Un rápido vistazo a los implicados en todos los casos de corrupción y toma del Estado de 2015 para acá apunta a una camarilla de varones que refleja la actual representación del poder, pues aproximadamente solo el 14 % de las diputaciones al Congreso, el 2.4 % de las alcaldías y el 20 % de los ministerios de Estado son ocupados por mujeres.
En los casos de alto impacto investigados por la Cicig y el MP, a excepción de la exvicepresidenta Roxana Baldetti, los principales instigadores, responsables, hechores, cómplices y demás achichincles de la corrupción política son primordialmente hombres, mientras que sus patrocinadores clave son hombres de tez clara, fiel reflejo de la composición actual de las cámaras aglutinadas en el Cacif y cuyas fotos nunca dejan mentir.
Así, cuando la semana pasada se destapó una de las prácticas más consabidas pero nunca sancionadas de la fauna política guatemalteca, esa manía de las élites empresariales no de financiar cívicamente, sino de patrocinar de forma opaca su negocio partidista (cual tienda, marca comercial o franquicia, más ajustada a sus intereses económicos), la opinión pública no se dejó engañar tan fácilmente con los clamores de que había que aceptar las «disculpas pedidas» (sic) por los representantes de los principales consorcios económicos del país.
Casi de «heroico» calificaron algunas personas el hecho de que, a sabiendas de que obraron ilegalmente, los potentados señores del país se presentaron frente al tercer estado para declarar un mea culpa gremial. Alguno les habrá recomendado que vertieran lágrimas para hacerlo más creíble, pero quizá en un último momento se retractaron porque, ojo, ser un hombre vulnerable en este país machista no es bien visto. Una cosa es tratar de darle atol con el dedo a la gente y otra hacer el ridículo porque «¿qué dirá la prensa?». De hecho, no dijeron nada porque no ofrecieron tiempo para preguntas y respuestas. Dicho de paso, fueron dos mujeres las que dieron la cara. Porque, sin una eficiente investigación de la Cicig y del MP, quizá este caso no habría contado con la colaboración de Paulina Paiz y de Olga Méndez.
Aunque esos 7.1 millones de quetzales ofrecidos de forma dizque anónima «solo» habrían servido para pagar mesas de fiscales durante las elecciones pasadas —como no cesan de repetir otros—, lo heroico habría sido que estos señoritos rompieran filas, objetaran su esprit de corps gremial y se retractaran ante este tipo de negocio al que estaban accediendo voluntariamente, sin coerción alguna. Pero son demasiado adictivas las usanzas impunes que otorga el poder. Allanarle el camino presidencial a alguien que, a los ojos de una ciudadanía hastiada de políticos tradicionales, lucía como un outsider bonachón era una buena estrategia para granjearse otro tipo de favores como parte de la caja de herramientas de la política rancia.
Lo heroico habría sido que dicho monto, que para ellos apenas representa cinco centavos en su voluminosa billetera, se hubiera traducido en mejoras dignas en las condiciones de trabajo de los empleados y las empleadas de sus empresas y en preservar el tan amenazado medio ambiente del país.
De emocional, no apegada a la razón, calificaban otros la indignación general. Pero ¿de qué otra forma podía calificarse? ¿Había alguna diferencia en la intencionalidad de los hechos respecto a la de Pérez y Baldetti? Claro que no. Ah, salvo el pedigrí social, obviamente. Pero de ninguna forma la indignación tuvo sabor a venganza. Algunos siguen confundiendo venganza con justicia.
Hasta ahora, la justificación contra una reforma tributaria progresiva por parte de las élites económicas ha sido que no existen certeza jurídica, transparencia ni garantía de que los impuestos por su «laborioso y honrado» trabajo van a ser invertidos «decentemente» en programas sociales, en infraestructura y en otros bienes públicos que el país necesita para salir adelante.
Esperemos que este nuevo y vergonzoso capítulo del rescate del Estado guatemalteco nos muestre que, mientras las élites políticas y económicas sigan impulsando un sistema económico extractivo salvaje, cuyo modus operandi siga siendo la captura del Estado con prácticas consuetudinarias de corruptela, clientelismo y compadrazgos, el rostro femenino del verdadero país que ninguno ve se sigue deteriorando a causa de su principal mal: el de las desigualdades.
Otra razón para —además de todo lo demás— velar también por la democratización interna de los partidos políticos.
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