Se hizo muy común escuchar en la televisión a analistas, especialistas y estudiosos de la materia que en su vida ni siquiera habían visitado algunas de las plazas involucradas en esta guerra. Desconocían completamente el contexto sociocultural del norte mexicano e ignoraban —deliberadamente— las razones tanto históricas como contemporáneas que explican el surgimiento de la delincuencia organizada.
Uno de los más graves errores cometidos de forma deliberada en el proceso de comunicación de la estrategia calderonista fue la distorsión de la realidad a manos de analistas que conocían lo que sucedía en México solamente por medio de libros y de pseudomodelos.
Y, en cierta forma, es precisamente lo que está sucediendo con relación al tema de la supuesta islamización de Europa. Para muestra, un botón. En el siguiente enlace, usted puede leer una repuesta en sátira de la televisión francesa contra los analistas estadounidenses que afirmaron que algunos distritos de París son exactamente iguales a Irak o Afganistán: http://www.rawstory.com/rs/2015/01/must-see-tv-french-show-eviscerates-credibility-of-fox-news-clowns-for-comparing-paris-to-iraq/
Incluso, a nivel de las universidades, es increíble el altísimo número de estudiosos de la política comparada que reinterpretan realidades foráneas sin al menos dominar el idioma referente al contexto de estudio. Así las cosas, ¿qué tanto se puede hablar del islam —y de sus dilemas internos— sin entender las dinámicas del mundo musulmán?
Es importante que la pregunta anterior tenga respuesta, en concreto si nos interesa comprender por qué algunos jóvenes europeos se han radicalizado. Hago la salvedad de que, entre los 1.5 billones de musulmanes que hay en el mundo, no es posible afirmar que las visiones más literalistas del islam constituyan el giro dominante. Entre las comunidades musulmanas en Europa, y concretamente en Francia como la mayor de ellas, tampoco puede decirse que el islam salafista o wahabí sea la corriente dominante. Sociólogos como Anouar Abdel Malek y Edward Said, poco citados pero necesarios para hacer lecturas no alienadas, coinciden en que los tres errores típicos de quienes intentan comprender el universo islámico son el esencialismo, el historicismo y el textualismo. Si las tres categorías anteriores se suponen como inamovibles y unicausales, resulta claro entonces por qué las sociedades del mundo musulmán se contemplan como algo estancado en el pasado. Por el contrario, la evidencia apunta a que, en efecto, existen comunidades religiosas musulmanas en Occidente de orientación liberal en la forma como interpretan el texto sagrado que sin embargo logran un acoplamiento a las demandas de una sociedad democrática. En términos generales, el islam no resulta incompatible con la libertad política o con la democracia.
El problema, como lo hemos apuntado, aparece cuando las condiciones socioeconómicas y sociopolíticas condicionan a los jóvenes musulmanes a buscar interpretaciones mucho más literalistas. Pero esas interpretaciones —que no siempre están conectadas con la ejecución de la violencia— tienen de fondo una profunda orientación hacia la justicia. Por eso leemos en el Corán: «Dios ordena ser equitativo, benevolente, y ayudar a los parientes cercanos. Y prohíbe la obscenidad, lo censurable y la opresión. Así os exhorta para que reflexionéis» (Corán 16:90).
Por eso es que, aunque parezca increíble, los primeros actos realizados por organizaciones detestables como ISIS —Estado Islámico de Irak y el Levante, por sus siglas en inglés— son eliminar los vicios de corrupción dejados por los regímenes políticos anteriores, impartir justicia y restaurar los servicios básicos en las comunidades pobres. En contextos como el francés es impresionante darse cuenta de que muchos de los jóvenes abandonados por el sistema educativo, por la política social y por el proyecto de Estado europeo tienen un profundo sentido de justicia en relación con sus comunidades, así como el profundo deber de resistir un sistema injusto viviendo apegados a principios de fe que son la única salida de vida. ¿No tienes trabajo? Tienes tu fe, tu comunidad y tu sentido de pertenencia. Tu primer deber es hacer la yihad interna: la lucha personal de un creyente para cumplir con sus deberes religiosos. La palabra árabe haqq tiene dos significados: verdad y derecho, en el sentido de justicia.
Siete de cada diez jóvenes franceses en las cárceles de Marsella son musulmanes, buena parte de ellos por delitos risibles. ¿Qué les queda? Pues, en efecto, la lectura más literalista de un texto que expresa: «Por cierto que enviamos a nuestros mensajeros con las pruebas evidentes e hicimos descender con ellos el libro y la balanza de la justicia para que los hombres sean equitativos» (Corán 57:25). Cuando esta es la situación de vida, las interpretaciones radicales que hacen de la yihad un acto físico-violento están a solo un paso. De hecho, los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly —el terrorista que secuestró el viernes a una quincena de rehenes en un supermercado judío de París— crecieron y vivieron en distritos parisinos muy complicados por las condiciones socioeconómicas.
Los radicales no ganan la guerra ofreciendo kalashnikovs de puerta en puerta, sino ofreciendo un sentido de vida y una explicación a existencias llenas de miseria y limitaciones. Si, en efecto, el reto es que sean rechazadas, la única forma es transformar las condiciones de vida material de estos colectivos. Solo así, entonces, las palabras libertad y democracia tendrán algún sentido que pueda significar pan en la mesa, dignidad en el trabajo y sentido de futuro.
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