Ramonet, director de la edición en español de Le Monde Diplomatique, expone su preocupación por el futuro de la zona euro, y denuncia esa realidad con la que los países del Primer Mundo se han encontrado de repente: el poder no lo ejercen más los ciudadanos ni los gobiernos. Los mercados, y los especuladores financieros, parecen haber concentrado todo para sí y han reemplazado a las instituciones. La auditoria ciudadana sobre el desempeño de los gobiernos ha sido reemplazada por las calificadoras de riesgo. El marco de derechos sociales se restringe por los recortes, se aumentan los impuestos, y aún así, nada contiene a la crisis.
Para citar un ejemplo, la victoria de Rajoy en España, con una mayoría absoluta en el Parlamento, fue bienvenida con una caída en picada de la bolsa, y un incremento en la tasa de riesgo de la deuda española. Al día siguiente de haber ganado las elecciones, los mercados ya enviaban al PP, una señal del mismo “nerviosismo” que ha acompañado a la gestión del PSOE.
En Grecia, escenario privilegiado de la crisis de la deuda pública, 16 millones de personas se encuentran ahora mismo sin cobertura de seguros de desempleo ni de la seguridad social, y básicamente sobreviven de sus ahorros –si los tienen– mientras un impuesto extraordinario a la propiedad se cobra a través de las planillas de la energía eléctrica.
Del otro lado del Atlántico, la pobreza alcanza cifras récord en los Estados Unidos. En septiembre de este año se reportaron 46.2 millones de pobres, y 50 millones de personas sin cobertura de la seguridad social, mientras la tasa de desempleo continua cerca del 9%. Al mismo tiempo, el esfuerzo de la administración Obama para que los ricos en ese país paguen al menos los mismos impuestos que la clase media, –Tasa Buffet–, ha sido objeto de una oposición cerrada de la mayoría republicana y del Tea Party, que hace unos meses, casi lleva a paralizar la actividad del gobierno, exigiéndole reducir el déficit fiscal.
Desde 2008, hemos visto cómo la gestión de los gobiernos del Primer Mundo ha privilegiado el rescate de las instituciones financieras, con dinero de sus contribuyentes, mientras el empleo se hundía y ningún CEO resultaba culpable de la quiebra de los bancos que administraban. A finales de 2010, se empezó a hablar de recuperación, sin que las cifras de desempleo se hubieran reducido. En 2011 se habla de recortes y nuevos impuestos, mientras el desempleo vuelve a dispararse.
Ramonet se pregunta qué pasará cuando nada sea suficiente “cuando los sacrificios no hayan puesto fin a la situación de crisis”. Y no es el único que hace estos cuestionamientos: Paul B. Farrel, columnista de Wall Street Journal sostiene que si los ricos no pagan impuestos, se enfrentarán a una revolución. Warren Buffet, el tercer hombre más rico del planeta, sostiene que los ricos en los Estados Unidos podrían pagar más, y que están acomodados a un Congreso que conoce de cerca a las grandes fortunas. Estas son voces de medios conservadores.
¿Necesitamos más señales para entender que algo no funciona bien? La avaricia de los mercados y los especuladores no debe reemplazar al estado de derecho. El llamado de Juan Somavia, director de la OIT, en la pasada Conferencia Internacional del Trabajo, apelando a la justicia social como una herramienta para enfrentar la crisis va haciendo mayor sentido, pero no necesariamente ganando fuerza.
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