Pero los hechos acontecidos hace exactamente una semana en París nos obligan a tomar posiciones. En efecto, detrás del grito «Je suis Charlie» descansa una defensa total del derecho de libre expresión, sin peros y sin aunques. Es muy interesante que autores que tienden a ser críticos de las posiciones eurocéntricas, como Chomsky o Žižek, han condenado el uso de la violencia sin peros en contra del semanario parisino.
La existencia de discursos que ofenden sensibilidades no es justificación para ejecutar actos violentos contra sus autores. Como ya lo he expresado, culpar directa o indirectamente a la publicación Charlie Hebdo por los ataques perpetrados es lo mismo que culpar a la muchacha violada por la ropa provocativa que traía puesta.
En el año 2002 fue exhibida la película mexicana El crimen del padre Amaro. Generó polémica, pues una escena de alto contenido erótico estaba relacionada con la figura de la Virgen de Guadalupe. El protagonista de la cinta, en el rol de sacerdote, le hace el amor a una feligresa mientras la cubre con un manto que se asemeja al del Tepeyac. Por si esto no fuera suficiente, le recita versos del Cantar de los Cantares. Buena parte de mis amigos con militancia de izquierda criticaron la censura de la película por parte del gobierno conservador de Vicente Fox y, sobre todo, los actos de violencia en los cines por parte de colectivos católicos. La consigna era: «Si ofende, aún así no es justificación para ningún tipo de censura o violencia, mucho menos cuando México ha sufrido por 70 años la censura por parte del régimen del PRI». Pero, en torno a Charlie Hebdo, buena parte de los colectivos de izquierda se han separado del semanario satírico francés de izquierdas y de su crudo humor, incluyendo algunos de mis citados colegas. Yo me pregunto: ¿no ha sido la izquierda la que ha satirizado todo lo tradicionalmente percibido como sagrado e intocable, como el honor de la patria, la moral conservadora, el concepto de familia tradicional, la sexualidad dominante, los arquetipos militares de honor y valentía, los huevos del obispo, la virginidad de la Patria, el himen de la República…? ¿En qué momento nos avergonzamos de la sorna e irreverencia que siempre fue nuestro sello en tanto y cuanto nunca pedíamos permiso para pensar?
Se tiene que reconocer que el estilo de Charlie Hebdo no era del todo apreciado entre sus hermanos de imprenta. Muchos medios occidentales no reproducían sus caricaturas, tampoco las columnas de opinión. En países como Estados Unidos (de quien muchos otros toman el giro de posiciones), esta revista jamás hubiese podido sobrevivir. Pero bueno. El estilo parisino de irreverencia secular es algo muy particular, que no se entiende hasta que no se vive en él. Desde los panfletos eróticos del Marqués de Sade, pasando por los revolucionarios que pusieron a la diosa razón en Notre Dame allá por el lejano 1793, hasta la sátira contra la monarquía por parte de Honoré Daumier. Citemos también la ridiculización que Camus hizo en torno a los valores tradicionales, a lo considerado como deseable, y recordemos, además, la sátira que Lucien Ginsburg le hizo a la letra de la Marsellesa (mostrando lo violento de sus palabras) en la famosa canción A las armas, etcétera. No podemos dejar fuera la forma como titanes de la talla de Foucault hicieron temblar el entorno social de la Francia de posguerra con sus escritos provocativos en torno a la sexualidad hermafrodita, la economización del semen y la reflexión sobre la masturbación. Y cómo olvidar la comparación hecha por Derrida mismo en torno al famoso ícono del estandarte republicano francés con el pene ensangrentado que se levanta luego de romper el himen («L’étendard sanglant est levé»). Es decir, es parte de la tradición insumisa francesa, de izquierdas, ser irreverente hacia lo que no merece respeto alguno. Este apuntado semanario, en efecto, está empapado de iluminismo francés y de elementos decadentistas: carencia de fe religiosa, sentimiento de pesadumbre universal y la actitud de haber hallado el fin de siècle.
«¡Pero Charlie Hebdo reproducía rasgos fenotípicos que ridiculizaban a los árabes!». En efecto, de la misma forma como el famoso caricaturista brasileño Carlos Lattuff satiriza el lobby judío exacerbando algunos rasgos fenotípicos que se suponen son característicos del judío. ¿Y? Ni Latuff ni Charlie Hebdo satirizaron tragedias colectivas como el holocausto armenio o el judío o el hambre en África. «¡La publicación genera tensión con los colectivos musulmanes!». En realidad, el problema está en la política exterior y militar de países como Estados Unidos y la mismísima Francia. Charlie Hebdo no es el problema.
Charlie Hebdo encarna la mejor tradición francesa. Lo ha expresado bien el histórico líder del mayo francés del 68 Daniel Cohn-Bendit. «Inteligencia e ironía, humanismo crítico, espíritu anticonformista, valores anarquistas». Y aquí el punto no es el deseo de burlarse por burlarse de cualquier cosa, sino burlarse de lo que no merece respeto. La crítica radical a las religiones (y sus efectos en la vida cotidiana), lo superfluo de los mitos nacionales, la inútil clase política y lo ridículo que se ha tornado ser políticamente correcto. Lo anterior es algo muy propio de una vertiente particular de la tradición intelectual francesa.
Charlie Hebdo no es el problema. El problema es que la Francia republicana no supo qué hacer con sus judíos, si asimilarlos por la fuerza, hacerlos monárquicos o soportarlos como socialistas, y tampoco sabe qué hacer con su población musulmana, dicho sea de paso. Charlie Hebdo no es el problema, sino la terquedad de no entender que, mientras las condiciones materiales de vida no mejoren para los miles de muchachos musulmanes marginados que viven en la banlieue, será imposible evitar la radicalización.
Charlie Hebdo no es el problema. Este semanario preserva algo muy importante. Desde el momento en que Sócrates ridiculizó a los dioses de la ciudad (que no era poca cosa para un ateniense), nació el espíritu crítico e irreverente de la tradición filosófica occidental. Escandalizar es sinónimo de cuestionar, y cuestionar lo sagrado es conocer.
Si el islam radical provee más esperanza que la política social y económica de la actual Francia, la culpa no es de Charlie Hebdo.
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