El accidente le hace pensar a ese hombre, por entonces un chico, que jamás volverá a tocar la guitarra. El gerente de la fábrica lo visita en el hospital y, para motivarlo, le cuenta la historia del guitarrista gitano Django Reinhardt, quien, pese a perder dos de sus dedos en un incendio, se convirtió en una de las figuras más influyentes del jazz.
La historia sirve de inspiración para que ese chico intente tocar la guitarra otra vez, pero ahora con prótesis de goma en las puntas de sus dedos. La ansiedad por tocar lo lleva a adaptar la forma de afinar las cuerdas de la guitarra, y el resultado es un sonido diferente a la psicodelia, al blues y al rock, ritmos dominantes de la escena de esos años. Un sonido intenso y duro, simple y maravillosamente duro.
De esta forma, Tony Iommi inventó lo que conocemos como heavy metal. El relato del accidente fue incluido en su autobiografía Iron Man: My Journey through Heaven and Hell with Black Sabbath, publicada en 2012, y es el inicio de una historia apasionante que cubre los últimos 50 años de la historia de la música a través de las memorias de uno de los guitarristas más influyentes de todos los tiempos.
Al genio de Iommi se debe el sonido impactante de Iron Man, Paranoid y Spiral Architect, referencias obligadas de los inicios de Black Sabbath y del metal mismo, que se complementaban con la figura y la voz de Ozzy Osbourne en un desequilibrio repleto de desencuentros que se rompería en 1979, cuando el problemático Ozzy fue despedido por el resto del grupo y remplazado por Ronnie James Dio.
Iron Man —que no, no la película, por enésima vez— es un gran ejemplo de lo que el heavy metal es en su esencia. La historia tenebrosa y fantástica del hombre que viaja al futuro, contempla el apocalipsis y, en su retorno a la tierra, al atravesar un campo magnético, se convierte en metal y termina por desatar el exterminio que presenció y pretendía evitar. Ira, desolación y odio contados en algo más de cinco minutos por el riff de la guitarra eléctrica de un hombre con dedos de plástico.
Heavy boots of lead,
fills his victims full of dread
running as fast as they can.
Iron Man lives again!
El heavy metal ha transitado varios derroteros desde esos inicios que lo han llevado desde Black Sabbath y Led Zeppelin hasta el thrash metal de Metallica y los desarrollos de grupos como Jane’s Addiction y Nine Inch Nails. Esto, sin contar otros nombres ilustres como Judas Priest, Iron Maiden y Megadeth.
No se puede hablar del heavy metal sin mencionar a H. P. Lovecraft, el alucinado y atormentado poeta cuya obra ha sido fuente de inspiración para varias bandas. No en vano Eddie, la mascota de Iron Maiden, en la portada de Life After Death (1985) se levanta de una tumba marcada con unos versos de Lovecraft como epitafio.
Todo un recorrido glorioso que, lamentablemente, en algún punto se toca con un patético Ozzy Osbourne en un show aún más patético de MTV. Yo me quedo con la guitarra de Iommi, la voz gutural de Ozzy y el relato tenebroso de Iron Man en la radio de una vieja Trooper, entre los páramos de Papallacta, en descenso por sus gargantas de piedra hasta la Amazonia, en camino de uno de esos infinitos viajes de trabajo con la reforma judicial ecuatoriana de los años 1990. Y debo admitir que esa playlist —por aquel entonces en forma de un cassette— incluía Helter Skelter, de los Beatles, a mi gusto un antecedente más cercano al punk, del cual, espero, habrá oportunidad de escribir.
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