Empecemos por las características epidemiológicas.
Richard N. Adams, refiriéndose a información muy puntual del tratadista David McCreery, dice: «David McCreery considera que la epidemia ingresó en Guatemala, más o menos de forma simultánea, desde México y desde el Caribe a lo largo de la línea férrea de Puerto Barrios y que se afirmó rápida y vigorosamente en el altiplano occidental, desde San Marcos hasta Chimaltenango. Anota que “el virus, tal vez porque viajó en los rieles más que a pie, excepto por algunos casos aislados, surgió al principio en el norte y no reapareció de forma severa sino hasta meses más tarde”» [1].
Significa que el ingreso del virus fue por las vías más utilizadas para ingresar al país y que en la primera oleada diezmó muy particularmente a la población mayadescendiente que trabajaba en las fincas cafetaleras. No hubo tratamiento específico, y las recomendaciones para paliar la enfermedad fueron medidas higiénicas, uso de mascarillas y distanciamiento físico.
Consecuencias en la economía.
La devastadora epidemia fue reconocida como una amenaza para el estatus económico del país porque la economía pivotaba sobre la agricultura, las cosechas de café y el sistema laboral. Ha de recordarse que entonces Guatemala era una especie de Estado cafetalero-finquero. Como muestra, Adams cita el informe anual de 1918 del jefe político de San Marcos, documentado en el Archivo General de Centroamérica: «Por causas de fuerza mayor e imprevistos, la cosecha de este año de café será menor que el año pasado. En las zonas de La Reforma y San Diego la diferencia es muy marcada por los daños que ocasionaron los fuertes vientos que azotaron los cafetales. En plena cosecha estábamos cuando la epidemia de la influenza invadió simultáneamente todas las fincas de la zona cafetalera del departamento, cuyo flagelo causó graves daños quitando la vida a muchos brazos que indudablemente harán falta a la agricultura. Hubo, pues, necesidad, por más de un mes, de desatender la cosecha y por lo tanto la pérdida fue inevitable» [2].
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Nótese que se lamentan la desatención de la cosecha y los menoscabos económicos, pero no la pérdida de vidas humanas.
El descalabro político.
De acuerdo con diversos tratadistas, Manuel Estrada Cabrera (El dictador de los 22 años) tuvo tres posturas entre 1917 y 1920. Al principio de la epidemia, nada hizo (excepción hecha de gritar, regañar y echarle la culpa al pueblo por sus malos hábitos higiénicos). Luego, cuando comenzó a resentirse la economía, aceptó que sí había un problema monumental por falta de mano de obra (barata, cuando no gratis) y en consecuencia quiso emprender algunas acciones. Este intento fue la tercera postura: proveyó de servicios sanitarios básicos a la población urbana (pero no a la rural) para paliar su impopularidad. Y la disconformidad de la población siguió en aumento. Fue depuesto el 15 de abril de 1920.
Características sociorreligiosas (a manera de colofón).
El cardenal Rafael Merry del Val (purpurado que tenía muchos amigos en este país) estaba enterado de la terrible situación que se vivía en Guatemala a causa de las desgracias provocadas por Estrada Cabrera. Y decidió intervenir asertivamente. Logró que el papa Benedicto XV le proveyera al obispo José Piñol y Batres, para entonces obispo titular de Granada, Nicaragua, concesiones especiales para predicar sin estar sujeto a la jurisdicción de obispo alguno. Así, don José Piñol y Batres se trasladó a Guatemala y, con aquiescencia de fray Daniel Sánchez, rector del templo de San Francisco, programó nueve sermones muy bien fundamentados que, como dice Agustín Estrada Monroy, «eran cristianismo al vivo» [3]. Y esos sermones (predicados semanalmente en contra de la tiranía) fueron la chispa que detonó la rebelión.
Estimado lector: ¿quién con tantas luces históricas se pierde?
Yo creo que en Guatemala muchos.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
[1] Adams, Richard N. (1994). «La epidemia de influenza 1918-1919». Historia general de Guatemala (tomo V). Guatemala: Asociación de Amigos del País, Fundación para la Cultura y el Desarrollo. Pág. 314.
[3] Estrada Monroy, Agustín (1979). Datos para la historia de la Iglesia en Guatemala. Guatemala: Sociedad de Geografía e Historia. Pág. 379.
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