A lo largo de esa vida, dedicada a la búsqueda del niño de 14 años detenido, secuestrado y desaparecido por el Ejército de Guatemala, su familia, un ejemplo de dignidad y lucha, no ha dejado de buscarlo ni de reclamar saber su paradero.
El niño, el más pequeño retoño del matrimonio Molina Theissen, además de sobresalir en sus estudios, manifestaba aficiones y calidades artísticas que anunciaban a un creador en ciernes. Era un cúmulo de promesas para sus padres, sus hermanas y esta soci...
A lo largo de esa vida, dedicada a la búsqueda del niño de 14 años detenido, secuestrado y desaparecido por el Ejército de Guatemala, su familia, un ejemplo de dignidad y lucha, no ha dejado de buscarlo ni de reclamar saber su paradero.
El niño, el más pequeño retoño del matrimonio Molina Theissen, además de sobresalir en sus estudios, manifestaba aficiones y calidades artísticas que anunciaban a un creador en ciernes. Era un cúmulo de promesas para sus padres, sus hermanas y esta sociedad tan necesitada de profesionales capaces y honrados.
Todos esos sueños y posibilidades quedaron truncados el 6 de octubre de 1981. Ese día, un comando militar llegó a la casa de la familia, agredió a la madre del niño, Emma Theissen Álvarez de Molina, y secuestró a Marco Antonio. Era un operativo militar que contó con la planificación de los integrantes de la dirección de inteligencia militar, en ese entonces bajo el mando de Manuel Antonio Callejas y Callejas, quien rendía cuentas al jefe del Estado Mayor General del Ejército, Benedicto Lucas García.
Dicho operativo se impulsó y ejecutó en una reacción de venganza por parte de un Ejército que no pudo perdonar que otra de sus víctimas, Emma Guadalupe Molina Theissen, se hubiera escapado de sus garras un día antes. La semana anterior al secuestro de Marco Antonio, el 27 de septiembre de 1981, Emma Guadalupe, una militante de la resistencia a la dictadura, fue registrada en un retén del Ejército. Al encontrársele documentos de su organización, fue retenida en el lugar y luego trasladada a la base militar de Quetzaltenango, comando castrense a cargo de Francisco Luis Gordillo. En el sitio, Emma fue sometida a torturas que incluyeron violencia sexual como una práctica habitual del servicio de inteligencia militar. La unidad estaba a cargo de Hugo Zaldaña Rojas, quien respondía a Edeliberto Letona Linares.
Los cinco oficiales militares, Lucas García, Callejas y Callejas, Gordillo Martínez, Letona Linares y Zaldaña Rojas, enfrentarán juicio en debate oral y público convocado para el 1 de marzo. A partir de ese día, y con base en el calendario fijado por el tribunal que lo conduce, testimonios y peritajes de la acusación y de la defensa serán presentados.
A lo largo de las audiencias se volverá a evidenciar cómo la violencia sexual era un elemento de estrategia militar contrainsurgente. Una práctica que se afianza en la lógica de que el cuerpo de las mujeres ha de ser profanado como mecanismo para sostener el poder de quien controla a una población. En esa misma lógica se ancla el despojo de los niños de esas poblaciones. De ahí que las estructuras de trata con fines de lucro hayan nacido en esa etapa y se sostengan hasta hoy en día. Este último mecanismo también pretendía arrancar de raíz la semilla de las poblaciones bajo control. De esa manera, las niñas y los niños, si no eran vendidos como mercancía, eran utilizados como fuerza de trabajo esclava, robados y educados con el desarraigo total de su identidad o, en el peor de los casos, ejecutados.
Más de 5,000 niñas y niños, entre ellos Marco Antonio, continúan sin aparecer hasta hoy en día. Como la familia Molina Theissen, sus familias esperan respuesta. Por eso el debate oral y público por este caso, que incluye delitos contra la humanidad en el campo de la violencia sexual, la tortura y la desaparición forzada, es emblemático. La justicia de Guatemala tiene la obligación de retribuir a la digna familia Molina Theissen el daño causado. Y esa retribución tiene que ser encontrar los restos del niño que un día amargo fue arrebatado de los brazos de su madre. Solo así la justicia y la sociedad guatemalteca podrán ver a la cara a quienes por más de tres décadas solo han buscado saber la verdad y encontrar al niño de Guatemala.
Más de este autor