Los efectos más claros de la crisis se observan en las áreas de la salud y la economía. El número de contagiados y fallecidos, así como los trabajos perdidos y las actividades paralizadas, dan cuenta del impacto a nivel mundial y en cada país.
Sin embargo, es interesante considerar que estos efectos a escala global en la vida social también tienen un correlato en la vida íntima de las personas. Cada quien, desde su posición personal y social, elabora esta crisis a partir de cómo se ve afectada su vida y la de las personas a su alrededor. Un proceso que no es mecánico o lineal. Hay muchas variables que participan en esta elaboración subjetiva de la crisis: edad, sexo, ocupación, etc. Es necesario reconocer que existe una enorme plasticidad subjetiva y que hay muchas respuestas de carácter idiosincrásico.
Esto último no significa que no existan reacciones compartidas por muchas personas. Por distintas razones he podido hablar o conocer la experiencia de varias personas respecto a cómo han ido elaborando la crisis subjetivamente. Y hay algunas respuestas que se repiten.
Una es la alteración del sueño, posiblemente derivada de los cambios en los ritmos cotidianos del trabajo, del estudio, del transporte y de las comidas. La falta o disminución de actividad física y las preocupaciones alrededor de la crisis también influyen y provocan insomnio. Hay quejas de que no solo los adultos tienen problemas para dormir, sino de que les ocurre igualmente a los niños, quizá como reflejo de lo que les sucede a sus padres, pero también por condiciones propias como falta de espacios recreativos y de ejercicio, su percepción de la crisis o el mayor tiempo dedicado a estar frente a diversas pantallas (celulares, computadoras y televisores) [1].
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La crisis también se ha metido en los sueños de las personas al dormir: sueños que implican angustias como salir de la casa sin llevar la mascarilla que se sabe que se debe llevar, ser perseguidas por una entidad que se sabe o reconoce como la enfermedad provocada por el virus o tener contacto con personas que están infectadas y que buscan contagiar al durmiente (aunque las imágenes concretas provienen del teatro interno de cada quien).
Hay preocupaciones y angustias respecto a aspectos económicos o de salud, pero estos varían de intensidad, tono y contenido concreto. Hay quienes sienten mucho miedo por la salud de sus familiares de cierta edad y quienes están más angustiados por su situación laboral: tener o no tener trabajo, las condiciones en las que lo hacen y lo que pasa en este retorno a la normalidad. Frustraciones, enojo e indignación por las acciones del Gobierno también van creciendo y adquiriendo expresión, de nuevo [2].
No estoy seguro de que la pandemia provoque problemas específicos y permanentes en la salud mental en un gran número de personas, como algunas opiniones y artículos señalan. Evidentemente, situaciones como perder familiares, perder el trabajo o sufrir la enfermedad son cuestiones que afectan y pueden provocar problemas psicológicos importantes (más allá de las reacciones que aquí se señalan). Además, si hay personas que sienten que la situación las desborda afectivamente o que tienen más dificultades para sobrellevar sus actividades, lo ideal es que busquen algún tipo de ayuda, incluyendo la atención de un profesional (actualmente hay varios servicios de telepsicología a los que se puede recurrir).
El punto, no obstante, es que los efectos más importantes a nivel psicológico, por generalizados, no son problemas que puedan clasificarse como tal o cual trastorno, sino como derivados de una situación que se elabora subjetivamente mediante insomnios, sueños, angustias y muchos otros síntomas parecidos. Como los que cada uno de nosotros conoce.
[1] Esto es válido sobre todo para niños de sectores urbanos de capas medias. Habría que ver la situación de los niños de sectores populares y de áreas rurales.
[2] Una encuesta reciente de Prensa Libre indica que la aprobación de la gestión presidencial ha bajado bastante en cuatro meses de crisis.
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