Valga para ello referirnos a una situación que si bien es elemental, resulta de vital importancia a la hora de interpretar los hechos. Sucede que hace algún tiempo en nuestro país se difundieron de manera soslayada los resultados a nivel nacional de los graduandos del año 2013. ¿Por qué tan poca propaganda?, cabría preguntarnos. ¿Por qué ni las autoridades ni los medios de comunicación le dieron la cobertura que tal información merece? Las estadísticas muestran que de cada 100 estudiantes, solo ocho ganaron la prueba numérica, y 26 la de lectura. En resumen y con un lenguaje simplificado, los jóvenes de nuestro país no pueden leer bien ni realizar operaciones matemáticas básicas.
¿Cuáles serían entonces las causas de dichos resultados? Hay varias posibles respuestas, ninguna excluyente de la otra, sino más bien, están relacionadas entre sí de tal manera que conforman el cuadro de la realidad no sólo en el tema educativo, sino en lo que concierne al desarrollo de nuestro país en general.
La primera, y probablemente más grave de las dificultades en este sentido, es la desigual situación económica en que vivimos los guatemaltecos y que, sin más, se traduce en la calidad alimenticia que reciben los niños desde su nacimiento hasta los cinco años. Según estudios, es en esta etapa cuando las neuronas desarrollan y potencializan sus funciones; por lo que si la alimentación no es la adecuada en esta temprana edad, prácticamente nunca más podrán remediarse los efectos que la desnutrición provoque. ¿Cuántos de estos casi 140 mil graduandos del año pasado crecieron con una alimentación deficiente en sus primeros años? ¿Cuántos de la presente y futuras generaciones seguirán teniendo este problema?
Porque en realidad veo con enorme frustración, que en lugar de mejorar en el aspecto alimenticio y de cobertura de los servicios, el país en cada nuevo análisis ha retrocedido o, en el mejor de los casos, se ha estancado. Recuerdo que cuando realicé la práctica docente para obtener el título como Maestra de Educación Primaria Urbana, la llevé a cabo en una escuela de la zona 1 de la capital. En ese entonces la refacción escolar, por ejemplo, consistía en un vaso de Incaparina y una galleta. Me consta que algunos estudiantes asistían porque ésta era su única comida al día. Al respecto, hace unas semanas en Prensa Libre se publicó que el gasto por la refacción escolar equivale a un quetzal con 11 centavos diarios por alumno, lo que demuestra que con suerte los niños pueden comer hoy lo mismo que hace 30 años. Por supuesto, de esta situación casi no se habla pues a muchos no les conviene y evaden el tema, porque si en Guatemala se evaluaran constantemente las causas de la pobreza, estos sectores tarde o temprano tendrían que rendir cuentas. ¿Qué ha pasado con el dinero de las donaciones, de los préstamos y de los impuestos generados? ¿Qué papel juegan en este tema quienes a lo largo de décadas han ostentado el poder político y social, y además han manejado el dinero en el país?
Mientras Guatemala no fue más que una productiva finca en manos de unos cuantos nacionales y extranjeros, el problema educativo se circunscribía al aula y los métodos didácticos empleados para unas minorías con acceso a la educación formal. Pero cuando el hambre, la miseria, la falta de recursos económicos empiezan a manifestarse como ahora, con estos resultados devastadores y vergonzosos, es imposible continuar con los mismos esquemas. Es necesario que por fin dejemos nuestra apatía e indiferencia, ya no hagamos caso a las múltiples cortinas de humo con que pretenden ocultarnos los problemas, y empecemos a ver cómo podemos revertir esta situación que por el momento no se prevé mejore ni a corto, mediano o largo plazo.
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