En el caso de la pretensión por amnistiar a las personas que cometieron delito de genocidio, desaparición forzada y tortura (durante el conflicto armado interno de Guatemala) mediante la iniciativa de ley 5,377, se perciben rasgos de contumacia, de una patológica obsesión y una testarudez poco vistas en nuestra historia contemporánea.
¿Qué hay detrás de ello? Lo único que se me ocurre es el despliegue de una cortina de humo que medio esconda el triste horizonte que tenemos enfrente como país y como Estado.
Los diputados bien saben que la extinción de la responsabilidad penal no puede ser aplicada a los delitos mencionados. Y la normativa del derecho interno y de tratados internacionales ratificados por Guatemala tampoco lo permite. De tal manera, de ser aprobada la iniciativa en mención, al día siguiente se caería casi sola en la Corte de Constitucionalidad.
Así las cosas, no perderé el tiempo en argüir sobre lo indefendible, sino en el significado de cuatro palabras que hoy parecen difuminadas —si no desaparecidas— en la conciencia de los señores diputados. Se trata de las palabras vida, bien, inteligencia y sentimiento.
Veamos las razones.
Durante una charla con un preclaro jesuita, este me habló del concepto de universidad desde su propio enfoque (buscaba yo conceptos diferentes a los ya sabidos desde mi pregrado). Con mucha sencillez, él me dijo: «Es el templo donde la razón (inteligencia) se pone al servicio de la vida y donde el corazón (el sentir) acoge la verdad como un regalo a compartir». Y, en orden al papel de la universidad en el hoy y ahora de Guatemala y del mundo, me indicó: «Debe ser el vínculo por medio del cual la razón y el corazón se unan a los valores».
Resaltan en lo dicho las palabras vida, bien, inteligencia y sentimiento.
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La vida, en su noción más frecuente, está relacionada con la biología, pero la vida en tanto dinamismo «es el estado de actividad de los seres orgánicos y la fuerza interna que permite obrar a aquel que la posee […] vinculada a la capacidad de un ser físico de administrar sus recursos internos para adaptarse a los cambios que se produce en su medio». El bien «es lo deseable, lo opuesto del mal, que es lo no deseado. El bien es el fin de las acciones éticas. La parte de la filosofía que estudia las acciones humanas, calificándolas como buenas o malas, es la ética. La ética tiende al logro del bien». La inteligencia «es la capacidad de relacionar conocimientos que poseemos para resolver una determinada situación […] la etimología de la propia palabra, inteligere, está compuesta de intus (entre) y legere (escoger), por lo que podemos deducir que ser inteligente es saber elegir la mejor opción…». Según otros autores, la inteligencia procura siempre la verdad» [1]. Y el sentimiento «es un estado del ánimo que se produce por causas que lo impresionan, y estas pueden ser alegres y felices o dolorosas y tristes. Surge como resultado de una emoción que permite que el sujeto sea consciente de su estado anímico».
Ante esas arremetidas (como el intento de la iniciativa de ley 5,377) que no pueden venir sino de la miseria humana, yo me pregunto: ¿será posible que los señores diputados nunca hayan conocido esas nociones básicas de vida, bien, inteligencia y sentimiento? Porque, seguro estoy, sí saben del mal que hacen, sí saben que sus pataletas no van más allá de ser una pésima cortina de humo y sí saben que están destinadas al fracaso. Pero ¿qué hay del manoseo de la ética y de los sentimientos que provocan? Porque no solo ponen en trapos de cucaracha el Estado de derecho, sino que también resquebrajan los cimientos del Estado y desestabilizan el ánimo de las personas.
De vuelta al concepto de universidad desde un enfoque muy particular, ¿acaso se podría adaptar a la conformación de un Congreso donde la inteligencia estuviera al servicio de la vida y el corazón acogiera la verdad?
La historia no se puede desaparecer. Y si la paz es el afán de los diputados, bienvenido sea ese afán. Pero han de recordar que la paz solo puede ser fruto de la justicia, y no de un vulgar manoseo de las leyes.
Solo bajo tales condiciones la razón y el corazón podrán unirse a los valores. Y si no lo saben, pues tienen el resto de sus días para sentarse a estudiar. Digo, para su coleto, pues, para muchos de ellos, los días en el hemiciclo están contados.
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[1] Sánchez, Amable (1991). Introducción a la filosofía. Guatemala: Serviprensa Centroamericana.
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