Dentro del decálogo aprobado por los participantes, el número 2 dice: «Memoria, sociedad y democracia: reconocer la verdad y aplicar la justicia contribuyen a establecer el Estado de derecho, pilar fundamental de las sociedades democráticas. La memoria como aprendizaje, reflexión y debate público permite desarrollar una identidad posconflicto y proyectar la sociedad hacia el futuro».
Las organizaciones preocupadas por la verdad histórica y la memoria colectiva develaron atrocidades cometidas por el poder público en Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala en sus recientes conflictos internos como reacción a las luchas de dignificación y reivindicación de la población por sus duras condiciones de vida y por el mal uso del poder político y económico que hacen los gobiernos, coludidos con empresarios retrógrados, militares violentos y religiones silenciadas o en complicidad, y con una cauda impresionante de desaparecidos, muertos, exiliados, perseguidos y familias afectadas, todo ocultado o tergiversado por la historia oficial.
Lo dramático es que ha sido así desde 1524, cuando los invasores escribieron las relaciones de sus conquistas (pintando de heroísmo los genocidios) en nombre de Dios y del rey. En la actualidad, la historia se hace en función de la patria, la nación, el Estado, la propiedad privada, la independencia, las revoluciones y el orden social (aunque sea el orden colonial violento y depredador). Esos imaginarios son construidos desde el poder para consumo de los gobernados (colonizados). Es más: las guerras, los muertos, la violencia, la polarización y la ideologización que se dan en los estratos bajos de la estructura social, económica, religiosa y militar (los pueblos indígenas han sido las principales víctimas, aunque no las únicas) se hacen en nombre de esa historia oficial, de sus símbolos y significados.
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La enseñanza de la historia es deficiente, y la poca que se aprende es la que construyen los colonizadores, cuyas cajas de resonancia son los medios de comunicación, el sistema educativo y las religiones, pues les preocupa que la población se entere de las verdades históricas, especialmente de las de violencia, racismo, manipulación y explotación. Es en la época moderna (y muchas veces gracias a académicos extranjeros) cuando se develan con más asomo de objetividad los retazos históricos ocultos y silenciados, que sin embargo lucen desarticulados y aislados contextual, académica y políticamente.
La divulgación de estudios, eventos e informes favorecidos por las redes sociales y el desarrollo científico aumenta y rompe el blindaje de silencio o sesgo que impone el poder. Sin embargo, las historias de horror y terror para mantener los privilegios coloniales son tantos, tan violentos y de tan larga data que muchas veces, por temor, provoca en la sociedad el rechazo de los intentos de búsqueda de la verdad, no digamos de la cruda verdad. Sin embargo, la verdad llega tarde o temprano.
Se ha intentado despojar a los pueblos indígenas de historia y memoria de manera violenta. La religión, católica y protestante, impone sus creencias, y los pueblos han desarrollado diversas estrategias de resistencia utilizando todo el simbolismo superficial cristiano para mantener vivos la memoria y los valores. Detrás de la tragedia cristiana, de íconos y significados asumidos, subyace «la visión cosmogónica sobre cuyas bases descansarán, en adelante, la totalidad de los valores de los pueblos mesoamericanos» [1].
Por ello los esfuerzos de luchar por la memoria y la historia no deben focalizarse únicamente en el reciente conflicto armado interno, ya que nos enajena de otros procesos colonialistas violentos similares en los últimos 500 años. Tenemos que enhebrar los retazos que se van recuperando y visibilizando, pues son hechos que marcan la línea de la continuidad histórica. Esa violencia inicial marcó para siempre a la sociedad que allí nació y que será, en adelante, por los siglos de los siglos, su razón de ser.
El fracaso del Estado y la indolencia de la sociedad ante su precariedad material, ciudadana, espiritual, de valores y de esperanzas, así como la débil democracia y otras afecciones sociales, son «la mejor invitación para que remontemos el camino de nuestra vida colectiva y obtengamos de ella, sin ayudas colonialistas, las respuestas vitales que —al decir de un autor de nuestro agrado— nos hagan dueños, y no siervos, de nuestra historia» [2].
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[1] Guzmán Böckler, Carlos (2019). Colonialismo y revolución. Guatemala: Catafixia.
[2] Guzmán Böckler, Carlos (2016). Donde enmudecen las conciencias. Guatemala: Catafixia.
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