Este es el método que, según versados en el tema, se traduce más adelante en la Umkehrung (inversión) que Marx utilizará para estudiar la reproducción del capitalismo en las sociedades occidentales que atravesaban procesos tempranos de industrialización. Muchísimo tiempo más tarde, Althusser (y su escuela estructuralista) hace una distinción más precisa y propone que todo lo que no puede ser demostrado como conocimiento científico es ideología. Ya que los alcances de este artículo no pretenden ser académicos, elaboraré una definición operativa del término teniendo en cuenta las escasas referencias planteadas arriba.
Desde una perspectiva crítica, podemos definir la ideología como un concepto analítico que permite estudiar el modo mediante el cual una realidad parcial es utilizada para manipular la interpretación de una realidad más amplia y crear así las condiciones de posibilidad para su reproducción y perpetuación. El objeto de recurrir a esta breve introducción teórica consiste en poder analizar más holgadamente el fenómeno que se está dando en la actualidad relacionado con la denominada Línea 2.
Posiblemente ya sintiéndose acorralado, en una de sus últimas alocuciones como presidente de la república de Guatemala, Otto Pérez Molina señaló una de esas realidades que son tan evidentes, pero que han quedado cubiertas bajo un manto ideológico tan complejo que resulta extremadamente difícil desentrañar. De alguna forma el expresidente nos recordaba que para bailar tango son necesarios dos.
Sin embargo, más allá de lo que haya dicho Otto Pérez, muchos sospechamos que en este caso los actores que bailan son muchos más. En consonancia con esto, en este artículo se propone que cierta posición ideológica, que se disfraza de dogma jurídico, puede llegar a reducir a su mínima expresión el caso de la gran defraudación y dejar de lado la complejidad del problema que nos atañe.
En este sentido, se puede establecer que la versión judicialista propondrá que la Línea 2 se reduce a un pequeño grupo de importadores de origen chino y árabe. Pero la pregunta de fondo es si esa posición corresponde a una realidad más amplia y compleja o, si al reducir el espectro investigativo, se está cumpliendo una función ideológica muy específica.
Yo estoy convencido de que, si el debate sobre la gran defraudación se queda en esta versión minimalista de chinos y árabes, lo que se logrará es utilizar una realidad parcial para distorsionar una realidad mucho más profunda. Es decir, la explicación que al parecer será proveída desde el derecho cumplirá un efecto ideológico muy específico. Althusser escribió extensamente al respecto. Proponía que existen ciertas instituciones estatales que cumplen activamente una tarea de ideologización de la realidad. A estas instituciones las denominaba «aparatos ideológicos de Estado». En otras palabras, si terminamos aceptando que el problema de la gran defraudación fiscal se reduce a los importadores arriba mencionados, el derecho cumplirá su función ideológica como si estuviera siguiendo las instrucciones de un libro de texto althusseriano-funcionalista.
Ante la posibilidad de que cada vez se adquiera más conciencia de cómo una realidad parcial oculta una realidad más compleja, han empezado a surgir explicaciones parcializadas que no hacen otra cosa que continuar con el proceso de ideologización del fenómeno al que nos estamos refiriendo. Una de estas explicaciones consiste en afirmar que los sectores tradicionales de poder han logrado afectar tanto las normativas jurídicas del Estado que para ellos ya no es necesario efectuar defraudación fiscal a gran escala. De esta forma se propone que, al vincular a los sectores tradicionales de poder económico al caso La Línea, se está hablando desde la ideología o se está cayendo en algún tipo de teoría conspirativa. ¿Acaso no es al revés el asunto? El problema es que, en efecto, si se quiere establecer una vinculación entre estos grupos económicos de poder tradicional directamente con el caso de la Línea 1, puede llegarse a conclusiones falsas. Querer forzar otra conclusión sería un error metodológico imperdonable. Sin embargo, mi querido amigo Heini Villela me indicaba un punto muy interesante.
«Quizá el problema es que se quiere vincular la Línea 2 al caso de los contenedores, pero la Línea 2 ópera de forma distinta», decía. «Su evasión no es por medio del contrabando, porque al final necesita incrementar costos y demostrarlos para bajar el ISR. La Línea 2 opera a través de la evasión en la facturación de las ventas, ya sea para venta interna o para exportación. Y el problema con esto es que no se requiere de una organización dentro del Estado, como en el caso de los contenedores».
Heini aporta elementos para empezar a abordar la complejidad de este debate buscando evadir la reproducción de una práctica ideológica. Nos encontramos, entonces, ante un problema formal básico. Con Julio Fonseca concluíamos que una de las equivocaciones más grandes de quienes pretenden aplacar el debate de la Línea 2 consiste en pretender encontrar en esta una imagen especular (algo así como el reflejo en el espejo) de la Línea 1. Este problema, entonces, es importante abordarlo recurriendo al más básico de los sentidos comunes. Si formalmente la Línea 2 no puede ser identificada por el método especular que hasta el momento parece estar dominando el análisis, tenemos que elaborar métodos de investigación más eficaces, que nos permitan comprender su complejidad.
El día de ayer yo hacía una analogía en este sentido. Me parecía interesante que, como sucedió en el caso del genocidio, hay quienes se apresuran a negar la existencia de un sistema (no una estructura idéntica a la que existía en la Línea 1) de defraudación que ha quedado signado como la Línea 2 (igual podemos darle el nombre que queramos; eso es lo de menos). En el caso de genocidio, la primera reacción de muchos negacionistas fue afirmar que en Guatemala no había sucedido tal cosa, ya que las características de genocidios como el de los judíos en Alemania no eran equiparables en forma a las características de lo que sucedió en la región ixil. Uno de los logros más importantes del Ministerio Público y de los querellantes en ese caso consistió en demostrar cómo las características de lo acaecido en dicha región tenían su propia forma y que esta evidenciaba la existencia de un genocidio. Es decir, el carácter ideológico del planteamiento original del negacionismo pudo revertirse gracias al empeño de investigadores que no se quedaron conformes con una explicación formalista y especular y que desarrollaron una serie de métodos eficaces para desvelar lo que el discurso ideológico trataba de ocultar. (Y esto no quiere decir, bajo ninguna circunstancia, que quienes niegan la existencia de un fenómeno como el de la Línea 2 sean los mismos que niegan el genocidio).
Esta analogía me parece fundamental porque estoy convencido de que, si el sistema de justicia se queda tranquilo con la explicación de los chinos y los árabes, cumplirá a cabalidad la función ideológica que Althusser le había reservado al derecho. Ahora, si el sistema de justicia tiene un compromiso profundo con desentrañar los mecanismos mediante los cuales se reproduce la defraudación a gran escala y cómo estos se enquistan en la prolongación de la impunidad y la corrupción, deberá resistir a la tentación ideológica de querer terminar su investigación en los 9.99. Dado el caso, tendríamos un sistema de justicia que trasciende la ideología. Asimismo, como sociedad, tenemos la responsabilidad de demandar de nuestras autoridades que todo esto llegue al fondo del asunto para que todo lo alcanzado no quede clausurado como un efecto refractario imposible, que ha sido producido y clausurado por una aplicación mediocre del derecho.
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