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La estrategia de poner límites al Estado

La academia constituye un poder. Construye una realidad y construye un sentido. En la práctica, desde lo comunitario, se hace una crítica directa a la interpretación del trabajo desde la lucha de clases, como algo abstracto y que produce valor.
El sistema de gobierno indígena existe por el trabajo de las mujeres. El reto de los compañeros hombres y mujeres es entender este proceso. No se puede sostener un sistema de gobierno, una lucha de cambio, cuando la mitad de los que participan está oprimida.
Gladys Tzul Tzul se especializa en analizar los sistemas de gobierno indígena que existen en Guatemala, sus relaciones de poder, y la pugna que se da entre las formas de gobiernos locales y la autoridad del Estado.
Gladys Tzul se define como deconstructivista, posestructuralista, foucaultiana, feminista del AbyaYala, crítica de las formas estatales.
Tzul Tzul se ha vuelto crítica y polémica al cuestionar frontalmente la configuración machista de las tradiciones comunitarias.
Los intereses de Gladys Tzul Tzul han ido encaminados a dar luz sobre los sistemas de dominación, los históricos y los actuales.
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La estrategia de poner límites al Estado

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Gladys Tzul asegura ser descendiente directa de Atanasio Tzul. Junto a otros cientos, pertenece a la sexta generación de este linaje que vive en el cantón Paquí, en Totonicapán. Conoció un sentido distinto de política, “una colectiva y comunitaria, y no una liberal en la que existe un ciudadano individual, que está representado y que está aparentemente protegido por el Estado”. Es una de las pocas académicas de Latinoamérica que se especializa en analizar los sistemas de gobierno indígena que existen en Guatemala, sus relaciones de poder, y la pugna que se da entre las formas de gobiernos locales y la autoridad del Estado.

“Generalmente el Estado quiere administrar sujetos individuales. Y la respuesta que se da desde lo comunal siempre es colectiva. El Estado liberal, y sus formas de gobierno, no saben cómo reaccionar ante ello, porque nunca ha querido reconocer ni respetar e incluir otras maneras de hacer política. Al menos admitir que siempre han estado allí”, advierte Tzul.

Entre sus influencias hay nombres como el de Silvia Federici, Francesca Gargallo, Rita Segato, Andrés Guerrero, Edgar Esquit, Aura Cumes. Todos ellos, explica, han servido para organizar la experiencia de vida y llevarlo al campo de la crítica política. Gladys Elizabeth Tzul Tzul ha publicado ensayos sobre la organización comunitaria ante el Estado en varias revistas académicas de Chile, México y Alemania.

Con una maestría en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos realizada en la universidad Alberto Hurtado, en Chile, Gladys Tzul ha seguido los pasos de Michel Foucault para llegar a un acercamiento crítico de las dinámicas del poder, la negación de éste, o el desarrollo de un poder microscópico, capilar, que no es para nada el poder político ni de los aparatos del Estado ni el de una clase privilegiada, sino el conjunto de pequeños poderes e instituciones situadas en otro nivel.

“No existe un poder; en la sociedad se dan múltiples relaciones de autoridad situadas en distintos niveles, apoyándose mutuamente y manifestándose de manera sutil”, escribió Foucault.

Gladys Tzul aterrizó estos conceptos en su tesis publicada en Chile bajo el título de Configuración Política y Poder Comunitario en Sociedades Maya Kich'es. Así se ha vuelto crítica y polémica al cuestionar frontalmente la configuración machista de las tradiciones comunitarias. También punzante ante los conceptos de clase, marxistas, que ella considera caducos,y que defienden algunos académicos. Sus intereses, no obstante, como doctora en sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, han ido encaminados a dar luz sobre los sistemas de dominación, los históricos y los actuales.

Remarca que para entender estos sistemas de dominación y poder, primero es fundamental reconocer al territorio como una relación social:

–El motor de la historia de los pueblos indígenas en América Latina es la lucha por el territorio. Eso es algo que le ha costado comprender a la academia tradicional. Si vamos examinando, a lo largo de la historia, las sublevaciones de los pueblos que hubo en la colonia, en el momento liberal, en el momento actual, siempre han sido por la defensa del territorio. No sólo por la defensa sino por la pujanza de tener la soberanía y el autogobierno sobre los territorios.

¿Es esa la misma lucha de decidir por sí mismos? ¿Es posible en la forma en que está constituido el Estado de Guatemala?

–Esta es una pregunta que merece una respuesta histórica. La de ver cómo se fueron cercenando las jurisdicciones territoriales. Finalmente nosotros asistimos a una forma territorial del Estado republicano, que estableció municipios y departamentos, y que desestructuró los territorios previos al momento de la colonia. Y aun así, la gente nunca se movió automáticamente; quedó algo marcado, un recuerdo potente. La relación social que no iba a desaparecer sólo porque el Estado delimitara los territorios de un modo diferente.

¿Esa autodeterminación natural que no cabe en el Estado moderno es la que tampoco cabe en la academia?

–Hay una corriente académica, casi hegemónica, desde los años 60 y 70, de la interpretación de lo indígena que tienen formas propias de gobierno sobre un territorio: es visto desde la perspectiva del campesinado. Se dio así un esfuerzo de establecer a los pueblos indígenas dentro de un marco de usos, costumbres y tradiciones. Fue hecho con mucha falta de respeto pues implica no lograr imaginar que es posible hacer política desde los pueblos indígenas. El trabajo comunal, el ejercicio de la autoridad, no es una costumbre, tampoco una tradición. Desde la mirada Michel Foucault, en la práctica,se entiende que estas formas de trabajo y servicio comunitario están fuera de una producción mercantil, remunerada. Pero fue estudiado desde varios flancos. Por un lado la corriente teórica que piensa en el campesinado. La corriente teórica-política-jurídica que piensa a los pueblos indígenas como comunidades que trabajan a partir de tradiciones, usos y costumbres. Y también aquella otra corriente que piensa a las sociedades indígenas como utópicas, perfectas y equilibradas. Desde luego no es así. Aquí mismo en Totonicapán la configuración política del sistema de gobierno local no está libre de tensiones. Todo ello impide ver la complejidad del poder local. Silvia Federici señala que este tipo de trabajo no es ni natural ni prepolítico, es resultado de una amplia elaboración estratégica de pensar sobre cómo se hacen las cosas. Cómo se sobrevive colectivamente.

La mirada, entonces, se ha establecido únicamente a la luz de la lucha de clases…

–La academia constituye un poder. Construye una realidad y construye un sentido. En la práctica, desde lo comunitario, se hace una crítica directa a la interpretación del trabajo desde la lucha de clases, como algo abstracto y que produce valor. Las jornadas de trabajo comunitarias no tienen una remuneración, no producen un valor, sino que apuntalan la colectividad. Esa complejidad todavía no se aborda porque no hemos podido separarnos de la noción política liberal. La política liberal lo convierte todo en sector. Tampoco se resuelve introduciendo una variable étnica. Pero yo creo que nuestra política es una lucha no necesariamente estadocéntrica. En algún momento se precisa del Estado, pero no significa que el Estado sea el centro de nuestras preocupaciones. Al final de cuentas, la preocupación de un sistema de gobierno comunal es el resguardo de su territorio. El establecimiento de este trabajo.

La narrativa confrontada

Gladys Tzul recuerda que en el cantón Paquí, en Totonicapán, la independencia de Guatemala se celebra cada septiembre de modo distinto a los tradicionales festejos de la mayor parte del país. “Aquí no hay festejo en memoria del acta de independencia el 15 de septiembre. No. La celebración se centra en recordar el día 12, la rebeldía, la desobediencia del abuelo Atanasio Tzul ante el pago de los impuestos de la corona española y su lucha por la expulsión de los criollos que se arrogaron la independencia”.

La pugna entre los gobiernos locales y el Estado liberal, según Tzul, también se debate en lo narrativo, en la historia, en la memoria. El campo de acción que estimula el imaginario colectivo. “Es una confrontación pues hay oposición a lo imperativo del patriotismo histórico. Se convirtió en algo más que festivo y se ha vuelto político. Un espacio político y estratégico. En el cantón (Paqui), la escuela es la representación más puntual del Estado moderno. Sobre ese lugar, hay una estatua de Atanasio Tzul mucho más alta que el edificio de la escuela”.

–¿La comunidad se encarga de este proceso de memoria histórica?

No ha sido de modo deliberado o condicionado. Es nuestra memoria. Las formas estatales tienen un premeditado objetivo de hacer olvidar lo que han significado las luchas por el territorio. Hay un proyecto hegemónico que es forzado, y es natural que haya una resistencia. Si no fuera así, la hegemonía no tendría por qué existir. No tendría sentido imponerla.

–¿Los sistemas de gobierno indígena sobrevivieron a la historia, al conflicto armado interno, a la paz?

Yo creo que establecieron una estrategia de sobrevivencia ante la guerra, así como ante cualquier punto de inflexión histórico que acontecía. Al hacer repaso sobre lo que sucedió,por ejemplo, cuando vino la guerra, cuando se acercaron los actores que peleaban, lo primero que sucedió fue realizar discusiones comunitarias. Decidir qué hacer en colectivo. Al final de cuentas, para ambos bandos, los indígenas valíamos madres. En Totonicapán se discutió seriamente que no estábamos ni con la derecha ni con la izquierda, pero evaluamos que era el ejército el que tenía el poder para venir a matarnos. Se hizo una utilización estratégica del ejército desde lo comunitario, en el sentido de protección. Fue una manera de encarar una política liberal en situación de guerra.

–En ese sentido, eran los pueblos indígenas otra parte activa de la guerra, no una población entre dos fuegos.

De nuevo hay que buscar una salida histórica como respuesta. Uno puede revisar todos los motines y sublevaciones que se han establecido en el tiempo, y la táctica nunca ha sido tomar partido. Lo que sucede en el tiempo de la guerra es que se acentúa la presencia de dos enemigos. Así se construían dinámicas cotidianas con ambos bandos. Más que un enfrentamiento entre dos fuegos, hay un establecimiento de conflictos contra los dos fuegos, no permanentemente, y van cobrando forma en tanto dura la guerra.

Es imposible ver a los sistemas de gobierno indígena como víctimas. La historiografía guatemalteca ha cometido el error de colocar como sujeto a los pueblos solamente si se incorporaban o no a la guerrilla, o al ejército. Esta forma historiográfica tiene en su centro la idea de la conciencia. Claro que había conciencia de lucha, pero había una distancia puesto que las luchas que se proponían eran pensadas desde la perspectiva urbana, desde la necesidad de la clase media y capitalina. No desde lo indígena. Y también es una perspectiva historiográfica que no toma en cuenta que hay una realidad a la cual se enfrentaron las comunidades, que hay hijos muriendo por desnutrición, por enfermedades. Resulta una forma irrespetuosa el pensar la historia como si únicamente a través de la ideología se pueden cambiar las cosas.

–Si no entiendo mal, la tesis es que los sistemas de gobierno indígena, en esencia, en su lucha, no cuentan con una ideología.

En sí, creo que no hay un proyecto ideológico como tal. Creo que lo que lo que se ha dado son voluntades colectivas por luchas concretas. Hay un metabolismo político que no está ligado por la ideología.El problema de la ideología es que la lucha se pierde en la promesa, en la utopía. Y la lucha se pierde por alcanzar o cumplir la promesa de la ideología. Somos sujetos de la historia aun si la lucha se pelea diferente.

–Los acuerdos de paz, no obstante, fueron firmados por dos actores.

Los acuerdos de paz son liberales en el más estricto sentido. Desde que se piensa en dos fuerzas: la izquierda y la derecha. Y en sí liberales puesto que parece que sólo es un convenio orquestado por el banco mundial.

Algo primordial de entender en los acuerdos de paz es la trampa que se colocó sobre los territorios. El tema de la tierra fue planteado como un mercado. Se dispuso que el problema de la tierra se resolviera a través de fideicomisos. Es decir, la compra y la venta de tierras, sin llegar a la comprensión de los territorios comunales. Se desconocieron, por ejemplo, todos los procesos políticos y sociales locales, y en lugar de ello el pensamiento liberal dio luz verde para establecer cooperativas, ONGs, lo técnico-monetario que establecía el único mecanismo de acceso a la tierra. Allí se cerró, con la firma de la paz, el candado de la expropiación de lo comunal. Y se abrió la puerta para los desalojos. Quedó establecido también que la tierra es para la productividad y no para el auto sustento.

–¿Qué decir de cierta participación que se abrió desde figuras como los Concejos Comunitarios de Desarrollo y los Consejos Municipales de Desarrollo, o también, alguna tolerancia desde el Fondo de Desarrollo Indígena Guatemalteco (Fodigua), la Defensoría de la Mujer Indígena (DEMI) y la Comisión Presidencial Contra la Discriminación y el Racismo (Codisra)?

Esta modernización del Estado, la descentralización del Estado es una concesión bastante maliciosa. Si no lo leemos desde los sistemas de gobierno y nos creemos la ficción de que el Estado nos organiza, aparece este sistema de concejos de desarrollo como una concesión democrática y como un gran logro. Pero si se lee desde los sistemas de gobierno indígena los Codedes y Comudes son una negación directa de la autoridad local.

En tanto lo otro, se debe a que en los 90 aparece la tendencia de las políticas multiculturales. El centro sigue siendo el Estado que intenta, de nuevo, como en la colonia, administrar culturas.

Límites al Estado

Gladys Tzul se define como deconstructivista, posestructuralista, foucaultiana, feminista del AbyaYala, crítica de las formas estatales. Y también, por ello: ¿una amenaza a la tradición, a la comunidad?

El sábado 26 de octubre de 2013, tan sólo una semana antes de que Gladys Tzul diera un seminario en su comunidad, corrió el rumor en Paquí, que ella había sido asesinada y pronto llegaría su cadáver. Era, primero, un rumor, luego una amenaza, una intimidación.

–¿Para quién podría representar un peligro sus posturas?

Lo que no quieren es que se hable de la tierra comunal, que se siga fomentando el sentido crítico sobre el territorio comunal. Amenaza quizás para los que quieren seguir viendo a Totonicapán como una encomienda de la época colonial, a los que quieren seguir gobernando desde el sistema liberal, individualista.

–¿Qué hacer entonces ante el Estado liberal?

El Estado más allá del contrato social es leviatanesco. Se dedica a controlar, a vigilar y castigar. A brindar seguridad. El Estado es como dios, y no vamos a decir que no podemos criticarlo. Pero nuestra lucha política, como sistemas de gobierno indígena, debe ser encaminada en poner límites al Estado. Es el Estado que quiere seguir regulando la vida, desde el mercado, desde la negación de otras formas de hacer política. Por eso, en su afán de una nación única, los pueblos indígenas se resaltan únicamente desde su valor de identidad. Los sistemas de gobierno funcionan poniendo límites al Estado. Así como las mujeres también hemos podido plantar límites, límites en lo representativo, en lo colectivo. Vengo de una corriente teórica que se encuentra en construcción. Se llama “entramados de lo comunitario y formas de lo político”. En lo comunitario, lo que se establece es que nada funciona aisladamente sino que está supeditado a una trama local, una global y una internacional. En estas tramasse tiene la posibilidad de decidir sobre lo que se negocia y lo que no. Por otro lado, las formas de lo político, se refiere al desprendimiento de la idea liberal de la política.

–¿Es posible liberar a los sistemas de gobierno indígena del machismo estructural con el que han funcionado?

Estas dificultades del orden simbólico masculino operan y funcionan y permanentemente van negando no sólo la participación y la representatividad. Es un orden simbólico que se fundamenta en el trabajo, desde el trabajo simbólico que realizan las mujeres y que es usufructuado por los varones. Todo el trabajo del cuido de la siembra, de los hijos, mucho del trabajo comunal lo hacen las mujeres. Ese trabajo es el que crea un ambiente de estabilidad para todos en casa. Así trabajan todas las mujeres en todas las familias en todas las comunidades. El sistema de gobierno indígena existe por el trabajo de las mujeres. El reto de los compañeros hombres y mujeres es entender este proceso. No se puede sostener un sistema de gobierno, una lucha de cambio, cuando la mitad de los que participan está oprimida. No se puede pensar eso. Silvia Federice le llama el trabajo afectivo, porque no es reconocido como trabajo, y sin embargo sostiene todo el entramado comunitario.

–Es la suya una noción feminista de lo comunitario?

El feminismo liberal tampoco lo resuelve. Hay mucha discusión sobre este tema. Muchas mujeres indígenas no quieren llamarse feministas porque dicen que es una palabra occidental, y eso lo respeto completamente. Antes de feminismo lo que sucede en las comunidades es un “hacer entre mujeres”. Es una política, según Raquel Gutiérrez, en femenino, que se preocupa de la organización de la vida íntima y colectiva. De la reproducción del trabajo que se entiende como la sobrevivencia comunitaria. Y todo esto va más allá del uso que ha hecho el Estado sobre la identidad de las mujeres. Hoy hay un proceso político de ver el mundo desde las mujeres, mujeres mam, ixiles, kakchiqueles, kiche’, que se contrapone a la expropiación cultural que se hace, por ejemplo, de los güipiles. El Estado y muchos sectores de poder presenta a la mujer indígena como su rostro, la utiliza, la folcloriza, le quita valor político y hasta la criminaliza. El feminismo como un “hacer desde las mujeres” refuta estas condiciones.

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