Esa nueva normalidad implica desde visiones diferentes de los estratos médicos, sociales y económicos hasta «aprender las nuevas formas de convivencia con la posibilidad de transmisión del coronavirus»[1]. Sin embargo, para Guatemala (y muchos países tercermundistas), el horizonte es muy distinto al del resto del mundo. La nueva normalidad está rebosada de indolencia y falta de conciencia. Esos perversos escenarios (indolencia y falta de conciencia) fueron fraguados a partir de la primera hora de la pandemia. Comenzaron con los dislates de los principales mandatarios y repuntaron en las personas negacionistas de la pandemia, entre ellas, los contumaces antivacunas quienes sin tener un solo argumento válido hicieron gala de su estulticia provocando con sus bulos un enorme caudal de confusión y, en consecuencia, muchos infectados y quién sabe cuántos fallecidos.
Así las cosas, la humanidad ha pagado un alto costo en esta pandemia de COVID-19, carga provocada no solo por el virus del SARS-CoV-2 sino también por las falencias humanas que han sobreabundado desde el 11 de marzo de 2020 (cuando la enfermedad se reconoció como una peste de alcance mundial). A causa de esas falencias (entre muchas otras) las secuelas personales y colectivas de la enfermedad van para largo.
Como en todos los desastres, las cifras de la acometida son disímiles. Se sabe de entre 6 y 18 millones de fallecidos en el globo terráqueo (las fuentes son diversas). En Guatemala se registraron ya más de 19,700 decesos, documentándose una tasa de letalidad (fallecidos con relación a los casos confirmados) de 1,77 %[2].
¿Qué hacer entonces ante este nuevo panorama? Para responder a esta pregunta debemos entrar en intelección de nuestra realidad. Revisémosla a continuación.
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1. Los guatemaltecos tenemos que caer en la cuenta de que estamos navegando solos. El gobierno (Organismo ejecutivo) ha sido un desastre igual o peor que la pandemia, las cortes (Organismo judicial) son ilegítimas y los diputados (Organismo legislativo) son ignorantes y procaces. Entiéndase a la sazón, los tres Organismos del Estado tienen intereses ajenos a nosotros, la población afectada a la que tendrían que deberse.
2. Los usuales programas preventivos de salud tienen algún rezago porque el personal sanitario está agotado. Asimismo, están priorizando aquellas acciones que sirven para mitigar el impacto de la pandemia.
3. De la enfermedad provocada por el virus del SARS-CoV-2 ya sabemos bastante, pero nos falta mucho por conocer. Es una enfermedad reciente y su futuro es imprevisible. No obstante, tenemos ya claridad con relación al recién llamado Síndrome post-Covid-19 (Covid prolongado) que concierne a esos síntomas persistentes que perduran por semanas, meses y quizá vayan a prolongarse por algunos años. Hay pacientes que padecieron de COVID-19 a inicios de 2020 y aún sufren las secuelas.
4. Esa sintomatología afecta de manera indistinta a personas que han padecido la enfermedad en sus formas grave o leve. Va desde molestias ya conocidas por la población, como el cansancio que se percibe desde el tercer o cuarto día de la enfermedad, hasta la pérdida de memoria, presencia de ansiedad y depresión, trastornos del sueño y tos persistente (entre los síntomas y signos más comunes).
De nuevo la pregunta, qué hacer entonces…
En Guatemala coexisten cuando menos, cinco escuelas facultativas de medicina y enfermería a más de otras atinentes a las ciencias conexas con la medicina. Ante la indolencia del Estado sería oportuno que un cuerpo colegiado proveniente de esas escuelas contribuyera generando políticas de salud (asertivas y sin intereses particulares) que, de aplicarse, permitiera hacerle frente a esa «nueva normalidad» que en nuestro país se traduce como apatía y maldad. Esas políticas tendrían que abarcar desde planes educacionales partiendo del cero absoluto hasta la prevención y el tratamiento de problemas concernientes a la salud mental de la población. La Academia salvaría así su responsabilidad histórica porque la operacionalización de cada una quedaría, por precepto constitucional, en manos del Estado. Este a su vez, tendría una oportunidad para rehacerse.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
[1] file:///C:/Users/Juan%20Guerrero/Downloads/ey-nueva-normalidad-covid-19.pdf
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