En Guatemala el futbol no ha de ser rentable, lo que hace que sea todavía un deporte de pasión, por amor a la camiseta.
Eduardo Galeano encuentra en el antiguo juego de pelota de los mayas un precedente del juego del balompié. Otros grandes imperios, como el chino o el romano, tenían las mismas costumbres de juntarse alrededor de una pelota y gozarla. Hasta convertirse en una guerra danzada en la que “guerreros sin armas ni corazas exorcizan los demonios de la multitud, y le confirman ...
En Guatemala el futbol no ha de ser rentable, lo que hace que sea todavía un deporte de pasión, por amor a la camiseta.
Eduardo Galeano encuentra en el antiguo juego de pelota de los mayas un precedente del juego del balompié. Otros grandes imperios, como el chino o el romano, tenían las mismas costumbres de juntarse alrededor de una pelota y gozarla. Hasta convertirse en una guerra danzada en la que “guerreros sin armas ni corazas exorcizan los demonios de la multitud, y le confirman la fe: en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos”, como dice el escritor uruguayo.
El miércoles pasado, la Sub-20 guatemalteca le ganó a Estados Unidos. Contra todo pronóstico popular, el equipo azul y blanco logró mantener 90 minutos de intenso ataque. Parecía que la selección tenía todo en contra, una herencia de fracasos y desilusiones. Sin embargo, ganó y eso le dio el pase al mundial que se disputará en los próximos meses en Colombia.
Acepto no saber mucho de futbol, pero lo que vi ese miércoles más que técnica era un equipo que no se rindió, que corrió hasta que se terminó el partido (perseverancia y lucha, cualidades que deberíamos llevar a otras esferas de nuestra realidad nacional). Escuché a unos narradores emocionados y con voz entrecortada dar el resultado, y a una tribuna eufórica que por un momento tenía un porqué colectivo de alegrarse. Es un momento que da un giro a un diario vivir plagado de problemas, de política corrupta, de eslóganes vacíos y de promesas vanas.
El mundial que disputarán no es el más importante, y ellos no se enfrentarán a los grandes futbolistas de moda, no tendrán a las grandes cadenas de televisión filmándolos ni tendrán su propia estampita de álbum. “Al fin de cuentas, ¿por qué tanto ruido si son los chavitos?”, dicen los más pesimistas. Un mundial es un mundial, y ellos son la selección nacional e irán por el orgullo de jugar y no por algo más. Son jóvenes y eso también da esperanza para que en años venideros podamos alegrarnos de estar en otro nivel de “mundial”. No hay porque rebajar orgullo, sepamos reconocer nuestros momentos de gloria y aprendamos a alegrarnos de las cosas buenas. Además, siempre es un agregado importante que esa victoria sea ante el “poderoso y gran papá Estados Unidos”.
Ese día me deja también una última reflexión. Cuando Manuel Baldizón prometió llevar a la selección nacional a un mundial, no pensó en que alguien le robara el mandado. Y ese alguien fue la selección Sub-20 de futbol, que sin tanta habladera jugó y ganó. Moraleja: no creamos en promesas ni mentiras de nadie, construyamos nosotros nuestras alternativas.
Y… ¡Nos vamos al mundial!
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