Se busca con ello, entre otros, garantizar los derechos de las niñas a una educación integral y mejorar sus posibilidades a futuro para romper con el ciclo de la pobreza. La educación sigue siendo uno de los principales ecualizadores de oportunidades y generadores de movilidad social. Y si además, el tipo de instrucción es de calidad, laica, participativa, colaborativa y crítica, es un aliciente ideal para la formación de ciudadanas responsables con su entorno local y global.
Leo la entrevista que Plaza Pública realizó de la joven lideresa de los 48 Cantones, Carmen Tacam. La escucho dirigirse tan elocuentemente a los periodistas en Casa Presidencial, la tarde en que el presidente Otto Pérez Molina la recibiera a regañadientes mientras que la barbarie militar de Alaska ocurría, e intuyo que para las élites conservadoras urbanas, una joven así subvierte los esquemas de sumisión y conformismo esperado del tipo de educación tradicional que debieran recibir las mujeres indígenas en Guatemala.
Esta joven abogada quiché no llega ni a los 30 y es la primera mujer presidente de los 48 Cantones. Apenas llevaba un año en su mandato cuando le tocó encabezar la delegación que iría a mediar con el Presidente en la ciudad capital por demandas legítimas de esa población que, como la de otras comunidades, han sido desatendidas o pospuestas. Y es que su papel y el de sus colegas de los Cantones no es solo mediar en los conflictos. Su agenda también incluye formar liderazgo en las mujeres y en los jóvenes. Confían en que aunque no todos tienen una educación formal, pueden aprender sobre leyes, reglamentos y derechos para tener un posicionamiento político, social y hasta jurídico. El estilo de liderazgo de Tacam no es el de la imposición: “no doy órdenes, solo delego”, dice ella.
Vaya contraste con la educación y cultura de liderazgo verticales que amamantan a los varones, y que tienden a reproducir sistemáticamente las mujeres. En un país de arraigado racismo, donde la autoridad patriarcal es moneda corriente, y la violencia y el castigo priman frente al diálogo, se comprende por qué el Gobierno y las cúpulas conservadoras disputan y seguirán disputando el derecho a la manifestación pacífica -sea esto bloqueando la locomoción de particulares, sobre todo cuando los ponentes son renovados actores políticos indígenas educados, incluso liderados por mujeres como en el caso de Carmen Tacam.
Lo contradictorio de todo esto, es que cualquier agenda de desarrollo, particularmente la proveniente de la empresa privada, hace hincapié sobre la necesidad de “empoderar” económicamente a las mujeres. Pero hasta allí llega la noble misión para insertarlas dentro de los mercados: hacerlas trabajadoras eficientes y consumidoras -con bajos salarios y escasa educación, preferentemente, pero no necesariamente ciudadanas con poder de organización y de veto.
En otra latitud, vemos también la afrenta que representó la niña pakistaní de 14 años, Malala Yousafzai a un poder patriarcal todavía más obtuso. Como sabemos, en un hecho tan repudiable como lo de Toto, Malala fue gravemente herida de bala por talibanes por su defensa a la escolarización de las niñas. Desde los 11 años, Malala mantenía un blog en el que relataba su experiencia bajo los talibanes y el cierre de las escuelas femeninas como parte de la interpretación fundamentalista del islam por parte de estos cavernícolas.
Me identifico con los mensajes de las Carmen Tacam y Malala del mundo. Mi gran privilegio a lo largo de la vida es haber obtenido una educación todavía prohibida para muchas, ofreciéndome oportunidades y herramientas para pensar y pensarme independientemente de dogmas y modelos prevalecientes, y amar la libertad. Desafortunadamente, ni siquiera por consideraciones económicas o estratégicas (ya no digamos morales), este derecho humano es universal ni lo suficientemente prioritario en las agendas de gobierno. Y al exigir la expansión de este y otros derechos, ninguna niña o mujer debiera pagar por ello con su vida ni el vejamen de su integridad.
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