En cualquiera de los casos es importante hacer un ritual de despedida, porque en la medida en que nos despedimos podemos volver o recordarlos. El ahora será tan rico como las etapas que hayamos cerrado.
Estoy a pocos días de mudarme de ciudad. Washington DC es una ciudad vibrante, una ciudad que está en proceso de renovación. Esta renovación es parte de una tendencia en muchas ciudades del mundo de regresar al centro, de ser más urbana y tener menos suburbios. Los empresarios inmobiliarios están apostando por repoblar el centro construyendo muchos edificios y, la administración de la ciudad invierte para que ésta sea caminable y bicicleteable.
Como parte de mi ritual de despedida, he visitado mis lugares favoritos, y he tratado de observar qué es lo que me hace sentir tan feliz en ella. Caminar tranquila, a cualquier hora, es quizá a lo que más me acostumbré. Levantarme en la mañana e ir a correr por la ciudad para empezar el día y, saber que a cualquier lugar se puede ir caminando me dio una libertad que nunca había sentido. Aprendí a revisar compulsivamente el estado del clima, pero ni la nieve, la lluvia, el viento o el sol me impidieron andar en la ciudad.
Pero lo que más me gustó fue adueñarme de mi barrio, Foggy Bottom. Éste es un barrio universitario en el centro de Washington DC y es el nombre de la estación de metro más cercana de mi casa. El silencio colectivo del metro en invierno es algo que voy a guardar en mi corazón. Subirse al vagón y ver cuál es la lectura de moda porque más de dos personas en el mismo vagón van leyendo lo mismo es algo mágico.
Encontrar en las librerías espacios agradables, de valores compartidos pero mucha diversidad también enamora. A pocas cuadras de mi casa había una pequeña librería comunitaria en donde nos reuníamos distintas personas, unos llevaban libros, otros los iban a prestar y muchos solo estaban, huían del frío de la calle y se refugiaban en un cómodo sofá.
La primavera me vino a alegrar el corazón y a Foggy Bottom también. Los pajaritos y los cerezos en flor cambiaron el paisaje. Luego, en el verano el barrio se llena de niños. Ver a los papás a media mañana llevando a sus niños curiosos de aprender a los museos Smithosionians y, los grupos interminables de adolescentes conociendo por primera vez su ciudad capital es algo común. En otoño, a las afueras del metro se instalaba, todos los miércoles, un “farmers market” (mercado) en el que vendían todo tipo de fruta y verdura local, jaleas, pan hecho en casa y muchas flores.
Las noches en el metro también son divertidas, el barrio Foggy Bottom es el corazón de la Universidad George Washington y, no hay noche que no se encuentre en los alrededores jóvenes saliendo de fiesta. El barrio está vivo y yo me lo disfruté.
Sé que en Guatemala no voy a tener lo mismo, que el cambio me va a incomodar. Pero eso es cambio, no se cierran etapas sin reacomodo. Espero algún día poder sentirme en mi barrio en la ciudad de Guatemala. Sé que esos son procesos colaborativos, de descubrimiento y observación, y eso es lo que me llevó en la maleta.
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