En el libro Freakonomics (2005), de los economistas Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner, los autores nos hablan del meollo del problema: la forma en que se van creando incentivos perversos para que aparezca la variedad de engaños que solo buscan burlar las reglas establecidas y ofrecer una ventaja deshonesta a quienes logran encontrar la trampa, escondida en el corazón de la norma escrita. Esta tendencia es tan universal, dicen los autores, que lo que describen es una suerte de juego del gato y el ratón: la eterna búsqueda que tienen los actores oportunistas en una sociedad por burlar, de una u otra forma, las reglas institucionales para colocarse en ventaja sobre el resto de actores y hacerse con el poder, con recursos o con privilegios.
Desde hace muchos años, los vacíos y las contradicciones de la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) permitieron con su inconsistencia, primero lentamente y luego de forma acelerada, que los partidos ganadores en las contiendas electorales de los años 1995, 1999, 2003, 2007 y 2011 fueran precisamente aquellos que primero habían salido a hacer campaña anticipada. De hecho, hay ya una lógica perversa que impulsa el crecimiento de los cuantiosos recursos que se invierten en propaganda electoral que se podría sintetizar en la siguiente frase: «Dime cuánto inviertes en campaña electoral y qué tan temprano sales a hacer campaña anticipada, y te diré qué probabilidades reales tienes de ganar».
Por supuesto, gasto de campaña y tiempo de esta no son sinónimo de triunfo inmediato, como ocurrió con Alejandro Sinibaldi y Manuel Baldizón en las elecciones pasadas, pero la lógica del le toca asegura que, una vez que el candidato llega a cierto puesto —el segundo lugar de la elección presidencial—, el imaginario colectivo le otorgue muchas posibilidades de acceder al círculo del poder, tal como ocurrió inexorablemente con Alfonso Portillo (1999), Óscar Berger(2003), Álvaro Colom (2007) y Otto Pérez Molina (2011).
Esta parafernalia electoral también se alimenta de los millonarios gastos de propaganda del Gobierno, que solamente esconden una solapada campaña anticipada para posicionar al ungido candidato oficialista, destinado a evitar el predecible descalabro del partido en el Gobierno. Ocurrió con Efraín Ríos Montt en el 2003, con Alejandro Giammattei en el 2007, con Sandra Torres en el 2011 y ahora con Alejandro Sinibaldi en el 2015.
Mientras no cambien estos incentivos perversos, los medios de comunicación, los analistas y demás actores de la sociedad seguirán vociferando por un cambio que no ocurrirá mientras no cambien dichos incentivos perversos y las cómodas facilidades que permite la LEPP. (Continuará).
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