Me concedieron el honor de comentar el Informe durante su presentación pública por lo que aprovecho este espacio para compartir una síntesis de mis apreciaciones.
Creo que el Informe ofrece una lectura fresca de la realidad mundial. Las interpretaciones que ofrece reúnen el talento de numerosos expertos y lo pone al alcance de nuestras manos para cotejar, esas interpretaciones, con nuestra realidad concreta. Es una síntesis de nuestras actuaciones globales y en ese sentido trata de revelar el impacto del modelo global que hemos establecido como sociedad, del conjunto de políticas que hemos impulsado, de la estructura de gobernabilidad mundial dominante y que, como dice el Informe, “no ocurre en un marco de simetrías perfectas, si no, más bien, a menudo debilita la opinión de países en desarrollo y excluye a grupos marginados”.
Su carácter global y su contenido también nos recuerdan y señalan implicaciones concretas, por ejemplo, que compartimos una misma casa y que ineludiblemente las actuaciones de unos afectan directa e indirectamente a otros. Esto es particularmente certero ahora que vivimos el cambio del clima. También hay múltiples ejemplos de esas dependencias a nivel regional, nacional y local. En nuestra realidad, gestionar el bienestar ignorando o siendo indiferentes a estas consideraciones, equivale a profundizar la inequidad y la insostenibilidad de nuestro sistema país.
Con respecto a sus planteamientos, el Informe retoma, y desde mi punto de vista relanza, el concepto de sostenibilidad y equidad. Plantea que “la sostenibilidad no es solo, ni en primera instancia, un tema ambiental”. Y eso es particularmente gratificante, sobre todo, porque le sale al paso a aquellos planteamientos reductivos que se enfocaron en poner parches ambientales a un sistema estructurado para, irremediablemente, agotar, degradar y contaminar la naturaleza. Retoma entonces, en consecuencia, la idea de que la sostenibilidad es esencialmente sistémica –no sectorial.
También señala que la sostenibilidad –del desarrollo, agregaría yo–; está íntimamente ligada a la equidad, entendida esta como “justicia social y acceso a mejor calidad de vida”. El Informe plantea que la dimensión ambiental y la equidad son aspectos deficitarios en la gestión global y nacional, tal como sucede en países como el nuestro, cuestión que también se ha puesto de relieve en múltiples informes nacionales.
El Informe también analiza intersecciones entre estas dos dimensiones deficitarias en gestión, sobre todo, cuando se refuerzan mutuamente y hacen más difícil a grupos marginados, como las mujeres y los niños, atender necesidades fundamentales vinculadas a la energía, el agua, la biodiversidad, el saneamiento. Es decir, plantea que una deficitaria gestión ambiental exacerba la inequidad, es un agravante, construye vulnerabilidad sistémica.
El Informe plantea con mucha contundencia que (i) “el aumento del ingreso se ha asociado con un deterioro en indicadores medioambientales cruciales, como las emisiones de dióxido de carbono, la calidad del suelo, y la cubierta forestal”; (ii) “la distribución del ingreso ha empeorado en muchas partes del mundo, incluso cuando se reducen la brechas en materia de salud y educación”. Con tendencias como estas, el Informe realiza algunas simulaciones, a partir de un escenario que captura efectos adversos del calentamiento global sobre la producción agrícola, el acceso a agua potable, saneamiento y contaminación. Bajo estas circunstancias, en 2050, el Índice de Desarrollo Humano podría bajar al menos un 8% con respecto al nivel de referencia –2010. Se reportan otros escenarios más severos.
Del análisis de algunos patrones en diversos países, el Informe ofrece algunas indicaciones para avanzar tanto en materia de Desarrollo Humano –que implica la expansión de opciones, libertades y capacidades–, como de equidad y de calidad ambiental. Este es el desafío. Yo diría que de tanta actualidad como aquellos asuntos que se refieren a la seguridad nacional.
En este sentido y con respecto a las implicaciones para Guatemala, pienso que debemos considerar, al menos, los siguientes aspectos: (i) asegurar que este desafío sea asumido como tal en las esferas de decisión política; (ii) evaluar las opciones y rutas que ofrece el informe; (iii) indagar la viabilidad de las mismas para nuestro contexto y fomentar la sinergia de estas, con las propuestas nacionales que son coincidentes pero que tienen el valor adicional de señalar sujetos y territorios concretos; (iv) analizar la viabilidad de que las mismas nutran nuestro ciclo de políticas públicas, (v) programar su aplicación, lo cual implica revisar su viabilidad financiera a la luz de un análisis de prioridades actuales.
Algunas de las opciones que generan sinergias positivas entre calidad ambiental, equidad y desarrollo humano y tienen que ver, en nuestro caso, con desafíos que parecen añejos, son; la dotación de energía moderna, la gestión integral del agua, la dotación de saneamiento básico, la gestión forestal integral, la restauración del territorio, la gestión del riesgo, entre otros. Me parece que esas opciones pueden impulsarse, entre otras estrategias, en el marco de planteamiento sobre “economía verde” que también es abordado en el Informe y que en esencia, establece que el tránsito, desde las economías insostenibles prevalecientes, hacia economías verdes, implica bajar las emisiones de carbono; utilizar los recursos naturales, ya severamente disminuidos, solo en aquellos casos donde su capacidad natural de auto recuperación no se vea comprometida y sobretodo; garantizar que los sistemas económicos sean socialmente incluyentes. La transición hacia una economía verde requiere el establecimiento de condiciones apropiadas así como recursos financieros. Este aspecto es importante traerlo al frente, porque cada país también tendrá que incrementar su creatividad para financiar los costos que plantean estas transformaciones. Que las frecuentes cantaletas sobre la ausencia de recursos financieros para corregir el rumbo, no nos impidan pensar.
En síntesis, si se trata de empezar a actuar con seriedad, el Informe ofrece múltiples posibilidades para enriquecer el diálogo. Debemos ser realistas y aceptar que el país, a causa de esquemas de gestión muy coyunturales en detrimento de horizontes bien marcados y alcanzables con base en procesos claramente institucionalizados, no ha logrado resolver muchas cuestiones elementales y ahora, como agravante, se enfrenta a desafíos más complejos.
Las preguntas que surgen son ¿Podemos revitalizar el Estado para asumir estos desafíos? ¿Podemos alcanzar los pactos sociales que viabilicen estas aspiraciones? El nuevo Gobierno tiene enormes responsabilidades frente a estos restos, pero también, es la sociedad informada y motivada por un presente y un futuro, sostenibles y equitativos, quien en última instancia tiene la palabra.
El Informe dice que “seguir haciendo las cosas como siempre no es equitativo ni sostenible”.
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