Me imaginé a Mohamed Atta antes de abordar unos de los aviones del nueve once, pero no. Era otro presidente más de este siglo impostor. Pantomima de Marcel Marceau, pero sin gracia, sin elegancia, sin austeridad.
No se puede ser un asceta de estos tiempos cuando apareces con los corifeos de botas militares y gatillo fácil mientras las cámaras te enfocan en el preciso instante en que el dios eterno, el creador del cielo, la tierra, la muerte, la violación, el coronavirus, las cruzadas, ...
Me imaginé a Mohamed Atta antes de abordar unos de los aviones del nueve once, pero no. Era otro presidente más de este siglo impostor. Pantomima de Marcel Marceau, pero sin gracia, sin elegancia, sin austeridad.
No se puede ser un asceta de estos tiempos cuando apareces con los corifeos de botas militares y gatillo fácil mientras las cámaras te enfocan en el preciso instante en que el dios eterno, el creador del cielo, la tierra, la muerte, la violación, el coronavirus, las cruzadas, las blasfemias, Sodoma y el ornitorrinco te dice «paciencia, mi Buki», porque le tiene confianza y lo trata con cariño, además de que Nayib debe de cantar muy bien las rancheras, la música norteña, la bachata, los boleros.
Las revelaciones divinas seguidas minuto a minuto en Twitter, quedando como historia de Instagram, como videíto de Tiktok, lo sacro, el acto de gobernar, los mensajes del mas allá, las tablas digitales de la ley de los profetas de la cobardía y la impostura siendo consumidas por seres hipnotizados por piedrecitas planas que cambian de colores y figuras mientras, sentados en el inodoro, le damos like a la primera vez que un presidente recibe una instrucción de Diosito, que dejó de proteger a un niño de ser atropellado por poner atención al salvador de la patria chiquita, vecina de un no país, finca eterna, bautizada como república desde hace ciento noventa y nueve años.
[frasepzp1]
Seguro que muchos presidentes le tienen envidia. No han logrado ajustar sus agendas con Dios para poder reunirse con él y dar una conferencia conjunta en vivo, en directo y a todo color, como decían antes cuando transmitían las peleas de boxeo de Sugar Ray Leonard, de Mano de Piedra, de Alexis, de Alí. Ahora ya no hay box en la tele, solo alcaldes en calzoncillos en escenarios implantados en el corredor seco de la desnutrición y la muerte, en coliseos de polvo donde bandas hicieron la paz por unas horas, para ver por fin a uno de los suyos en televisión sin estar esposado y escoltado por agentes rubios y altos, con pantalones beige y camisas Polo azul.
En estos tiempos ligeros de mensajes políticos de un verbo, un sustantivo y tres adjetivos para que quepan en un tuit, para que Donald pueda hacerlo y sus electores no se pierdan en conceptos socráticos, en divagaciones de Schopenhauer, en el hombre de Nietzsche, en la indignación de Hessel, llegamos a la culminación del metamensaje: «Paciencia». Sustantivo femenino abstracto. Ya no hace falta más. Solo una palabra. Ya no hacen falta ni siquiera que sea verbo o la belleza de un adjetivo ocurrente. Aunque, pensándolo bien, Nayib no tiene la culpa. Eso es lo que le dijo el dios de los salvadoreños en la sala azul de la asamblea un domingo al mediodía, y, como ser sumiso y obediente que es, así se lo transmitió al pueblo elegido. Cuatro mil años pasaron entre Moisés y Nayib. Qué bendición haber cargado mi teléfono y tener plan de datos de Claro para ver este hito religioso en directo.
A llenar, pues, iglesias, templos, garajes, casas de oración, galeras, champas, carpas, explanadas, salones sociales, hoteles. A arrepentirse, que el fin de los tiempos está cerca. Solo hay que tener #PacienciaDiceDios.
Más de este autor