Varias organizaciones sociales asistimos a dicho diálogo con la idea de exponer algunas demandas favorables a los pueblos indígenas. Se le planteó al expresidente Cerezo que la DC tenía una deuda histórica con estos, ya que las filas de dicho partido y el triunfo electoral de este en 1985 se debían a la participación masiva de comunidades indígenas que años atrás se habían integrado a él.
Cerezo gobernó con un discurso populista, pero muy poco hizo por los pueblos indígenas. Por ello, en la reunión mencionada planteamos que su programa de gobierno debía incluir el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y asumir liderazgos de estos en los municipios y departamentos para optar a cargos públicos, especialmente en el Congreso.
Con su acostumbrada desfachatez, nos respondió que nuestro planteamiento no le interesaba, ya que ellos simplemente «buscaban gobernar de nuevo» y los apoyos que buscaban no eran planteamientos, sino votos. Al final fracasaron electoralmente. La DC ya no existe y no hay ningún legado importante de su gestión gubernamental, pero la familia Cerezo quedó bien posicionada explotando la cuestión ambiental y el desgastado e ineficaz impulso de la integración centroamericana.
El tiempo nos ha hecho comprender que personajes de este tipo le son útiles a la oligarquía e incluso son mantenidos por esta para distraer a la población con el populismo mientras se perpetúa el férreo control colonial de la finca Guatemala, donde se mantienen y amplían los privilegios coloniales como un derecho natural y hereditario. La brecha de la desigualdad se ha ensanchado entre las élites colonialistas y los pueblos indígenas, brecha ocupada por algunos del estrato de la mestizo-ladinidad que intermedian para mantener el estado de cosas. En esa franja se ubican figuras como Cerezo, familiares y sectores afines, en general la mayoría de los politiqueros, que piensan, hablan y operan el Estado colonial, pero no mandan.
[frasepzp1]
Estos personajes son los que hacen posible que las élites oligárquicas y racistas —los poderes fácticos— controlen el Estado y se aprovechen de este mediante la imposición ciega y violenta de su voluntad sobre una mayoría mantenida en la ignorancia, silenciada y temerosa. Son los voceros de esta élite y los diseñadores de imaginarios sociales implantados en la población para despertar ilusiones democráticas y fervores patrioteros.
Este es el caso de la integración centroamericana, que desde hace 200 años se plantea en el discurso como una vocación instilada en el pueblo y que en la práctica no se desea ni se puede concretar toda vez que los dueños de las fincas-Estado centroamericanas fueron los que propiciaron la ruptura del reino y la federación centroamericana por intereses económicos de linajes coloniales, situación que no ha cambiado por lo jurásico del pensamiento de las élites. Sin embargo, para eso está Cerezo: para hipnotizar, cual flautista de Hamelin, a la población y conducirla por veredas imposibles de transitar en tanto no se logre, primero, la integración de la diversidad interna de los Estados respetándola y valorando las especificidades.
Están celebrando los 30 años de existencia del SICA (Sistema de Integración Centroamericana), y con ello, como sucederá con la celebración de los 200 años de la supuesta independencia, la demagogia abunda, pero oculta la cruda realidad de nuestros pueblos, asolados por la pobreza, la desigualdad, el racismo y ahora también por la inhumana migración, el hambre y la pandemia del covid-19. Los Estados coloniales, sus élites y sus gobernantes no han podido llevar el buen vivir a los pueblos. Solo han sido discursos maximalistas, falaces, demagógicos y manipuladores.
En esa celebración no se menciona el fracaso del Parlacén. Se lanza la Carta por el futuro de la integración centroamericana, y Cerezo es la figura mediática encargada del discurso —cantos de sirena—, alejado de la realidad y ajeno a esta. Ni la comunidad europea pensó tan sutil y fútilmente la integración, como se plantea en la mencionada carta. En Europa, con menos demagogia, fue más posible la creación de la comunidad por el nivel de desarrollo material de los países miembros, no como las fincas centroamericanas, que adolecen de precariedad institucional, política, económica, social y cultural.
En la próxima columna analizaremos dicha carta.
Más de este autor