Cualquiera tiene derecho a pedir y exigir justicia, demandar acciones de un Estado que dice velar por la seguridad y el bienestar de sus habitantes. Sobradas razones han tenido los esposos Siekavizza para estar detrás de una justicia que puede dar respuestas a muchas interrogantes, pero también recobrar la paz y tranquilidad sabiendo de sus nietos. El jueves pasado encuentran a Roberto Barreda con un nombre al estilo telenovela brasileña, y comienzan las reacciones.
Quisiera yo reaccionar a éstas. Se ha criticado la atención de la opinión pública y de la ciudadanía en este caso en específico, aduciendo que se le ha dado más importancia a este caso que a los cientos que suceden diariamente en casas en otras condiciones. Honestamente, este argumento me parece, irónicamente, injusto. Nadie tiene por qué morir en esas condiciones, sea pobre o sea rico, y por lo mismo los pobres y los ricos tienen derecho a ser escuchados por la sociedad. Por el otro lado, la problemática de mujeres golpeadas y maltratadas permea toda nuestra sociedad. El machismo no es cuestión de clase, y las mujeres que sufren son todas. Me ha sorprendido mucho saber que las mujeres de clase media y alta en Guatemala se niegan a hablar de sus experiencias porque de eso no se habla, se “agradece” por el hombre que está al lado. Las mujeres en Guatemala no sufren más por tener menos o más plata, ser mujer guatemalteca es como un pasaporte gratis para los hombres para que te hagan de todo.
Es cierto que no todos tienen el chance de que los medios de comunicación se interesen en sus historias. Ojalá fuera así y ojalá existieran otros canales de información que nos indignen diariamente, pero ese argumento también lo pongo en la balanza frente al trabajo de los papás de Cristina y de la Fundación Sobrevivientes. Este caso, no es el único, es el que los medios de comunicación han dejado ser visible. Hace poco conocí a una mujer de 30 años a quien su padrastro maltrataba y terminó por matar a su mamá y a su hermana. Nadie supo nada, nadie conoce el nombre de su mamá y hermanita, pero ella sabe que se mantuvo tres años luchando por la justicia junto a esta organización, y logró que su padrastro pagara una condena que jamás le traerá de regreso a quienes perdió, pero que le permitió dar sentido a su lucha y a su presente. Yo la escuché y la admiré. Quiero decir que hay otros casos que también se logran, que por no ser noticia no significa que no pasen.
He escuchado que el sistema de justicia le dio prioridad a este caso porque era una mujer que vivía con lujos (y con muchas heridas, sumo). Sabemos que el MP muchas veces no tiene la capacidad de atender todos los casos que se dan en este país tan fértil en crímenes y delitos, y que es también una institución que está corroída por la corrupción, y que la “voluntad” es muchas veces lo que falta para lograr una sentencia. Lo sé, pero reconozco que es también la única institución que tiene dentro a algunas personas que he admirado en este año, sobre todo en un 10 de mayo.
Una amiga periodista escribía hoy en el Twitter que el problema no eran los medios de comunicación, sino una atención que podía entenderse como diferenciada para este caso y para otros. Creo que tiene razón. Pero quisiera ver el otro lado de la moneda y en específico frente a los miles de maltratos y asesinatos de mujeres que están todavía en proceso: se puede avanzar, se puede lograr pasos importantes, y si se dio con Cristina, no hay razón para que no se dé en cada uno de los casos que están en los escritorios del MP. De no darse esto, tal vez tengan más razón de la que quiero creer hoy.
Tengo claridad en algo: la justicia (institucional) cuando se avanza en alcanzarla, en un país repleto de impunidad, es motivo para compartir el alivio de una familia que ha sufrido. Yo lo hago, con toda honestidad.
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