sobre mojado. De esa suerte, esta disposición tardía del TSE no es, ni por asomo, una depuración del Congreso ni mucho menos del sistema de partidos políticos.
Estas franquicias son responsables de presentar candidaturas para ocupar los cargos de elección popular, es decir, Presidencia y Congreso. Luego, quienes ocupan estas posiciones tienen el poder para designar a otras autoridades en el Organismo Judicial, en el Ministerio Público, en el sistema de recaudación fiscal o en la Contraloría General de Cuentas.
Por lo tanto, es en el sistema de partidos políticos donde hay que introducir correctivos, una tarea en la cual el TSE fue incapaz de dar la talla. Con la lista presentada esta semana no se resuelve el problema de fondo. La depuración no pasa por impedir que asuman unos corruptos y permitir que los sustituyan otros.
La depuración significa asegurar el funcionamiento adecuado y apegado a derecho de los partidos convertidos en franquicia, una posibilidad que se le presentó al TSE durante la crisis y ante la cual se negó a cumplir con su deber. Pudo haber suspendido a los partidos violadores de la ley. Tenía los elementos y las herramientas para hacerlo. Contaba con el respaldo social. Sin embargo, dejó pasar la oportunidad de oro y se apoltronó en su sillón a ver pasar la tormenta.
La crisis generada por el comportamiento antiético y corrupto de los partidos políticos está a la vista. Ese sistema anquilosado no da para más. De las franquicias supuestamente mayoritarias, un expresidente y su segunda están en prisión y aguardan proceso por corruptos, en tanto otros exfuncionarios les hacen compañía y otros viven escondidos con la soga al cuello. El otro, perdedor formal de la presidencia, también ha quedado sin algunos titulares en el Legislativo.
Mientras tanto, las chorchas sobrevivientes utilizan el poder que ostentan para negociar bajo la mesa los contenidos del proyecto de presupuesto y blindar con cambios ridículos las prebendas de que gozan. A tal grado que se esfuerzan por hacer inviables las reformas necesarias para el cambio. Pero tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe, dicen las abuelitas, y más temprano que tarde, por las vías que la sociedad encuentre, llegarán los cambios que de verdad depuren el sistema.
Más de este autor