Sin embargo, ¿es deseable y sostenible pretender hacerlo a la fuerza? ¿Acaso podemos contener una olla de presión social criminalizando a quienes nacieron sin privilegios? ¿Acaso es justo lograr un país hermoso buscando expulsar a quienes no tienen más oportunidades para construir su propio proyecto de vida que las pocas alternativas que el actual sistema les brinda a las mayorías? No es tan simple como atraer más maquilas o motivar a amar a Guatemala con hermosas campañas publicitarias. Guatemala descansa sobre un modelo de sociedad estructuralmente discriminador, sistemáticamente excluyente, ecológicamente depredador y, en consecuencia, inestable, violento e insostenible.
En lugar de criminalizar a los pobres, empecemos por visualizar que el problema es estructural, sobre todo cuando en un país con mucho potencial humano la riqueza y las oportunidades se mantienen concentradas en pocos. En Guatemala, la mayoría de la población recibe migajas en la distribución de oportunidades precisamente porque el modelo en el que descansa la distribución de poder individual tiende a concentrar este en algunos. La movilidad social es limitada. No existe un sistema que priorice la equidad. De hecho, el sistema consolida los privilegios. Se espera que la mayoría recoja las migajas de poder cuando estas caen de la mesa de quienes lo concentran.
Las islas de abundancia de pocos (es decir, esos bellos lugares donde hay jardines verdes, casas bellas, hermosas esculturas y espacios disneylandescos inmaculados, limpios y seguros) se verán amenazadas mientras no exista una sociedad más equitativa, que reconozca en esas asimetrías su vulnerabilidad. Mientras se siga pensando que existen ciudadanos de primera, de segunda y de tercera, seguiremos viendo resentimiento, frustración, enojo y violencia. Los espacios públicos seguirán siendo un espacio de batallas campales. Lo que pasó con 4 Grados Norte pasa con la sexta avenida y eventualmente traspasará la muralla invisible de Cayalá y de otras islas de lujo y burbujas amuralladas.
La ilusión obsoleta de corregir con mano dura, de expulsar con violencia y discriminar a quien por accidente nació bajo ciertas condiciones a través de la fuerza policial o militar, es eso: una ilusión, una ingenua salida temporal. Es como ponerle curitas a un paciente que se desangra. No cura. No restaura. No resuelve.
El orden y el respeto de la ley son consecuencia de la equidad de oportunidades, de la conciencia humana, de acceder a oportunidades individuales, de conocer, reconocer y respetar al resto. Donde hay inequidad, la ley igualitaria se transforma en opresión.
El caso de los vendedores de la zona 1 es paradigmático. Desmantelar ventas ambulantes es la reacción verticalista y unilateral hacia un problema social que tiene raíces en la desigualdad, el abuso de poder, la opresión y la pobreza, entre otros fenómenos.
¿Cuál es el delito de los vendedores ambulantes? Buscar ganarse la vida lo más honestamente posible, con los recursos a su alcance, en una nación excluyente y estructuralmente desigual. Mientras tanto, los grandes evasores y corruptos siguen libres o gozan de cárceles VIP paradójicamente financiadas con nuestros impuestos.
Aquí nadie justifica el vandalismo y no hay excusas para la violencia. Razones y causas sí que las hay.
Pero veamos más allá de lo obvio. ¿Eligen los vendedores ambulantes ser criminales? ¿Deben ser tratados como tales? ¿Acaso no podemos ver que, bajo el sistema imperante y las condiciones prevalentes en Guatemala, quienes no venden hoy en la calle no comen mañana? No hemos sido capaces de construir un Estado basado en la compasión y la solidaridad, no digamos una justicia basada en la equidad. Quienes tenemos privilegios ejercemos agresiones pasivas cada día al no hacer nada ante la injusticia que significa que alguien haya tenido la mala suerte de nacer con el sexo equivocado, con el color de piel equivocado o hablando el idioma equivocado en el país equivocado.
Mantener el orden a través de la represión no es la solución al problema de fondo. Cabe preguntarnos: ¿orden? ¿Para quién? ¿Belleza? ¿Para quién? ¿Esculturas y arte? ¿Para quién? ¿Para los buenos chapines que nacimos con más oportunidades? ¿Acaso el arte y sus expresiones solo les pertenecen a las clases medias y altas?
«No oses ser prostituta», grita la sociedad conservadora. «Haces mal si vendes droga. Peor si eres marero o marera. Eso sí, tampoco vendas discos pirateados o ropa de maquila en la sexta avenida porque en nombre del orden, del ornato y de la defensa de la propiedad privada te desalojamos por la fuerza. No emigres a Estados Unidos. Aprecia la belleza y el arte. Ama a Guatemala. No reclames. Sé feliz».
¿Será que entendemos al final qué es un modelo económico excluyente? ¿Será que entendemos el problema de fondo aquí? Algunos quieren vivir en una fantasía parisina. No se percatan de que a la vuelta de la esquina (también en París) un niño vende discos piratas en lugares prohibidos porque no tiene otra opción. En Guatemala es la norma. En París, la excepción. En Guatemala, si no venden, mueren de hambre. En París no. De hecho, quienes lo hacen son por lo general inmigrantes ilegales. En Guatemala no se necesita ser inmigrante para ser expulsado, reprimido y criminalizado por querer ganarse la vida comerciando en la calle.
No nos perdamos con ver solamente las consecuencias de un sistema estructuralmente anómalo, cuyas instituciones no favorecen a las mayorías, sobre todo a las más vulnerables.
Mientras sigamos viviendo en islas de lujo rodeadas de un mar de miseria, el modelo tenderá a explotar, a colapsar. Comprendamos que el desalojo y la expulsión existen, de hecho, en el modelo mismo.
No es sostenible en el tiempo. Genera violencia. Es inestable. No funciona.
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