En sus partes conceptuales, hace reflexionar sobre situaciones concretas que se dan y pueden dar en nuestra sociedad al momento de plantear el entendimiento de la cosa pública.
En el lenguaje cotidiano se ha asimilado “público” con “estatal”, o sea que: el Estado es la cosa pública, o solo es público aquello que está en manos del Estado; y se renuncia a la responsabilidad individual sobre las cosas comunes, dejándola en manos de una institución social. Veríamos con el tiempo si esta es una renuncia al ejercicio activo de la ciudadanía, o es que se ha expropiado esa capacidad de construir activamente la red de relaciones que crea el espacio político.
Se debería tender a que el país tenga una concepción de lo público como un acto de responsabilidad colectiva y dotar de una presencia fuerte y estructurada. Además de responsable a lo que se ha venido denominando “sociedad civil”, de esta manera se puede aportar a la creación del capital social del sistema y de los individuos.
En Guatemala, la participación de los ciudadanos en la cosa pública (no necesariamente en la administración del Estado) ha venido a menos. Una explicación que puede ser obvia, se da con los efectos de la guerra interna, durante la cual se desestimularon todas las formas de organización ciudadana posible. El sector agrícola es un buen ejemplo de cómo el Estado intervino para desalentar la formación de asociaciones, cooperativas, sindicatos del campo, etcétera. Que se organizaban para atender necesidades propias de las comunidades, especialmente en lo productivo, montando instituciones gigantescas como los antiguos DIGESA (Dirección General de Servicios Agrícolas) y DIGESEPE (Dirección General de Servicios Pecuarios), quienes satisfacían las necesidades, desde semillas mejoradas hasta vacunas para gallinas. Una vez disueltas estas instituciones, en el marco del adelgazamiento del Estado, y las poblaciones baldadas en su capacidad organizativa sobre asuntos de interés común, se crea un bache de enormes dimensiones para recuperar esas capacidades.
De hecho, en el documento citado se menciona como anécdota a las Comunidades Populares en Resistencia de Guatemala que desarrollaron formas de organización y condiciones vitales que les llevaban a construir cosas y sobrevivir en común. Cuando retornaron, y ya instaladas en el área de Ixcán, sostiene el autor del documento que las cosas cambiaron como resultado de la llegada de la cooperación internacional y fuertes subvenciones de los organismos multilaterales y ONG, que castraron en pocos meses la necesidad de cooperación, cambió el espacio público y la cosa común, trasladó esa responsabilidad a un plano institucional y burocrático, se sustituyó la forma de implicación en lo común por un papel similar de estas instituciones al del Estado.
Pero además del papel del Estado o la cooperación en retirarnos la vocación de participación ciudadana, las generaciones jóvenes han crecido en un contexto de sociedad de consumo, que los dotan de unas características que los equiparan y empaquetan con el resto de las sociedades globalizadas, funcionando al mismo ritmo marcado por el mercado, siguiendo patrones y tendencias influenciados por el marketing de todo tipo; que quita el interés por lo público, fomenta el individualismo y se adentra en el remedo de democracia cuando las campañas electorales son diseñadas como grandes ejercicios de marketing, sin discutir propuestas o ideas; lo que se cultiva son sensaciones y afectos.
No es raro entonces, que en ejercicios aparentemente simples como elegir a la junta de padres de familia en un colegio, o la directiva del condominio donde vivimos, o en donde a usted se le ocurra, nos sentemos en la fila de atrás, dispuestos a dejar eternamente en el puesto a los voluntarios que dieron el paso al frente, y nos dispongamos a criticarlos por sus acciones y a desconfiar de sus intenciones. Pero eso sí, firmemente determinados a no involucrarnos en lo público, que toca la puerta y rodea nuestra casa pero no nos importa.
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