Estoy con otros destacados profesionales de cuatro países de Centroamérica, con quienes intentamos encontrar las claves que expliquen el éxito o el fracaso de las iniciativas de incidencia y cambio político. Uno de ellos es un destacado analista guatemalteco, reconocido por su capacidad de análisis estratégico: el muy conocido Édgar Gutiérrez.
Esquemáticamente, toda acción de cambio comienza con una causa y un objetivo estratégico que se quiere alcanzar, que pasan por diversas herramientas como el mapa de actores, la ponderación de la correlación de fuerzas y la construcción de escenarios, de manera que se planifica la acción. El primer error estratégico, según Gutiérrez, es dar por sentada la causa, además de que en el mapa de actores no nos ubiquemos nosotros mismos como un actor más en el análisis. Retrospectivamente, ese fue el error más grande de quienes impulsamos el año pasado la Reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP).
El primer error fue pensar que la causa era la reforma electoral como un todo. Una causa debe ser concreta, comunicable, tangible. La reforma a la LEPP podría haberse dividido, conceptualmente hablando, en al menos unas 100 causas diferentes: cuotas, listas, distritos, financiamiento, fortalecimiento del TSE, comités cívicos, etc.
Dependiendo de cómo aterrizamos la reforma a la LEPP como una causa —identificando el aspecto concreto más relevante—, así se define un cuadro diferente de nosotros (los que impulsamos esa causa particular), de ellos (los opositores) y de los otros (los aliados o enemigos no movilizados y los actores neutros).
De ese error estratégico surge un problema práctico: a la hora de convocar a las acciones de incidencia, el cuadro de apoyo y oposición siempre es negativo. Hay más cohesión en la oposición que en los posibles aliados que acuerpen la batalla. Es la explicación concreta de por qué en 20 años de intentos de reforma la LEPP ha avanzado muy poco en su objetivo de democratizar la democracia.
Por el contrario, los enemigos de la democracia saben identificar, del conjunto de objetivos concretos de la LEPP, cuál es el que genera mayor oposición. En el caso de la LEPP, la discusión se centró estratégicamente en la paridad y la alternancia, que dividió a quienes impulsaban la reforma y unificó a todos (la mayoría) los que implícita o explícitamente se oponen a tal cambio.
Una estrategia adicional es hacer creer que cada causa es responsabilidad de cada actor directamente beneficiado con el cambio. Así, la lucha de mujeres es de mujeres, la de jóvenes es de jóvenes, la de pueblos indígenas es de pueblos indígenas, etc. Bien dice el adagio: «Divide y vencerás».
Por el contrario, la causa #RenunciaYa contaba con un objetivo concreto y un enemigo en común a vencer: la corrupción. El resultado ya es de todos conocido.
Una mala lectura del momento nos hizo perder la oportunidad de impulsar una reforma electoral en el período en que se desarrolló, de abril a septiembre del año pasado. La falta de claridad estratégica nos dividió en muchos actores que tenían, cada uno, una causa y una bandera diferente, pese a que el discurso decía lo contrario. A menos que no tengamos la claridad estratégica necesaria, seguiremos contando con una LEPP deficiente y poco democrática. Seguiremos ahogándonos en la orilla.
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