Como en la crónica de una crisis anunciada, los números de contagiados y muertos diarios por la pandemia del coronavirus van en aumento y no se vislumbra una verdadera estrategia gubernamental para revertirlos. En cada oportunidad, la sociedad guatemalteca demuestra lo poco preparada que está para mantener la disciplina de cuidados sanitarios. Ello, ante la indiferencia o la incapacidad de las autoridades de reforzar las medidas que podrían prevenir más contagios. Por su parte, los ciudadanos guatemaltecos han demostrado una vez más lo voluntaristas y poco cuidadosos que son, ya que las calles siguen repletas de personas que van de forma descuidada, sin guardar ni el distanciamiento mínimo sugerido y sin cubrirse la boca y la nariz con una mascarilla protectora.
Para agravar este cuadro, las actuales autoridades gubernamentales tampoco se han destacado por su capacidad de gestión de las vacunas que podrían disminuir esa curva creciente de contagios y de muertos. Guatemala sigue siendo uno de los países con menor número de vacunados en el continente, superada en el área por prácticamente todos los países, excepto Honduras y Nicaragua (este último con cifras muy similares a las nuestras), lo cual nos hace ver francamente mal.
La clave de esta descomunal incapacidad del Gobierno guatemalteco está primordialmente en su nefasta negociación con los representantes del Gobierno ruso: sin un plan concreto de entregas, sin un mecanismo efectivo que pudiera preservar los intereses nacionales por encima de los foráneos y con un millonario pago inicial que se desembolsó sin prácticamente ninguna garantía de que tales vacunas iban a ser entregadas de forma rápida y expedita. Al ritmo en que se están entregando, el oferente tardaría más de diez años en finalizar la entrega, lo cual habla muy mal de la habilidad negociadora de las autoridades nacionales.
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Lo peor de todo, sin embargo, no es ni la demostrada incapacidad gubernamental de proveer un plan efectivo de vacunación ni la amplia indisciplina ciudadana en temas sanitarios. Lo peor es que ha salido a luz la peor de todas las actitudes en tiempos de crisis: la insolidaridad y la indiferencia de la mayoría. La actitud predominante ha sido la de recurrir cada quien a sus propios medios para vacunarse y buscar superar la enfermedad en caso de contagio, en un afán incomprensible de garantizar cada quien su propio bienestar, lo cual ya habla mucho del grado de crisis y de descomposición social que vivimos en Guatemala, especialmente cuando se confirma que los únicos que están realmente felices con la crisis son los proveedores de medicamentos y los negociantes de la salud, a quienes les ha venido de perlas tanto sufrimiento social. Los hospitales, lejos de buscar soluciones solidarias, han aprovechado al máximo el sufrimiento de los guatemaltecos y ahora cobran tarifas crecientes en cada servicio que brindan, en un macabro negocio que seguramente los está enriqueciendo aún más a costa del sufrimiento de la mayoría. Por eso se especula que el fallido plan de vacunación gubernamental solamente pretende sentar las bases para que los voraces empresarios puedan vender el servicio de vacunación, ya que parece que amplios sectores de la población están dispuestos a pagar por el servicio.
Cuando pienso en este egoísmo, en esta marcada indiferencia y en esta tendencia a que cada uno se salve como pueda, confirmo ampliamente por qué la metáfora que más nos caracteriza es la de la olla de cangrejos: en vez de apoyarnos entre nosotros, cada quien anda en busca de progresar y pasa por encima de los demás. Por eso la otra metáfora que nos describe perfectamente como sociedad es la del gallinero: los de arriba hacen lo que quieran con los de abajo en una pirámide descendente de abuso, indiferencia y prepotencia.
El contraste notable han sido las autoridades mexicanas, especialmente del otro lado de la frontera con Guatemala. En Chiapas, el personal de salud se ha caracterizado por su solidaridad y empatía, de manera que no ha dejado desamparado a ningún connacional que ha acudido a vacunarse: una muestra de solidaridad que está lejos de materializarse en nuestra sociedad, tan marcada por el individualismo y por la falta de empatía con el dolor y el sufrimiento de los demás.
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