El capitalismo fue haciendo la vida cada vez más compleja, al punto de que necesitó un orden crecientemente estricto y racional para poder funcionar. La burocracia como gobierno de los escritorios es un elemento consustancial a ese crecimiento y a esa complejización del mundo de la industria en expansión.
En otros términos, la burocracia es una forma racional de organizar una determinada entidad o actividad buscando la optimización de su funcionamiento, con las mayores precisión, transparencia, velocidad y eficiencia posibles. Nació para ayudar a la gestión de las cosas, no para entorpecerla (aunque hoy día tengamos esa percepción). De hecho, surge en la estructura de los Estados modernos y actualmente es parte fundamental de toda gran empresa (burocracia corporativa), de modo que es lo que posibilita su funcionamiento eficiente a escala planetaria. Max Weber consideró la burocracia como una forma de organización que pone el acento en elementos positivos: precisión, velocidad, claridad, regularidad, exactitud y eficiencia, todo lo cual se consigue por medio de la división predeterminada del trabajo, su supervisión jerárquica y rigurosas y precisas regulaciones que lo enmarcan. Así, la burocracia (de Estado o de las grandes empresas capitalistas) representa un orden racional que deja a un lado el capricho de la dirección o la improvisación. Si algo tiene de positivo es que cada trabajador o ciudadano se atiene a normas de funcionamiento precisas y no queda librado a los azares de la vida.
Merced a esos procedimientos previamente pautados (rígidamente pautados, agreguemos), todo el mundo se atiene a normas preestablecidas que, se supone, deben hacer la cotidianeidad más organizada, menos aleatoria. La eficiencia que se desprende de esa organización debe pagar el precio de una rutina burocrática a veces aburrida o incluso enloquecedora, irracional, como sucede tantas veces. Pero esos excesos son la otra cara de un proceso que, en principio al menos, promete mayor racionalidad.
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La sociedad capitalista, tanto su Estado como sus empresas privadas productivas (de bienes o servicios), está fundada sobre ese rígido orden burocrático. Lo mismo ha sucedido con las experiencias socialistas: allí la burocracia no solo no tendió a desaparecer, sino que, por el contrario, se maximizó. Puede llegar a decirse que el socialismo real conocido durante el siglo XX es un socialismo especialmente burocrático (¿pesadamente burocrático?), con una casta burocrática autónoma. Esto ya nos marca una ruta de por dónde debemos plantearnos las cosas: ¿es la burocracia un mal necesario?
Ahora bien, en la percepción generalizada de la población, la burocracia es una carga pesada, una desgracia que hay que sufrir o soportar. Y ello no es solo percepción: es una descarnada realidad. Ejemplos al respecto sobran (¿quién no la ha sufrido?). Las burocracias, en principio las estatales (aunque también ello puede encontrarse en la iniciativa privada), muchas veces terminan convirtiéndose en un martirio para el usuario. La excesiva actividad regulatoria termina produciendo duplicación de esfuerzos y, en muchos casos, ineficiencia administrativa. En vez de facilitarse la solución de problemas, estos se perpetúan y las soluciones se demoran excesiva e innecesariamente.
Pero ¿por qué esa percepción generalizada de los usuarios (la población en general), que consideran la burocracia pesada, molesta, especialmente rígida, falta de creatividad para solucionar situaciones novedosas que se salen del manual, enloquecedora? Porque, de hecho, así es en innumerables situaciones.
¿Se podrá eliminar ese chaleco de fuerza burocrático? En las sociedades opulentas del primer mundo, donde las tecnologías cambian la vida cotidiana día a día, estaríamos tentados a decir que sí, producto justamente de esas tecnologías que facilitan y simplifican los procedimientos. Pero, bien observados, los niveles de control que esas burocracias ejercen sobre sus poblaciones son infinitamente mayores que los que se ejercen desde los Estados de las sociedades pobres. Son, en todo caso, más sutiles, más sofisticados, y el papeleo en cuestión es menor. Pero los grados de control y de manipulación son mayores aún.
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