Ambos niños y la madre, víctimas de Roberto Barreda de León, padre y esposo. Como si se tratara de un guión de misterio de alto voltaje, el probable asesino así como secuestrador, ha logrado evadir a la justicia y la ley de Guatemala y otros países. Para lograr su éxito, ha sido uno de los tantos beneficiaros del sistema de impunidad estructurado en Guatemala desde hace décadas.
Treinta y un años han pasado desde que el niño Marco Antonio Molina Theisen fuera arrancado del entorno de su hogar, de los brazos de una madre quien, al igual que la madre de Cristina, ha vivido en el dolor y en la agonía más de tres décadas de ausencia. Un niño, el niño de Guatemala, fue secuestrado por las fuerzas de seguridad en su casa en la ciudad de Guatemala, una mañana del otoño chapín y no ha habido respuestas. Tan solo el silencio, como única melodía acompañando la sinfonía de la impunidad, para mantener la zozobra.
Tres décadas se cumplieron este marzo, desde la captura y desaparición de Emil Bustamante, también detenido por fuerzas de seguridad en 1982. Al igual que las familias Siekavizza y Molina Theisen, la hermana de Emil ha mantenido encendida la llama de la búsqueda de su ser querido, arrebatado de los brazos familiares, de su hermana, de sus hijas, de sus amigas y amigos. También ha quedado en la telaraña de la impunidad sin que, pese al tiempo transcurrido pueda saberse su paradero.
Las y los desaparecidos de ayer, más de cuarenta mil según las tímidas cifras oficiales, representan cada una y cada uno, sendas heridas en los corazones de sus familias, de sus amistades, pero también de esta sociedad que sigue viviendo la perversa decisión gubernamental de negarle el derecho a la memoria. Cifras que resultan tímidas porque se construyen con los datos de las familias que se atrevieron a denunciar pero que guardan un “subregistro” de hombres, mujeres, niñas y niños (algunos a punto de nacer al momento de la captura o secuestro de sus madres), que son parte de los detenidos desaparecidos, doblemente desaparecidos.
Sobre esas heridas, algunas ya convertidas en llagas profundas por el tiempo transcurrido, vuelven nuevas lastimaduras a lesionar la piel de esta sociedad lacerada. Llegan con las imágenes de un reportero gráfico gravemente lesionado al cumplir con su labor, sin protección, en medio de una trifulca policial con estudiantes. Llegan también con profusión por vías alternas o a cuenta gotas o sin llegar, por los medios tradicionales, imágenes de jóvenes heridas y heridos, perseguidos con saña ante el cierre de espacios efectivos de diálogo para discutir por una reforma educativa que alterará en definitiva sus propias vidas y las de quienes vienen más adelante.
Cristina lleva un año desaparecida y el éxito en la procura de impunidad para su agresor ha emergido de las redes a las que Ofelia de León de Barreda, madre del victimario Roberto Barreda, ha tenido acceso. Redes construidas hace más de tres décadas y que anidaron las estructuras que se llevaron a Marco Antonio, a Emil y a las 40 mil víctimas detenidas desaparecidas del conflicto armado. Redes que han logrado extender brazos hacia el poder político anterior y actual y que se garantizan ejercer la política del garrote como herramienta de gobierno.
No entender que negar las atrocidades pasadas o ningunearle a las víctimas la justicia es indispensable para que los crímenes no se repitan, solo puede ser dogma para las mismas cabezas que las diseñaron y que hoy día detentan el poder en el aparato de Estado. Los Romeo Lucas García, los Efraín Ríos Montt, los Oscar Mejía Víctores, los Carlos Arana Osorio, los Germán Chupina Barahona o Donaldo Álvarez Ruiz, entre otros asesinos y victimarios, encuentran a sus sucesores en las estructuras que ahora cobijan a Ofelia de León y a su hijo Roberto Barreda. Estructuras que en definitiva llevan más de tres décadas en los distintos espacios del sistema de justicia y que seguirán operando para proteger a los nuevos rostros de la represión que arremeten contra estudiantes pero que conviven casi maritalmente con el crimen. Por eso es necesario ahondar en la búsqueda de la verdad para refrescar la memoria, pero también para desenredar los nudos de impunidad que al igual que protegen a los criminales del pasado hoy día contribuyen a que no avance la investigación y el proceso para encontrar a Cristina.
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