El término concreto kakistocracia proviene de los étimos griegos κάκιστος (kàkistos), ‘el peor’, y κράτος (kratos), ‘gobierno’. Designa esencialmente a un gobierno formado por los más ineptos, los más incompetentes, los menos calificados. Un conocedor de las formas puras e impuras de gobierno griegas reconocería que esta fórmula no es citada por Aristóteles ni por Platón. De hecho, el vocablo es mucho más nuevo, aparecido por primera vez en 1600. Pero no hay duda alguna de que —y, de nuevo, para un buen conocedor de la filosofía política griega— la noción de kakistocracia se empalma perfectamente con la noción de oclocracia (el gobierno de la chusma). No se trata de una cuestión de posición de clase, sino de que el vulgo, el ciudadano común, se preocupa únicamente por los placeres de la vida, por lo cual las cuestiones políticas pasan a segundo plano. Kakistocracia y oclocracia son realidades de la ciudad de los cerdos (la democracia podrida) que Sócrates tanto detestaba.
El término fue acuñado por Michelangelo Bovero, profesor de la Universidad de Turín. Contemporáneamente, el concepto aparece con la administración del presidente Trump en una notable columna del Wall Street Journal escrita por Peggy Noonan. En esencia, la columna planteaba que, por mucho que se esperaba que el sistema político estadounidense metiese a Trump en cintura para moderarlo y darle el aire de la investidura presidencial, la espera era inútil. El gobierno de Trump representa a los kakistoi (los peores), incapaces para ostentar las magistraturas, ineptos para comprender las reglas del juego político. Solamente porque las instituciones políticas estadounidenses son sólidas, y en razón de une resistance de burócratas comprometidos con preservar el sistema, resulta que el país no se hace añicos.
Pero, en un país donde las instituciones son débiles y escasamente pueden funcionar de acuerdo a su sistema o requieren personalizar sus procesos, nadie puede darse el lujo de ser un presidente mediocre. Y ese es el legado del ya expresidente Morales. Él representa con perfección no solo la mediocridad, sino lo ordinario e inepto. La perfección de lo que significa degradar la investidura presidencial. La lista es interminable, pero hay detalles que quedan marcados. Uno de ellos, una de las primeras entrevistas llevada a cabo en Estados Unidos en la cual él ofrece «mano de obra (barata) migrante». En la entrevista con Fernando del Rincón la noche inmediata luego del incendio en el hogar seguro, el presidente Morales empieza a contar una moraleja. ¿Incapaz de comprender el momento que vivía? ¿La seriedad del caso? La cabeza del Ejecutivo, la persona en la que se materializa la soberanía nacional, hablando en una entrevista internacional sobre el elefante y la hormiga. Agréguese a esta mediocridad el desaparecer del cargo por semanas enteras, las ilógicas —escasas— conferencias de prensa y el iniciar cualquier interacción comunicativa con el «mire, usted; déjeme contarle que una vez…».
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Esta mediocridad trasciende el espectro ideológico. Se puede ser de derechas o de izquierdas (o de centro), pero la incapacidad para comprender la complejidad de un aparato estatal trasciende la ideología. La incapacidad de comprender la seriedad del momento histórico que se vive trasciende la ideología.
La mediocridad y las limitaciones de un presidente en un contexto donde las instituciones requieren el empujón de la personalidad presidencial terminan por corroer la escasa institucionalidad. Porque, al final del día, la kakistocracia se caracteriza esencialmente por suponer que la realidad es como a mí me dé la gana que sea. No requiero de manuales. No requiero de formación política. No requiero de consulta con expertos. No requiero de respetar la tradición política o las reglas institucionales. Ocupar una magistratura, y la presidencial, es lo mismo que un programa de comedia donde improvisar tiene mérito. Y allí, por cierto, se hace tan fácil la banalización de los conceptos, porque, de vuelta, la realidad es como la imagino, simple, como me sale de los cojones.
Por eso, por eso precisamente, banalizar y distorsionar conceptos es tan fácil y se le da tan natural. Por eso cooperación internacional es comunismo. Por eso es que cree que un país defiende su soberanía rompiendo los términos de un contrato con Naciones Unidas, como si el branding de nación se mejora con decisiones unilaterales. Pero donde la soberanía no existe, como la incapacidad de tener un sistema de salud que haga frente a una epidemia o un sistema de respuesta rápida que pueda evitar incendios masivos, no se dice nada. Cuando las carreteras te colapsan o se caen las megaobras de ingeniería, los rojos de Suecia son el menor de tus problemas.
Y así hay tantos ejemplos.
Al nuevo presidente se le tendrá poca paciencia. No tiene excusa. Tuvo suficiente tiempo para consolidar un gabinete técnico. El país no se puede permitir seguir improvisando o creer que con oraciones y bendiciones al final de cada evento público las cosas cambian. Se necesitan planeación, criterio técnico, discusión a fondo, porque lo político no es para cualquiera.
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