Si Alejandro Giammattei se contagió de covid-19, pues por supuesto se le desea, al igual que a cualquier persona, que el malestar sea el mínimo posible y que se recupere pronto. Bajo condiciones normales, el tema quedaría agotado allí.
Sin embargo, en el caso de Giammattei me parece notable e impresionante la enorme reacción de incredulidad y desconfianza ante la noticia del contagio. Los señalamientos de que se trata de una «cortina de humo», de un ardid para desviar la atención y encubrir los escándalos vinculados con Miguel Martínez, director ejecutivo de la Comisión Presidencial de Centro de Gobierno, son muchos más que las expresiones de solidaridad con el presidente enfermo. Personalmente, no conozco a ninguna persona que haya manifestado que crea que la enfermedad de Giammattei sea verdad.
Esta desconfianza se agudizó cuando Giammattei declaró públicamente que sus síntomas son leves, por lo cual continúa trabajando sin necesidad de activar las disposiciones de los artículos 161 y 189 de la Constitución Política de la República, según las cuales el vicepresidente Guillermo Castillo debe tomar posesión de la Presidencia de la República en tanto Giammattei se recupera de la enfermedad. Esta actitud del presidente se ha interpretado como otro capítulo del conflicto y la separación entre él y Castillo, en los que el primero ha marginado al segundo, e incluso se sostiene que Giammattei le ha trasladado a su protegido Miguel Martínez, de manera espuria, cuotas de poder que en realidad son atribuciones del vicepresidente.
De esta cuenta, en la opinión pública crece el convencimiento de que lo del supuesto contagio de covid de Giammattei es una mascarada muy conveniente. Por un lado, porque efectivamente ha desviado la atención de los escándalos que están afectándolos a él y a su protegido Martínez y, por otro, porque, con la supuesta levedad de sus síntomas y con el hecho de que hasta ahora no ha sido necesaria su hospitalización, él se mantiene aferrado al poder, sin cederle nada al vicepresidente.
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Por supuesto, todas estas son especulaciones, nada de ello está comprobado. Lo que es un hecho es que han alcanzado el nivel del convencimiento mayoritario en la opinión pública, con lo cual se evidencia la enorme desconfianza y la pérdida de credibilidad hacia Giammattei y su gobierno.
Con tan solo 8 de los 48 meses del período de gobierno transcurridos, esos niveles de incredulidad y desconfianza deben ser una advertencia muy seria para el presidente Giammattei, como un signo inequívoco de desgaste político temprano y adelantado. Es bien sabido que, en el ciclo político, el primero de los cuatro años de cada gobierno suele caracterizarse como de bonanza, en el que el gobernante goza de su máximo de apoyo ciudadano y popular. Con el paso del tiempo se desgasta, hasta que en las postrimerías de su gestión enfrenta niveles máximos de rechazo y desconfianza.
Es decir, la incredulidad y la desconfianza enormes por la noticia del contagio del presidente sugieren que la popularidad de Giammattei está tan desgastada que pareciera que estuviese terminando su gobierno, aun si el presidente ha dicho la verdad con relación a su enfermedad y a su condición de salud actual.
Y, como seguramente todo politólogo confirmará, la credibilidad y la confianza ciudadanas son un capital político que, una vez perdido, es extremadamente difícil de recuperar. Es difícil viabilizar una ruta creíble en la que Giammattei corrija el rumbo de su administración, más cuando se lo ve desafiante y plenamente dedicado a su protegido Martínez, en vez de hacer lo que debe hacer.
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