Según la Organización Mundial de la Salud (advierto que no es muy fácil de entender este asunto), un síndrome es «un conjunto de síntomas y signos conocidos que pueden aparecer juntos, aunque con un origen o etiología de origen desconocido. A su vez, estos síntomas pueden determinar un trastorno específico. No obstante, en psicología y psiquiatría se puede referir también a un cuadro relacionado con una reacción psíquica ante una situación vital. Por ejemplo, el síndrome de Estocolmo…».
Nada que ver entonces con el significado actual de sambenito, que implica una adjetivación al mejor estilo de la Inquisición. Un sambenito implica endosar culpa, estigma, señalamiento, calificación, y puede implicar peligro de vida.
Traigo a colación estas diferencias —entre síndrome y sambenito— porque hace cuatro días un amigo de infancia me preguntó si acaso yo padecía del «síndrome de la izquierda». Al preguntarle la razón, me respondió que había leído mi último artículo publicado en Plaza Pública y que le había parecido muy izquierdista. Se trata de Guatemala: último reducto de las oligarquías criollas. Cuando argumenté en vía contraria, nada lo hizo entrar en razón. Le expliqué que no se trataba de derechas ni de izquierdas, sino de historia al vivo, pero él porfió en su decir. Lo simpático del caso es que, cuando le pregunté acerca del origen histórico y político de los términos derecha e izquierda, me respondió: «Yo no sé. Yo solo repito lo que decía mi papá». Así, tal cual.
Recordé entonces aquellas terribles décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, cuando en nombre del anticomunismo (y de la crasa ignorancia) se cometieron crímenes inconcebibles e incomprensibles. Y que se sabe que fueron ciertos porque muchos testimonios se escuchan de labios que no tienen razón alguna para mentir.
Ayer, como hoy, el caldo de cultivo fueron los organismos de justicia disminuidos, el irrespeto de los derechos humanos, el incumplimiento de la ley y ciertas conductas aberrantes cuya basa es la ausencia del conocimiento.
Hoy, como ayer, esa iterativa presencia de la ignorancia está sentando reales. Pero en el trasfondo está la huella de los titiriteros, los que manejan a los ignorantes a su sabor y antojo.
Hoy hablar de justicia es izquierdismo. Argüir acerca de la necesidad de un salario digno es comunismo. Establecer diferencias entre el costo de la canasta básica vital y los ingresos económicos de las personas es socialismo aberrante. Y sobresale en ello, a ojos vistas, ese síndrome al que habría de ponérsele nombre (porque no lo tiene), cuyos síntomas y signos psicológicos consisten en el vil arrastramiento, la adulación y la defensa sistemática de lo indefendible. Verbigracia, el valor de los lentes y el costo de otros gastos personales de nuestro presidente. A mí me gustaría llamarlo el síndrome de los medio mudos.
Más allá de la diferencia entre síndrome y sambenito (que, supongo, quedó clara, precisa y concisa), no quiero dejar de mencionar el cuidado que debe tenerse, especialmente por parte de los jóvenes, para no caer en el embeleco de los aprovechados. Hoy, como nunca, hay mucha juventud queriendo hacer política honesta y sana. Ojo: cuidado con los cantos de sirena de otro tipo de titiriteros. Me refiero a fracasados políticos que, al amparo de falsos academicismos, pretenden subirse a su barco. Son las mismas personas que como ratas saltarán al menor atisbo de tormenta. Al entendido, por señas, diría mi abuela materna.
Consciente soy de que el contenido del párrafo anterior está fuera de contexto del artículo, pero ante ciertas premuras (tiempos, vivencias y experiencias) consideré oportuno ponerlo en el tapete.
Hasta la próxima semana si Dios y las condiciones del país nos lo permiten.
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