En un principio, las ideas de cambio de los jóvenes no eran aceptadas por la clase política y líderes estudiantiles tuvieron que recurrir a artimañas políticas para promocionar la asamblea. Bajo una estrategia que generaba competencia entre los diferentes partidos políticos por obtener el apoyo de los jóvenes y la colaboración de algunos medios de comunicación, los jóvenes fueron logrando su cometido. Paradójicamente por el origen de la iniciativa, el primero que prestó su apoyo a la idea de la convocatoria fue un ex comandante guerrillero —Carlos Pizarro León Gómez— que fue asesinado por esa época. Como era de esperarse, algunos políticos se apropiaron del entusiasmo y la energía que generaban los jóvenes. Pero eso al final no importó, pues el resultado fue positivo. Colombia salió de un letargo institucional.
Hace algunos días ocurrió en Santiago la marcha más grande desde que Chile volvió a la democracia —200 mil personas—. Camila Vallejo, una estudiante de la Universidad de Chile, de 23 años y representante de la Federación de Estudiantes Chilenos (FECH), con planteamientos profundos sobre la educación superior ha puesto en jaque el gobierno del presidente Piñera, que actualmente tiene los índices de popularidad más bajos en este siglo. Los argumentos de la FECH van más allá de un aumento de presupuesto para la educación superior, buscan replantear de manera total la política y han propuesto un plebiscito para que los ciudadanos decidan. La consistencia de la actividad de los jóvenes se puede evidenciar en portales como www.yodebo.cl o www.lamayoriadecide.cl y el comercial “¿En qué idioma te lo digo?” (http://www.youtube.com/watch?v=KRxAZabaQ0Y).
Los dos anteriores ejemplos dan muestra del poder que pueden tener los jóvenes en nuestra región. No sé si el camino en Guatemala que deben tomar los jóvenes sea a través de los partidos políticos o mantenerse ajenos a los mismos. Pero los argumentemos que he visto en contra de los dipukids carecen totalmente de sentido. Se dice que no cuentan con el currículo necesario y en contraposición me pregunto si quienes están en el Congreso sí lo tienen. “Es que pueden ser manipulados”, dicen y me cuestiono sobre si quienes están actualmente no están más manipulados. “Es que no fueron capaces de responder la prueba que tuvieron”, sostienen otros y me pregunto: ¿cuántos de los diputados actuales serían capaces de responder esas preguntas cuando fueron candidatos? Parece a veces que en Guatemala se muere más gente de envidia que de hambre.
No creo que el problema sean en sí los dipukids, sino que el sistema a través de esta apuesta que hacen los partidos políticos continúa reproduciendo las prácticas de siempre. Si se realizara un análisis detallado de la actividad del Congreso, probablemente se obtendría que solo un grupo de 10 ó 15 diputados maneja todo el hemiciclo y que la actividad de los demás es meramente pasiva. Independiente del género, la edad o la etnia, la ley dispuso procesos internos para que la designaciónde los candidatos a diputados por parte de los partidos garantizara, en teoría, la trasparencia en la selección y la promoción de un debate democrático en los mismos. Este proceso solo ocurre de manera formal, pues los controles son limitados, las estructuras no promueven el estudio de asuntos públicos y los poderes que se les otorgan a los secretarios generales son tan amplios que estos influyen sustantivamente en la designación. En consecuencia, se banaliza la política. La selección queda reducida a un asunto de intereses particulares y a un problema de tipo financiero que finalmente se ve reflejado en estrategias de mercadeo sin contenido y planes de gobierno ajenos a los afiliados que en muchas ocasiones ni siquiera los candidatos conocen.
Fenómenos como el transfuguismoy la selección de diputados son ejemplos de cómo se ha permitido que el interés particular se sobreponga sobre la función pública de los partidos. Parece absurdo, pero es común escuchar que fulano o mengano compró tal o cual partido como si fuese una empresa. No creo que la solución a la banalidad de las propuestas partidarias esté en romper las barreras de participación estableciendo un sistema de cuotas para que las mujeres o los jóvenes puedan tener representación en los mismos. Si los partidos tuviesen en cuenta que los asuntos públicos que a estos grupos les conciernen son importantes, ellos tendrían un espacio sin la necesidad de una ley. El problema es cómo desarrollar una cultura política —entre los afiliados y los cuadros partidarios— para que al final la designación de los candidatos se realice con base en méritos y posturas políticas y no por intereses particulares o financieros.
Desafortunadamente, es muy difícil que los electores visualicen qué existe detrás de la postulación de un candidato. No obstante, si se lograra que al menos algunos comprendiesen que el exigir que los partidos observen procesos claros es un derecho —no tan solo por su naturaleza, sino también porque funcionan con algunos dineros públicos que el Estado— sería un gran principio. Desde este punto de vista, el Tribunal Supremo Electoral está en déficit con la democracia Guatemalteca, pues su función no debe dirigirse exclusivamente a garantizar el derecho a elegir, sino también el derecho a ser elegido buscando ante todo el fortalecimiento del sistema democrático.
Ahora bien, voy a proponer tres temas por los que considero conveniente la presencia de la juventud en el Congreso. El primero es la seguridad, que se debate entre esquemas de control y prevención, y en el que los jóvenes debiesen promover este último debido a que los estudios demuestran que existe una correlación positiva entre actividad delictiva, ocio y población joven. El segundo es el tema de la educación: Guatemala requiere reformas desde el nivel básico hasta el superior para ampliar y mejorar su sistema; posiblemente sean los jóvenes quienes mejor conocen falencias del sistema. Y tercero: algunos asuntos en salud, como el de la salud reproductiva o la prevención del VIH-Sida, que afectan de manera directa a los adolescentes y donde se avanza de manera lenta.
Finalmente, estoy seguro de que muchos de los dipukids, que han vivido como usted un ambiente de zozobra y hastío de la situación del país, no querrán que desde el inicio de su vida adulta los marquen como ladrones, corruptos o ineptos. No importa si vienen desde la derecha o desde la izquierda, los elegidos, si así lo desean, generarán contraste en un ambiente partidario que parece estancando. La verdad, en un contexto como el actual, existen mayores posibilidades de que los cambios vengan desde los jóvenes que desde la clase política tradicional; y si lo que importa son sus conocimientos —porque va a ser difícil que exista una Camila— entonces habrá una razón más para preocuparse porque los jóvenes tengan desde sus inicios educación y formación política de calidad.
Más de este autor