Dicen Justo y Heini que, en un lugar como este, a mayor lucidez sobre lo que acontece y su complejidad, mayor es la impotencia que te embarga y mayores las ganas de salir corriendo. Sobre todo cuando tenés conciencia de la insignificancia de este paisito en el mundo. Esa insignificancia que determina en parte que el curso de nuestra historia siga la tonada que marcan los directores de la orquesta. —No somos nada, muchá. —¿Tendrá qué reventar la bestia de una vez por todas, para que pase algo? —A veces pareciera que sí. —¡Pero eso cuesta vidas! Y las vidas las pone siempre la misma trinchera… —¿Y nosotros qué? ¿Permanecemos inmutables o habrá aún algo efectivo que podamos hacer?
En este reino de la violencia, la represión, la corrupción institucionalizada, la desconfianza y un largo etcétera de lastres históricos, aparentemente cada vez más difíciles de trascender para las generaciones a cargo de la toma de decisiones, un llamado al “relevo generacional” y a “pasar la estafeta a los jóvenes” se pone de moda en el discurso público como una necesidad urgente. Un eslogan muy coqueto y pegajoso.
No es raro encontrar esa trillada consigna en los discursos que ofrecen producir algún tipo de cambio: desde campañas políticas de candidatos como Manuel Baldizón o Alejandro Sinibaldi, quienes se promocionan como “la generación del cambio” o “la nueva generación” (aunque su discurso, su actuar y su manera de mercadearse sea de auténticos dinosaurios), hasta episodios como el triunfo de la selección Sub-20 que llevará a Guatemala a un Mundial de futbol y que se atribuye al relevo generacional, por ser protagonizado por jóvenes que han inyectado endorfinas a este pueblo futbolero sediento de alegría; pasando por el Cacif, que en su reciente propuesta “2012, Nuevo Principio” con la que los empresarios del país proponen salir al paso de nuestros males, hablan de jóvenes líderes y de la necesidad del cambio generacional.
Me gustaría saber lo que tienen en mente todos estos personajes al referirse a la juventud, a los nuevos liderazgos, al relevo generacional. Si relevar significa reemplazar a otra persona en la actividad que lleva a cabo, ¿estarán pensando en los jóvenes como reproductores autómatas de lo mismo que se ha venido haciendo, como cajas de resonancia de los mismos discursos? (Cuando escribo esto, pienso inevitablemente en las “bases juveniles” de los partidos políticos) ¿Qué significa el relevo generacional en esta realidad concreta? ¿Bastará reemplazar a la generación anterior para que todo, “por gracia de la juventud”, se transforme para bien? ¿Y los jóvenes, estarán resignados a protagonizar la reproducción de lo mismo, como si fueran repuestos de piezas de una máquina cualquiera? ¿Se tragarán el cuento de la imitación o estarán dispuestos a ejercer el criterio propio? Porque lo que pasa hoy se debe a una particular manera de construir país y de construir mundo, que debe ser criticada y repensada. No simplemente a que quienes lo han hecho han envejecido. Por eso dudo que trasladar la estafeta sea suficiente y que la responsabilidad del futuro sea exclusiva de los jóvenes o de los viejos. Los problemas del mundo deberían descifrarse y asumirse en complicidad intergeneracional.
Gaby Carrera escribió en este medio el pasado lunes —citando a Stéphane Hessel, autor del libro ¡Indígnense! (Indignez-vous!)— sobre la capacidad de indignación como recurso para evitar normalizar la indiferencia como moral aceptable. Me gustaría pensar que la indignación puede dar un certero golpe de lucidez para formar criterio propio y actuar, ante la facilidad del sistema para canalizar ese tipo de inquietudes a través de la caridad. En todo caso, Hessel tiene 93 años y no pierde la esperanza. En el Grupo Intergeneracional también he aprendido que la indignación, el ejercicio del propio criterio y la sincera preocupación por entender antes, para luego transformar esto que hay, no tienen edad. Habrá que creer, como diría Pedro Guerra.
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