Seguimos estando en una realidad jodida, realmente violenta. No dejo de pensar en esas más de 1 300 personas asesinadas en El Salvador, en la última masacre en la que torturaron a ocho trabajadores en La Libertad, en el cobarde asesinato de Berta Cáceres en Honduras, en otro defensor mexicano que no dejan salir del país, en Guatemala y las bombas en día domingo, en los asesinatos de a diario, en los índices de pobreza más altos en unas décadas, en un presidente que vive de la publicidad de sus actos de caridad y en un sinfín de errores que van desde la designación de gobernadores y la elección de magistrados a la Corte de Constitucionalidad hasta, ¡chanananán!, ni leche ni pan en ningún lugar. Vaya si no somos el triángulo de la muerte, donde hay que cuidarse de todos e incluso del Estado, donde la confianza cotidiana es peligrosa y donde todo se hace con miedo.
Pareciera que todo está igual que antes del 2015, pero definitivamente yo no estoy igual que en el 2015. Lejos de pensar que soy el centro del universo, me reconozco en aquellos que dicen que el 2015 nos cambió algo adentro. Pero, incómoda, lo acepto porque intento entender qué fue lo que vivimos hace unos meses para entender qué va después de las plazas, al menos después de ese momento de la plaza de mi comunidad. He escuchado y leído muchas posturas críticas sobre ellas y, pidiéndome cabeza fría, sé que hay cosas que tendrían que haber sido hechas de diferente manera, como siempre que se evalúa el pasado. Sé que es necesario saber dónde fallamos y tener claro qué es lo que no hicimos bien para no pensar que todo fue perfecto en aquellos meses, que parecen ya un poco lejanos.
En lo personal, habría denunciado más al FCN y a los militares de las dictaduras del pasado que están hoy en el Estado. Habría llamado a ir a la plaza con más ánimo ese primer fin de semana de septiembre, sin miedo a quebrar el orden constitucional. Blablablá. Sin el talvez, habría apostado más fichas en el tablero a la articulación con organizaciones con las que es difícil confluir hoy y me habría preocupado un poquito menos de las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Bueno, y de la Embajada y de su papel en este país cuando hay toda una lógica que nos hace tan cercanos a los países del norte de Centroamérica. Y entonces para muchos nuestra democracia tiene director de orquesta con la partitura clara de lo que quiere que suene. Y aun así no hay habría que cuente, salvo el de la crítica que redirige nuestra acción política.
Creo que hubo quien se benefició con nuestra movilización genuina —sí, creo que fue y sigue siendo genuina y espontánea, aun la de las capas menos medias y la de las capas un cacho más altas de la ciudad capital—. Así lo demuestra el actual presidente de esta república, la cantidad de mafiosos que hay detrás de su partido y los que siguen saliendo por montones en las noticias de los medios. También lo veo en algunos diputados, de quienes, aunque lleven alrededor de 30 años en el Congreso, no es posible creer que estén hoy del lado del bien, abiertos a escuchar a la población y a dejar otro tipo de intereses por aquellos que busca la ciudadanía. Pienso que la indignación por la corrupción no fue suficiente —no lo será mientras no nos conduzca a hablar de los problemas estructurales e históricos—, y ahora muchos políticos hablan de no ser corruptos y se desviven por mostrarse probos. Y así, lo que parece se me hace que no es, pura fachada de devota conversión. ¿Qué hay detrás? ¿En qué les benefician esas demandas? ¿Por qué confiar ahora? Después de una historia de decepciones políticas es entregar mucho de lo poco que me queda a los políticos de siempre. Porque siempre el poder encuentra, en un país como este, la manera de adaptarse. Y, peor aún, nunca ha dejado de lograrlo. Ni hablar del espejo que pensamos quebrar como sociedad y que es menos frágil de lo que parece: seguimos siendo una sociedad conservadora, racista, polarizadora, y seguimos teniendo miedo a romper las reglas de una democracia que es de papel, tan perversa como la dictadura.
De ninguna manera voy a deslegitimar lo que pasó en todas y cada una de esas movilizaciones: porque vi gente trabajar sin descanso por que las convocatorias fueran contundentes, porque me topé con decenas de personas que querían una transformación profunda, porque en las aulas en el 2015 sigue siendo referente de participación y fundamentalmente porque de ahí surgieron procesos que no han terminado. Porque estamos organizándonos y esto me hace sonreír y trabajar con otros por el país que queremos.
Sin embargo, por eso mismo me intranquiliza que las demandas —pienso en las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos y en el esfuerzo de muchos por que sea posible lo que es tan necesario para una real democracia, pero que ha sido mutilada tantas veces, hasta orillarnos a la política de eso es lo que hay y mejor esto que nada— que surgieron de ese encuentro legitimen hoy el actuar y los intereses opacos de los políticos que para nada son los que este país necesita. Los veo hoy como los portavoces de la plaza. Me pregunto en qué realidad la crítica hacia ellos se vuelve su propuesta política y me extraña sobremanera la forma como la defienden y promueven. Es difícil encontrar los límites de las coincidencias de nuestros intereses, hasta dónde caminaremos y apoyaremos nuestras/sus demandas, cuándo nos prepararemos para que no haya otra desilusión y, peor todavía, que nuestra lucha no tenga nombre y no tenga porqué.
¿Estoy siendo muy negativa? ¿Se esfumó así por así el optimismo del 2015? Para nada. Estoy muy enojada con la realidad que vivo. No me siento cómoda. Menos cuando me da la impresión de que se pueden robar lo que construimos tantos mientras caminábamos por las calles de nuestras comunidades. Me sorprendo frunciendo el ceño: no me gusta que me utilicen y que me quiten las palabras de la boca para que hagan algo completamente diferente a su sentido inicial. Las plazas son para mí otra etapa de una lucha que heredamos de las tantas en la historia de la Guatemala explotada e injusta, pero esta vez se prendió la organización en la capital después de mucho silencio. Lejos estoy de intentar idealizarlas. En política, las fantasías las dejamos a los partidos políticos a los que les gustan las campañas electorales falsas. Pero, si debo hacer una autocrítica para avanzar —avanzar mejor, más fuerte, más certeramente—, pues que se venga con todo, que quiero aprender.
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