A 66 días de que Jimmy Morales deje de ser presidente, parece ocioso insistir en denunciarlo o en indignarse por su conducta carente de dignidad, servil, rastrera y criminal. Sin embargo, la rabia y el enojo resultan incontenibles cuando se lo ve haciendo el ridículo disfrazado de marinerito, jugando a conducir un barquito de guerra; cuando pronuncia sus ya fastidiosos discursos carentes de inteligencia, repletos de tonteras y de grandilocuencias chovinistas, como ese de que «¡tenemos el mejor ejército del mundo!»; cuando espeta exaltado un nacionalismo torpe y vulgar, como lo hace al calificar las donaciones y la cooperación internacional de «pordiosear favores», o cuando abusa de los textos bíblicos y de la jerga religiosa, los cuales tergiversa de manera infantil, como al aseverar que ahora Guatemala cumple aquello de «más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20, 35) porque, con el barquito que le compró a Colombia, ahora está en posición de dar. ¿Se puede ser más tonto que esto?
Tanta tontera sería inocua si no fuera porque el juguete nuevo que le ha regalado al Ejército nos costará a los contribuyentes 93 millones de quetzales. El nacionalismo chovinista de Jimmy Morales y este nuevo despilfarro de dinero público resultan criminales, ya que Guatemala es una vergüenza mundial en vista de que la mitad de sus niños y niñas sufren desnutrición crónica; la pobreza y la pobreza extrema están creciendo; alrededor de 1.9 millones de niñas, niños y adolescentes están fuera de las escuelas; la capacidad de los puestos y centros de salud de hoy es adecuada para atender a la población que Guatemala tenía en 1955; sus índices de mortalidad materno-infantil se comparan con los de los países al sur del Sahara; muchos de sus niños mueren de enfermedades tratables como la diarrea; la desigualdad es brutal, de las más altas del hemisferio occidental; nuestra principal exportación es la gente, incluso niños y niñas, que huyen del país por la violencia, la exclusión y la falta de oportunidades; la infraestructura vial es una calamidad, bien ejemplificada por el libramiento de Chimaltenango… La lista es larga y vergonzosa.
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Condiciones trágicas y paupérrimas son la realidad cotidiana de la gran mayoría en Guatemala, y me parece criminal la forma en que Jimmy Morales y su gavilla las ignoran. Quizá los aliente ese convencimiento estúpido de que la gente en Guatemala es «aguantadora», como la telaraña de aquella canción infantil de los elefantes columpiándose en ella. O, peor aún, tal vez creen que la gente es tonta y que, en vez de indignarse, sentirá orgullo porque ahora la marina nacional tiene un barquito de segunda mano.
Hay ya demasiados ejemplos al sur del continente que muestran que la gente no solo no es tonta, sino que además es muy capaz de hartarse de los abusos. Políticos y estadistas de verdad, muchísimo mejores que Jimmy Morales, están cayendo en otros países porque la gente decide poner fin a los abusos. Hace tan solo unas décadas Guatemala estaba sumida en una guerra fratricida espantosa, pero se nos olvida lo posible que es que esa tragedia se repita. Gente como Jimmy Morales en el poder es un catalizador muy peligroso de un estallido social en Guatemala.
Pero, claro, nada de esto se cruzó por la cabeza de un Jimmy Morales presidente, disfrazado de marinero conduciendo un barco, demostrándose monigote de militares, sus verdaderos jefes y patrones. Después del 14 de enero, Jimmy no será más que un pelele temeroso de la gente y mucho más de la justicia, menospreciado por quienes hoy lo adulan y alimentan su ego barato.
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