Un par de metros adelante de nuestro vehículo, un hombre empuja una carreta llena de fruta entre el tráfico que avanza con lentitud a las afueras del Estadio Olímpico Metropolitano, al ecléctico ritmo de una combinación de la Fiesta pagana de Mägo de Oz y una versión de El naufragio de los colombianos Diamante Eléctrico (2019) con la voz de Alison Mosshart cantando en español, con el acento de una turista regateando por artesanías.
Al igual que Barranquilla, que creció con el comercio a través del Magdalena, San Pedro Sula lo hizo con la llegada del banano a la costa atlántica de Honduras. Tal vez por eso el trazado de sus calles es el reflejo de uno de los pocos intentos de un ordenamiento urbano que se registra en la región.
En los últimos días me ha hecho compañía un ejemplar de Los capos (2005), de Ricardo Ravelo, que obtuve en algún viaje que preferiría olvidar —y que por eso mismo se vuelve recurrente en la memoria— a lo que entonces era el DF. El libro es un retrato de la estructura del narco antes de la guerra iniciada por Calderón.
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Sus páginas son ricas en imágenes de avionetas volando por debajo del radar y aterrizando en pistas clandestinas, así como en retratos de fiscales, jueces y autoridades penitenciarias en la nómina de algún prisionero que ejerce como autoridad de facto de un penal hasta su fuga. Incluye también relatos de camiones escoltados por policías o militares, de caciques que muestran su repentina riqueza entrando a un restaurante caro y pagando la cena de todos los comensales, pasando por esas corporaciones de capitalización inmediata que se adaptan a los códigos de servicios de inteligencia: una compartimentación que no le permite a nadie saber más de lo que es necesario.
La lectura de Ravelo se antoja un fetiche en épocas en las cuales la memoria histórica de los países del Triángulo Norte se guarda en los expedientes de una fiscalía en Nueva York y las imágenes de sus páginas se parecen demasiado a lo que narran las noticias de los periódicos de esos tres países. Los testimonios de colaboradores eficaces y los peritajes de analistas financieros que leen y rastrean los códigos de transacciones bancarias han desnudado las estructuras del poder, en las cuales parecen haberse insertado aquellos grupos otrora emergentes, que fueron capaces de completar una transición del modelo de los caciques al de los nietos con maestrías y estilos de vida menos suntuosos.
¿La crisis se ha estacionado o simplemente, como los huracanes a causa del cambio climático, evoluciona más lentamente mientras devasta todo con lentitud?, me pregunta alguien mirando la destrucción de Dorian sobre las Bahamas, y yo no sé qué responderle. Prefiero sumergirme en la magistral interpretación de Too Bad (2019), de los Rival Sons, que se convierte en un alivio temporal mientras reviso mis apuntes. Una canción de un amor tan desesperado no puede ignorarse con facilidad.
Al final del día, los Henry’s Funeral Shoe, con Same Boat, Different Sail (2019), me hacen compañía mientras abordo otros dos aviones antes de volver a Guatemala. Las incógnitas están abiertas.
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