Recordaba que, durante el anterior gobierno, hubo dos cosas que despertaron la indignación popular y alentaron la ira en contra de la vicepresidenta Baldetti: la historia del agua mágica que curaría de males el lago de Amatitlán y sus mentiras luego de regresar de Corea del Sur.
Cuatro años más tarde, la historia del libramiento de Chimaltenango me ha llevado a hacer la comparación. Lo de los viajes al Lejano Oriente es pura coincidencia, y lo de las mentiras como ábaco en tienda de chinos viene con el paquete.
Con lo de la agüita mágica, recuerdo que llevaba su trabajo imaginar que hubiera alguien capaz de creerse el cuento. No tenía sustento alguno, salvo para la misma vicepresidenta, que se enfadaba con cualquier periodista que le hablara del tema.
Lo mismo sucede ahora con el presidente Morales y con su ministro José Luis Benito contra la ciudadanía y, cómo no, contra la prensa.
Cada vez que se habla del tema, ambos se enfadan y terminan enredándose más con argumentos sin mango ni agarradera. Para el presidente, se trata de una megaobra y se pone díscolo y bilioso si lo contradicen. Es también, afirma, una obra de infraestructura que queda para la posteridad.
El ministro decía a inicios de semana que la caravana de la vuelta ciclística puede pasar si no llueve. También ha dicho que los derrumbes son normales, que son consecuencia natural de las lluvias y que pedir que no los haya en la megaobra es cosa de mala fe.
Fe es la que le puso el presidente a su legado: «sin precedentes en Centroamérica», una «obra de ingeniería de altísimo nivel». También ha afirmado que «es un libramiento que tiene una longitud de 15 kilómetros y [que] solo hay 100 metros con ese problema». El mismísimo sitio oficial del Gobierno califica la obra como un monumento para nuestra nación.
El ministro también dibujó un paralelismo entre la importancia del Palacio Nacional, construido durante el gobierno de Jorge Ubico, y el libramiento de Jimmy Morales: las obras son igualmente trascendentes.
En sentido contrario, abunda la evidencia documental. He aquí una muestra. Por si no basta con ella, véase aquí una opinión profesional ofrecida en Nómada, y este es un análisis sobre el incumplimiento de las recomendaciones del estudio de impacto ambiental. Como se ve, los expertos en estas construcciones coinciden en que las cosas no se han hecho bien.
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De manera clara y valiente, la Asociación de Ingenieros Jubilados de Guatemala (Asijugua) del Colegio de Ingenieros Civiles publicó un comunicado en el que destaca las irregularidades técnicas y financieras de la obra. El comunicado circuló por Internet, pero no se encontró en ningún sitio de la Red, aunque son muchos los medios que le hicieron eco. Puede consultar aquí y aquí.
Por lo anterior, el libramiento viene a ser tan megaobra, tan transparente y tan ruinoso fracaso como la agüita mágica para limpiar el lago de Amatitlán.
Por otra parte, para ser justo hay que decir que el presidente dijo haber pedido una investigación, que la Contraloría dice estar indagando, que el Ministerio Público afirma lo mismo y que la Conred presentó conclusiones y recomendaciones desde la perspectiva de reducción de riesgo de desastres, no desde la de la ingeniería estructural.
Hay actores cuyas ausencias encandilan, en este caso las del Colegio de Ingenieros Civiles, la Cámara de la Construcción y la USAC. Le queda al público suponer los porqués de esos ominosos silencios. Y mejor ni hablar del Congreso, órgano con mandato constitucional de fiscalizar la calidad del gasto público.
Al menos esperemos que en el Ejecutivo dejen de ponerse fúricos y rubicundos cuando se les pregunte por qué la obra utilizó todos los encarecimientos que permite la ley, más de 12 millones de quetzales que no tienen disimulo legal.
De que Guatemala necesita la obra no queda la mínima duda. Esperemos que no quede como un esperpento que se abre y cierra como telón de teatro. También veremos si esta historia termina igual que la de la agüita mágica.
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