Poco o nada se dice respecto a cómo se echó a andar tal afirmación, quién lo hizo y con qué finalidad política. Tratando de encontrar una respuesta a tales cuestionamientos, podemos decir, en principio, que la prédica a través de la cual se sostiene la obsolescencia de esa confrontación forma parte del triunfalismo neoliberal, que desde finales de los años 80 del siglo pasado planteó el «fin de la historia» al caer el Muro de Berlín, desmembrarse la URSS y desaparecer el bloque de países socialistas de Europa del Este [1].
En términos políticos, el fin de la historia significó el abandono de la confrontación fundamental entre socialismo y capitalismo y su sustitución por las formas en las que se debe desarrollar este último y solucionar los problemas que tal desarrollo trae consigo. Esto quiere decir que, desde esos tiempos, los partidos políticos, en su totalidad, para estar en capacidad de participar en la realidad política en la que les toca estar, deben moverse y actuar en el campo que corresponde e identifica a la derecha, lo que, en cuanto a los partidos que se dicen o son catalogados como de izquierda, significa que tienen que hacer a un lado y olvidar sus otrora planteamientos de izquierda sustentados en el marxismo-leninismo y sus posteriores desarrollos. Pero la historia nos dice que tal alejamiento no tiene su origen en el planteamiento del fin de la historia y que tampoco ese fue su punto final.
Históricamente, desde el momento en que los grupos de izquierda decidieron convertirse en partidos políticos para buscar el poder, desecharon, con tal proceder, la vía armada propuesta por el marxismo-leninismo y aceptaron la vía política que ofrece la democracia burguesa. Pero, si bien aceptaron participar con base en las reglas de juego de la derecha, mantuvieron los fines políticos que los identificaban como partidos de izquierda: buscar el poder por la vía electoral para establecer, por ese medio, regímenes socialistas. El origen de esta orientación política se remonta al período de posguerra, y su autoría y puesta en práctica se deben a los partidos comunistas de la Europa occidental, que conformaron un movimiento político que se conoció con el nombre de eurocomunismo. Estos partidos, al asumirla, se distanciaron de los partidos comunistas de la Europa oriental, que habían alcanzado el poder por la vía armada. Todos, sosteniéndose en la idea de que el cambio del modelo capitalista por el socialista se podía lograr por la vía política, buscaron su legalización como partidos políticos y participaron activamente en los procesos electorales de sus países. Paradójicamente, ninguno de ellos alcanzó el poder.
La teoría política registra, desde la aparición del eurocomunismo, dos vías para alcanzar y sustituir el capitalismo por el socialismo: la vía revolucionaria o armada y la vía política o electoral. A esta última hay quienes la llaman vía de la revolución democrática. Los grupos que siguen la primera conforman lo que se ha dado por llamar la izquierda radical. Por lo general, son de naturaleza político-militar y actúan en la clandestinidad. Los que asumen la vía política conforman lo que actualmente se denomina izquierda electoral, dado que su principal actuación se da en los momentos electorales. Estos grupos, como paso previo, para poder participar en las contiendas electorales, deben obtener su registro como partidos políticos.
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Entre los años 50 y 60 del siglo pasado, pero siempre dentro de los países de la Europa occidental, aparecieron nuevos actores en la izquierda electoral. Partidos políticos que se identificaron como de izquierda y se autodenominaron socialdemócratas sustituyeron su objetivo de luchar por el establecimiento de regímenes socialistas por el de alcanzar a conformar un capitalismo social de rostro humano. Luego vinieron los democristianos, los socialcristianos, los verdecologistas, etcétera, que llenaron de posibilidades el espacio ideológico que separa la izquierda de la derecha e inventaron el centro (ausencia de ideología), la centroderecha (ideología capitalista y políticas favorables al desarrollo del capitalismo) y la centroizquierda (ideología capitalista y políticas para suavizar los negativos efectos del capitalismo).
El espectro político que se creó en el espacio que separa los extremos derecha e izquierda es grande. Todos los partidos políticos que lo ocupan tienen, de común denominador, la búsqueda del desarrollo a partir del desarrollo del capitalismo y están separados por la forma en la que tal cosa debe lograrse. Quienes en esa búsqueda plantean la consecución de satisfactores para la población en general modificando un tanto el orden económico, social y político establecido (el statu quo) se denominan o autodenominan partidos de izquierda. Cuando los planteamientos están estrictamente orientados al desarrollo del capitalismo y, por lo tanto, al mantenimiento del statu quo, se dice que son de derecha. Esta inmensa gama de expresiones ideológico-políticas posibilita, por un lado, la proliferación de partidos políticos y, por otro, la conformación de alianzas de todo tipo. De ambas cosas, en los últimos años, abundan los ejemplos en América Latina.
En la actualidad, ¿qué ha pasado con todo ese mosaico de la izquierda? En lo que toca a América Latina, puede decirse que solo en Cuba y en Venezuela existen partidos políticos de izquierda que plantearon y están impulsando el socialismo en sus respectivos países. En Bolivia no es del todo evidente el avance al socialismo que predica y lleva en su nombre el partido que llevó al poder a Evo Morales. En varios países, entre los que se encuentra principalmente Chile, se intentó establecer el socialismo, pero dichos intentos fueron militarmente abortados. En casi todos existen grupos políticos que se reconocen como comunistas, pero a la mayoría de ellos se les niega su inscripción legal por el solo hecho de que mantienen como su objetivo fundamental el establecimiento de regímenes socialistas.
Por lo tanto, puede decirse que la izquierda electoral, aquella que se originó por la influencia del eurocomunismo y que buscaba el establecimiento del socialismo por la vía electoral burguesa, está desapareciendo porque los pocos que lograron entrar al sistema político electoral lo están abandonando y en muchos casos se están articulando con aquellos a los que no se les ha permitido entrar. Ambos se replantean el regreso a la vía no electoral y, aunque muchos analistas piensan que no hay condiciones para ello, es cosa que comienza a ser discutible.
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Puede decirse que el Brasil de Lula, la Argentina de los Kirchner, el Uruguay de Mujica y el Ecuador de Correa contaron con gobiernos de izquierda que modificaron un tanto el statu quo, pero que nunca plantearon la sustitución del capitalismo. Varios de ellos se reconocen como de ideología socialdemócrata y sus gobiernos fueron reconocidos como antineoliberales. Esta izquierda electoral, en los momentos actuales, está en peligro de extinción, ya que muchos de sus militantes han caído en la trampa del fin de la historia y han terminado sujetándose a los cánones del neoliberalismo capitalista.
En otros países, en los que han gobernado partidos de izquierda en las últimas tres décadas, entre los que se encuentran Chile y varios de los países centroamericanos, se ha consolidado el capitalismo a partir de la aplicación de políticas neoliberales. Si bien la mayor parte de esos gobiernos y sus respectivos partidos políticos son militantes de la democracia cristiana, del socialcristianismo o del ecologismo político o cercanos a estos, también los hay que se asumen como socialistas. Son grupos políticamente eclécticos a los que se debe que, desde los años 90 del pasado siglo, izquierdas y derechas estén dedicadas a lo mismo y tengan objetivos comunes. Son los que han dado lugar a pensar que ha perdido sentido y validez centrar los análisis políticos en la confrontación entre izquierdas y derechas, ya que todos los partidos se han sumado a los postulados neoliberales.
En los últimos años ha aparecido un elemento nuevo, producto del salvaje desarrollo del capitalismo y de lo planteado por el fin de la historia. Se ha despertado la ambición de los políticos, cuya mayoría supone que desarrollar el capitalismo significa o consiste en lograr su propio enriquecimiento, lo que ha dado lugar a una nueva forma de acumulación basada en los altos niveles de corrupción que se generan en las instancias gubernamentales. En virtud de ello, la confrontación política se ha modificado de nuevo y consiste ahora en la lucha que se da entre los buenos y los malos, los anticorruptos y los corruptos, los honrados y los sinvergüenzas. Para los partidos políticos que actualmente componen la izquierda electoral, el problema del desarrollo ya no es el injusto modelo económico que nos rige desde la época de los movimientos de independencia y tampoco lo son las actuales políticas neoliberales. Es la corrupción, a la que, desde luego, por la forma en la que se produce, se le ha agregado la impunidad.
Así pues, asumir los planteamientos neoliberales o plantear la lucha contra la corrupción como el único y exclusivo programa de los partidos de la izquierda electoral significa que estos han dejado de ser partidos de izquierda porque con ello se están comportando como partidos de derecha o, mínimamente, están cayendo en su juego. Para esas izquierdas, si se les puede seguir llamando así, ha llegado el fin de la historia. El vaticinio neoliberal se ha cumplido: han muerto como izquierda electoral.
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[1] Fukuyama, F. (1989). El fin de la historia.
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