Una de las tormentas era de origen frío, la otra era de origen caliente y las causas de que el Andrea Gail se haya dirigido al ojo del superhuracán van desde la desesperación de su capitán por lo mal que marchaba el negocio de la pesca (en un intento de rehacerse económicamente) hasta el desconocimiento de la fuerza que se tenía enfrente.
Mejor (o peor) parangón no puede haber para Guatemala. Hoy nuestro país está en la ruta de dos tormentas muy próximas a encontrarse. Una corresponde al pésimo manejo que se ha hecho de la pandemia por parte del Gobierno central, y el ojo de ese huracán es el escándalo relacionado con las vacunas Sputnik, que siguen siendo un limbo para todos los guatemaltecos. Explicaciones van y vienen. Continúa la incertidumbre en cuanto a su cronograma de entrega, el número de contagios a causa de la covid-19 va en aumento y no se vislumbra vacunación masiva a corto plazo. La otra concierne al huracán político desatado por la fiscal general Consuelo Porras al haber destituido el pasado viernes 23 de julio a Juan Francisco Sandoval Alfaro, jefe de la Fiscalía Especial contra la Impunidad (FECI). Este torbellino tiene no uno, sino varios ojos dentro y fuera del país (el Departamento de Estado de Estados Unidos incluido), y sus consecuencias a la fecha son imprevisibles a causa del pésimo manejo que le dio a la crisis la misma fiscal general.
En ambos entramados se perciben sorprendentes niveles de vacuidad en quienes los lideran. Pareciera que Alejandro Giammattei y Consuelo Porras no tienen ni la menor idea de que la pandemia en Guatemala sigue en ascenso y está cobrando más y más vidas humanas. A uno se le ve inaugurando tramos carreteros, anunciando el lanzamiento de monedas para conmemorar el bicentenario de la independencia y adjetivando de «150 gentes» a las masas que están exigiendo su renuncia. La otra sigue desafiando a la comunidad internacional (de manera muy particular, a Estados Unidos de América) y a la población guatemalteca que la rechaza. Pareciera no advertir que ya existen dos solicitudes de antejuicio y una acción constitucional de amparo en contra suya.
[frasepzp1]
A diferencia de los huracanes descritos en la película La tormenta perfecta —inevitables de por sí—, las tormentas que tenemos enfrente pudieron haberse impedido. Yo insistí hasta la saciedad (en mayo de 2020) en que no era el momento de pelear entre nosotros. Y en un artículo publicado el 7 de marzo dije: «Como guatemalteco en el ejercicio de mis derechos y obligaciones, y como médico en ejercicio de la profesión (y, como tal, expuesto a padecer de covid-19), hago un llamado a las personas responsables de la debacle que estamos viviendo para que no sigan llamando a la oscuridad. La población está desesperada, irritada y colérica. Un chispazo puede detonar una conflagración que, lejos de solucionar nuestros problemas, nos hundiría más en ese suampo donde ya estamos empantanados desde los últimos mandatos gubernamentales». Me refería en aquella ocasión a la crisis reflejada en las elecciones de las cortes en medio de una de las peores pandemias que ha conocido la humanidad. Y ese ambiente de conflictos ha cobrado vigencia otra vez, no precisamente por culpa de la población.
Por ello reitero el cabal concepto del mal según lo explica Morris West: «El mal es sereno en su enormidad. El mal es indiferente a la argumentación y la compasión. No es simplemente la ausencia del bien; es la ausencia de todo lo humano, el orificio negro en un cosmos desplomado en el cual incluso la faz de Dios es eternamente invisible» [1]. Lo hago porque pareciera que el mal ha hecho nido en medio del Gobierno, y sus funcionarios no se han dado cuenta de que ese dinamismo nunca paga bien. No en balde proviene del padre y señor de la mentira.
¿Habrá tiempo de que le planten cara? Solo ellos sabrán.
* * *
[1] West, Morris (1996). Desde la cumbre. La visión de un cristiano del siglo XX. Buenos Aires: Javier Vergara Editor, S. A. Pág. 125.
Más de este autor