Preocupación es el sentimiento que Al Husein expresa repetidamente al repasar algunas áreas de frágil observancia, como la garantía de derechos humanos a poblaciones vulnerables y marginalizadas —entre ellas, jóvenes y pueblos indígenas—, la protección de operadores de justicia y de activistas de derechos humanos y ambientales, las amenazas contra periodistas, y la inseguridad y la violencia. En su opinión, de seguir con este patrón, se podría poner en riesgo el impulso que se ha logrado en los últimos años para redirigir al país por su senda democrática y de fortalecimiento de su Estado de derecho.
Lo más alarmante, a mi parecer, es la crudeza de esas dos realidades, de esos dos países que observa y que para muchos no son nuevos. Guatemala sigue siendo un país de profundos contrastes y desigualdades, que golpean brutalmente el tejido social y la viabilidad de una sociedad en la que unos siguen teniendo demasiado mientras otros apenas logran sobrevivir cotidianamente. Seis de diez guatemaltecos viven en la pobreza absoluta, casi la mitad de los niños menores de cinco años padecen de desnutrición crónica y cuatro de cada diez mujeres indígenas son analfabetas. El abandono del Estado en inversión social y su incapacidad en la mediación de la conflictividad social a raíz de descontentos nuevos y ancestrales son apabullantes.
¿Qué hacer?
Esa también sigue siendo la gran interrogante que tirios y troyanos no logran resolver en esta encrucijada que va más allá del tema de la lucha contra la corrupción, que lógicamente hoy ha ganado tantos adeptos en múltiples sectores e inclinaciones ideológicas. El combate de este flagelo es tan popular como lo eran antes las teletones o como lo es hoy el McDía Feliz. Pero ¿por qué la lucha contra las desigualdades y contra la pobreza no despierta el mismo nivel de apasionados seguidores?
Poco antes de ser asesinado, Martin Luther King decía que el combate de la pobreza era una nueva fase del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Decía que al país no le había costado un centavo integrar los espacios públicos o garantizar el derecho al voto de los negros, pero que atacar la pobreza iba a costarle millardos de dólares a la nación.
Algo similar pasa con la lucha contra la corrupción: la monumental labor de la Cicig y el trabajo que ha realizado para fortalecer el sector justicia no le han costado mucho dinero al país. Los fondos para la comisión, como muchos explican llenos de gozo, provienen mayoritariamente de la cooperación internacional. Por carecer de información, no se sabe muy bien cómo se financiaron las jornadas ciudadanas convocadas por #JusticiaYa que desaforaron al exmandatario Otto Pérez en el 2015. Seguramente contaron con el apoyo internacional y con donaciones particulares, igual que las causas filantrópicas que gustan a las capas medias, pero no le costaron ni un centavo al Estado.
Pero, a la hora de invertir en su recurso principal (o sea, la población y el futuro del país), las clases pudientes tradicionales y emergentes son culturalmente agarradas, codiciosas, y operan todavía con referentes mercantilistas y usureros. La corrupción les da excusa para seguir siendo así, aunque sus connacionales vivan en condiciones infrahumanas, pues el altruismo es insuficiente ante tanta necesidad.
Y para muestra, un botón. En este paraíso desigual, como indica el economista Jonathan Menkos, el hecho de que «la carga tributaria del país (10.4 % del PIB) es la segunda más baja a nivel mundial y privilegia con el no pago de impuestos a quienes ostentan más riqueza» no parece quitarle el sueño a ninguno.
Como en la novela de Charles Dickens Historia de dos ciudades, Guatemala se debate en una dualidad permanente en la cual, con aterradora preocupación, se oye un eco: «Era el mejor de los tiempos. Era el peor de los tiempos: […] la era de la luz y de las tinieblas, […] la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada […]».
Con el mismo ahínco con que luchamos contra la corrupción debemos atacar la pobreza del presente y del futuro.
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