A medianoche, cuando se había escrutado el 48 % de los votos y la tendencia lo ubicaba ya como el ganador de las votaciones, con un 25 % de los sufragios, Jimmy Morales, acostumbrado a interpretar personajes cómicos y divertidos, empezó a asumir su nuevo papel, el del candidato ganador. Llegó al centro de cómputo del Tribunal Supremo Electoral (TSE) acompañado de una decena de hombres y una sola mujer. Era un pavorreal de sonrisa amplía, alegre, sobre el que decenas de periodistas se avalanzaron al nomás percatarse de su presencia en el salón de conferencias. Quería reunirse en privado con los magistrados del TSE, pero éstos no lo recibieron. Solo el magistrado Julio Solórzano, en un gesto de cortesía, salió a saludarlo y explicarle que en ese momento no sería posible dicho encuentro.
Su amabilidad empezó a menguar cuando los reporteros dejaron de ser complacientes por su triunfo, y le cuestionaron sobre sus financistas, sus supuestos vínculos con Alejandro Sinibaldi, el malogrado candidato del Partido Patriota, su plan de Gobierno y las estrategias, negociaciones y alianzas que realizará para sumar apoyos y alcanzar el poder. “No soy el más preparado para gobernar Guatemala”, reconoció ante el tumulto de periodistas, tras repetir una y otra vez su agradecimiento a los electores y e invocar “la gracia de Dios” por haberle dado la oportunidad de la victoria.
Negó en tres ocasiones tener alguna relación o alianza con Sibinaldi; dijo que es falso que el excandidato del PP le haya proporcionado el helicóptero que ha usado durante las últimas semanas para volar al interior del país, y justificó que “esa coincidencia” se debía a que la aeronave ha sido rentada. Se quejó de ser víctima de una campaña negra para restarle impacto a su crecimiento y aceptación entre los electores. “Me han dicho que soy el ‘Plan B’ de Baldizón; han hablado del helicóptero. Todo eso es falso”, aseguró.
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Dijo estar dispuesto a dar a conocer de manera pública su declaración patrimonial, como una de sus primeras medidas para combatir la corrupción, lucha que, aseguró, será la más importante de una administración suya, “para devolverle la confianza a los guatemaltecos”. Sin embargo, se abstuvo de identificar, nombre a nombre y monto a monto, a sus financistas de campaña. “Son nuestros candidatos a diputados, yo, él (refiriéndose a Jafet Cabrera Franco, su compañero de fórmula que lo flanqueaba por la derecha), todos aportamos”. Su campaña proselitista, aseguró, “costó Q1,8 millones”.
De inmediato, haciendo gala de sus capacidades histriónicas, volteó la mirada hacia su izquierda, y cambió el tema.
No se atrevió a reinvindicar como propio, como suyo, el sorpresivo triunfo obtenido en las urnas, y tampoco a reconocer, como sostienen los analistas políticos y observadores, que el resultado a su favor, fue el rechazo a los otros dos candidatos punteros (Baldizón y Torres), representantes del sistema político contra el cual miles de guatemaltecos se han manifestado en las calles durante los últimos meses, y el cual han exigido al Congreso reformar. “¿Los electores votaron a su favor, o en contra de los otros candidatos?”, se le cuestionó. “Votaron a favor de Guatemala”, respondió. “¿O sea que no cree hayan votado por usted?”, se insistió. “Votaron por Guatemala”, repitió el candidato, rostro sonrojado, ceño fruncido.
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Con una ventaja sólida, Jimmy Morales se apresta a sumar apoyos, hacer alianzas con los partidos perdedores y a convencer a más de un millón de guatemaltecos que le dieron su voto este domingo, para, el próximo 25 de octubre, librar la batalla política más importante de toda su vida: disputar, en noviembre, la Presidencia de la República, frente a Sandra Torres o Manuel Baldizón. Aún es imposible saberlo. Sí sabemos que quienes pasen a segunda vuelta estarán lejos de acumular, entre ambos, ni siquiera el 50% de los votos válidos. La lucha por la ronda electoral será una guerra de pronóstico reservado. Dos meses intensos esperan a Guatemala.
A las 11 de la noche, Manuel Baldizón Méndez, el candidato del partido Libertad Democrática Renovada y quien desde hace por lo menos dos años se sentía ganador de estas elecciones, pospuso la conferencia de prensa que había convocado en un hotel. Debía de sentirse contrariado. Los resultados preliminares lo mandaban a un segundo lugar, y eso, después de haber avetajado por más de una decena de puntos a sus principales rivales, era un desastre. Pero no era comparable al que le esperaría a las 9 de la mañana del día siguiente. Con el 97 % de las mesas escrutadas, su candidatura caía por apenas una décima al tercer lugar, y corría peligro de no pasar a segunda vuelta. Lo adelantó Sandra Torres Casanova, la candidata de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), quien apenas unos horas antes de iniciado el escrutinio confiaba, con aparente buen tino, en lograr esa posición.
Morales, que tuvo su primera experiencia electoral en las elecciones de 2011, como candidato a la alcaldía de Mixco con el apoyo del desaparecido partido Acción de Desarrollo Nacional (ADN), con el que obtuvo el tercer lugar, se contradijo al hablar sobre las alianzas electorales con otras fuerzas políticas. “Mi alianza será con Guatemala y los guatemaltecos”, dijo en un primer momento, al descartar buscar apoyos de otros partidos. “Ni con los rojos ni con los verdes”, dijo luego, ante la insistencia de los periodistas sobre la misma pregunta. “¿Eso significa que con los otros partidos sí podría hacer alianzas?”, insistió un reportero. “Puede ser”, aceptó, parco.
Según las proyecciones del Tribunal Supremo Electoral (TSE) que se conocen esta mañana, el partido de Morales contará con alrededor de una decena de diputados, lo cual implicaría una debilidad en su musculatura política para gobernar. A medianoche, el candidato ya reconocía la debilidad con que el FCN-Nación llegará al Parlamento, pero quiso restarle importancia. “Gobernaré con los guatemaltecos, con las fuerzas sociales, con quienes me dieron el voto”, dijo, pero su retórica no satisfizo a los periodistas, que insistieron infructuosamente en conocer su estrategia. Luego se enredó en un juego de palabras para tratar de explicar que ninguno de los dos gobiernos anteriores, el de Álvaro Colom de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), ni el de Otto Pérez Molina del Partido Patriota (PP), tuvieron una bancada mayoritaria en el Congreso. “No es necesario tener mayoría (parlamentaria) para gobernar”, indicó, tras contradecirse sobre las cifras y circunstancias en que se integraron las dos últimas legislaturas. Al final, dejó entre ver la posibilidad de que, gracias al transfuguismo, diputados elegidos por otros partidos puedan integrarse a la bancada del suyo. “Esa decisión la tomará mi bancada”, argumentó. Él, agregó, dejará la secretaria general de su agrupación al asumir la Presidencia, y “no interferiré” en las decisiones del FCN-Nación.
Los pilares de su plan de Gobierno, trató de explicar, se basarán en “educación, educación y educación”. Luego habló de “salud y empleo” y trató, de nuevo, de cambiar el tema. “Pero eso es muy abstracto”, le increparon los reporteros, y Jafet Cabrera, salió a su defensa para explicar el plan de salud que pretenden impulsar, intentando humillar al reportero que hizo la pregunta con un “usted no lo entenderá”. Durante seis minutos, el exrector de la Universidad de San Carlos de Guatemala —“un hombre de izquierda”, según Morales—, trató de hacer un bosquejo histórico del sistema de salud de Guatemala, habló de los deficientes “servicios primario, secundario, terciario y cuartiario”, y concluyó en que en un gobierno del FC-Nación, “habrá salud para todos”.
Luego los candidatos hicieron una romería por los stands de los medios televisivos que transmitían en directivo y a todo color los incidentes del proceso electoral. Entonces Jimmy Morales retomó su pose de pavorreal, y de cámara en cámara y micrófono en micrófono repitió un discurso similar: gracias a los electores, gracias a Dios. Gracias. Gracias. Gracias. El comediante empezó a interpretar su nuevo papel.