Pero hubo allí mucha agenda oculta, fundamentalmente de Washington. Con la nueva estrategia de golpes de Estado suaves, la geopolítica imperial de Estados Unidos ahora mueve fichas y cambia presidentes, incluso buscando lo que llaman participación ciudadana, con la cual se involucra en la protesta a gente honestamente indignada. Sin derramar una gota de sangre ni disparar un tiro puede cambiar mandatarios con facilidad, tal como vemos que ahora está sucediendo en algunos países de Latinoamérica. El tema de la corrupción es el caballito de batalla sobre el cual se monta.
A todo el mundo le indigna esto de la corrupción. Pues bien, manipulándola adecuadamente se consiguen resultados, tal como vimos el año pasado aquí.
Guatemala está llena de problemas: 60 % de su población viviendo bajo la línea de pobreza, exclusión social, analfabetismo y escaso acceso a la educación, racismo, patriarcado, impunidad histórica. La suma de problemas es grande, pero el principal no es la corrupción de los funcionarios públicos. Todo lo anterior ¿se debe a las casas de lujo o a los helicópteros que rapiñó el exbinomio presidencial? Al lado de esa mansión lujosa hay otras similares. ¿Cómo se obtuvieron? ¿Quiénes son sus dueños?
La corrupción, sin dudas, es absolutamente criticable, pero la causa de nuestros males históricos es otra. ¡Es la injusticia en juego! La corrupción, en todo caso, es un efecto del sistema capitalista presente. Es consecuencia, pero no causa. El mal de fondo sigue siendo la injusticia reinante, la explotación del trabajo. Las mansiones de lujo mencionadas no se hacen solo robando fondos del Estado: no olvidarlo. El sistema económico vigente es un robo. Legalizado.
Luego de esa manipulación de sentimientos que se hizo el año pasado, con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, los factores de poder buscaron darle una salida controlada a ese descontento popular que se había generado. La clase política tradicional (Manuel Baldizón, Sandra Torres y demás bellezas de esa fauna) ofrecía solo más de lo mismo. De ahí que se fabricara la imagen de un político nuevo, no corrupto, no ligado a las figuras de siempre. Fue así como apareció Jimmy Morales como candidato. Como actor que es, representó el papel de presidente honesto. ¿Otro personaje de Moralejas?
Producto de una sopesada campaña, ganó la presidencia. Sin estar preparado para ocupar ese cargo se rodeó de un partido formado por militares ligados a la guerra contrainsurgente y por diputados oportunistas, conocidos zorros de la vieja política.
Pasados ya ocho meses de su mandato, la situación general no tuvo ningún cambio. Los problemas estructurales del país siguen exactamente igual, es decir, muy mal. La pobreza siguió igual, el problema agrario no se solucionó, la desnutrición crónica sigue siendo vergonzante, el analfabetismo no desaparece, la delincuencia cotidiana sigue siendo un flagelo, continúan el racismo y el patriarcado… Pero, mientras eso sucede, los dueños de las mansiones no corruptas (¿?) siguen haciendo sus negocios. Pérez Molina, Baldetti y algunos otros mafiosos entre rejas no son la solución.
Ahora acaba de aparecer un caso de corrupción ligado al hijo de Jimmy Morales y a su hermano. Es cierto que eso no lo involucra a él directamente como persona, pero deja entrever el fabuloso montaje mediático que se fabricó el año pasado y que se sigue manteniendo en la actualidad: la corrupción persiste más allá de toda la pantomima que trata de mostrarla como el principal problema. Más aún, es imposible que desaparezca, dadas las reglas de juego vigentes.
El gobierno de Jimmy Morales es tan corrupto como todos, tan desinteresado de los problemas populares como todos, tan falto de respuestas a los problemas reales de la sociedad guatemalteca como todos. Esto demuestra, una vez más, que esta democracia amañada no puede ser solución a nuestras penurias.
¿Entonces? Es evidente que esta democracia formal no es un real gobierno del pueblo. Habrá que seguir pensando otras alternativas.
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