Buscó estar solo, sin sus cuidadores a quienes hizo distanciarse. Con su muerte trágica, el “Presidente no electo del Organismo Judicial”, como le llamó una colaboradora cercana en las honras fúnebres, pone en evidencia –sin decirlo–, las lacras del sistema.
Durante los funerales del Juez Barrientos, los discursos oficiales del sistema, destacaron su aporte a la reforma positiva de la justicia en Guatemala y en otras partes del continente. Nosotros debemos a su inteligencia y sabiduría, esquemas como el sistema de juzgados pluripersonales que son un mecanismo que maximiza los recursos logísticos en función de la administración de justicia. De su ingenio también surgió la instalación de los Tribunales de Mayor Riesgo, como una respuesta a los riesgos que vivían jueces locales a merced de estructuras criminales o enfrentados a sectores poderosos indiciados por crímenes de lesa humanidad.
Pero no sólo allí aportó el Juez. En la vida fructífera que como profesional gestó, destaca su participación en formular el Código Procesal Penal que representó el paso significativo hacia el sistema acusatorio. Desde la Presidencia de la Cámara Penal del OJ, realizó aportes valiosos que contribuyeron a la estandarización de la gestión penal en varios distritos judiciales.
La tragedia del Magistrado inició cuando uno de sus vástagos resultó sindicado de integrar una red de trata de personas, niñas, abusadas sexualmente. Un crimen execrable que impactó escandalosamente en la vida profesional y privada del juez. En esta sociedad acostumbrada al uso del poder como lanza o escudo, no faltaron las voces que en público y privado insinuaron y luego afirmaron que el Magistrado buscaría utilizar sus vínculos para salvar al sindicado.
La experiencia vivida con Ofelia de León, madre de Roberto Barreda, sindicado de la desaparición de Cristina Siekavizza, alimentó esos temores infundados. De León, ex presidenta del Organismo Judicial (OJ), estando fuera de la judicatura, logró mover hilos de tribunales para asegurar la fuga de su hijo delincuente y procurarle impunidad a él y a la red que le protegió.
Barrientos por el contrario, pese a que al momento del escándalo era Presidente de la Cámara Penal, no traicionó sus responsabilidades como funcionario del sistema de justicia. El peso de la piedra que su hijo le colgó del corazón, fue utilizado perversamente por sus propios compañeros de la judicatura.
Durante el proceso de selección de la presidencia del OJ, llegaron a ofrecerle salvar a su hijo si cambiaba su voto, a fin de que la balanza se inclinara en favor de la propuesta de la corrupción. El juez se mantuvo firme y, una vez más, sin traicionar su función ni su principio de vida.
Pero los males no vienen solos y un retoño más del Magistrado, su hija, resultó envuelta en redes de robo de inmuebles. Una piedra más que empujaba el peso de la vida para el juez. Con este nuevo hecho, la creencia de que podría ceder a intereses espurios, llevó a la carga a sus compañeros jueces quienes buscaron que les acompañara en actos de corrupción.
Pretender sobornarle era, junto a la saña con la cual le atacaron quienes se valieron de los crímenes del hijo para deshacerse del padre, un insulto gigantesco para el hombre y para el profesional que había dedicado su vida a mejorar el sistema de justicia. Ese sistema del que nos hemos quejado como sociedad y cuyo cambio paulatino, en particular en las mejoras introducidas, tiene un nombre inobjetable: César Ricardo Crisóstomo Barrientos Pellecer.
Se fue quedando solo. Como ser humano, porque sus hijos quebrantaron el sistema que él buscó proteger. Como profesional, porque sus colegas se aprovecharon de su dolor y pretendieron –sin éxito–, torcer la vida recta que había tenido. Como ciudadano, porque le dejamos vivir en solitario el escarnio perverso de los pregoneros de la muerte. En ese espacio de soledad, en la muerte encontró la salida al callejón que le empujaron, al abismo al que le lanzamos.
La salida que encontró a la tenaz y malvada cacería a que le sometieron, ha de constituirse en llamado de atención a reflexionar. Sobre el aporte que hizo, no sólo con su prolija vida profesional sino, particularmente, con el legado de su conducta y honorabilidad. Triste, muy triste su dolor y su muerte. Dignos, inmensamente dignos, su vida y su legado.
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