Náufragos de tierra arrasada, de tierra atrasada, desnutrida, árida. Ríos subterráneos de lágrimas que afloran de vez en vez en las paradas de los buses, en los libramientos derrumbados, en los cerros deforestados, en las calles vacías de gritos no reivindicados.
Asoman algunos grafitis solitarios, risas de otros tiempos de niños en patineta atrás del palacio verde olivo, cautivos ejes de carretas con fruta casi pasada, madurada lentamente al humo de las camionetas.
Esperas los días del calendario engañando al futuro. No, llegar al Viernes Santo no es una meta, pagar la tarjeta no es el sentido de tu vida, voltear a ver a otro lado cuando te ofrecen dulces sucios en cajas sucias de niños sucios no es la vida que te enseñaron en el tercer grado, aunque se parezca mucho.
Aislado de amigos y de conocidos, me da vergüenza verlos, por mí y por ellos. Esperaban mucho y no me inmolé como monje tibetano a lo bonzo. Soy apenas un eyaculador precoz de noticias de ultramar, activista tercermundista de cuatro gatos que me leen. Qué me creo. Qué te crees. Regresamos a nuestro reducto en posición fetal, esperando el aborto puntual de las cuatro de la mañana, cuando, rodeado de horas y horas de arriates con flores tristes que verás desde la ventanilla, pienses en playas lejanas, en montes verdes de revistas evangélicas que te prometen mundos de paz a cambio de tus puños, de tu voz, de tu mirada retadora. Te dirán desde los púlpitos, con una oferta que no podrás rechazar, que no pienses en los grafitis de calles vacías como las de hace cuatro párrafos, veinte líneas y siete palabas.
[frasepzp1]
Solo queda la posverdad como reina de los tiempos nuevos, de la imagen del Facebook, de la cadena de WhatsApp. Solo nos queda el peluquín naranja del infantiloide líder de los estados del norte, los agresivos discursos de todos los presidentes llamando a la rebelión militar, represivos maderos en las cabezas, mientras hordas de militantes sin esperanza se agarran de la sangre que brota en las calles del mundo desde sus televisores para defender el orden impuesto de las cosas, de las casas de apuestas, de los Inditex, de los mercados y sus colonos.
¿Qué nos queda sin esperanza? Rendirnos ante ellos, odiar al otro, alzar grandes muros en nuestras fronteras, en nuestras casas, en nuestras conciencias, para que no se escapen o no lleguen los sucios desheredados, los que todavía están peor que nosotros. Perros salvajes peleando por la carne podrida que nos dejan. Apocalipsis now, sin helicópteros salvadores. Somos los que nos quedamos en tierra viendo a los generales, a los CEO y a sus ujieres huir y reír mientras nos ahogamos abrazando a nuestros hijos. Nos vemos y los vemos.
Soy culpable. Acepto mis cargos. Doy testimonio de maldad, de cinismo, de pereza, de soberbia. Quiero reducir mi pena a la mitad, a un cuarto, a la nada absoluta, a la sinesperanza como nirvana guatemalteco. Gurú renacido en el pasillo de la muerte. Ya me quemarán. Ya me lincharán. Me ofrezco ateo al dios con minúsculas.
Ellos, al igual que nosotros, no tienen esperanza, pero tienen certezas absolutas, imperiosas, despóticas, pesadas, de que todo seguirá igual. Y nosotros lo sabemos también.
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