Sin embargo, lejos de que se trate de una efeméride de dignificación, se trata de un evento que pinta de cuerpo entero a la élite trepadora que ha depredado los recursos nacionales. Los motivos de su decisión quedaron explícitos en el texto llamado Acta de Independencia. Allí, sin el mínimo rubor, afirman que deciden separarse de la corona española antes de que el pueblo en rebeldía, se declare independiente.
Después armaron el cuento de que el pueblo celebró pacífica pero alegremente la independencia. Con ese mito, contado año tras año en la referencia histórica según el programa educativo, se ocultó el conocimiento de las gestas de lucha real por la independencia, impulsadas por liderazgos de los pueblos originarios. Los mismos pueblos que vivieron la violencia de la invasión y el robo de las tierras comunales y que se rebelaron contra el invasor y sus descendientes. Mismos que derivaron en una suerte de casta de criollada que se encaramó en el poder y no lo ha soltado desde entonces.
Mediante la compra de voluntades aseguraron el control del aparato estatal en todas sus expresiones. En particular el legislativo por su facultad de promulgación de leyes. De tal suerte que la élite depredadora hace parte de más de medio centenar de instancias de decisión política. Su voto y veto, definen desde los salarios mínimos hasta las políticas monetaria y crediticia, pasando por el funcionamiento de la seguridad social.
Cada vez que algún actor desde el gobierno y el Congreso intenta salirse del control que ejercen, alzan la voz y salen en coro a cacarear su doctrina. Retoman los mitos instalados a lo largo de la historia, esgrimen el discurso del nacionalismo y la soberanía. Izan la bandera del patrioterismo y convierten en un rito casi religioso la entonación del himno que habla de Guatemala y su nombre inmortal.
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Pero más que inmortal, dos siglos y un año después, este continúa siendo un Estado inmoral. A tal grado que su niñez muere desnutrida y sin acceso a una educación de calidad. Un estado cuyas niñas son forzadas a la maternidad, luego de ser violentadas. Un estado cuyo sistema de salud es infuncional. Un estado con una red vial permanentemente colapsada. Un estado que sostiene con lujos a una clase política corrupta y criminal, ocupada únicamente en depredar los recursos nacionales.
El Estado de Guatemala, que se fundó sobre la base de la evasión fiscal y el despojo de tierras, ha descansado en los cimientos del racismo estructural. A tal grado que durante la operación contrainsurgente en defensa del sistema, el ejército de Guatemala cometió actos de genocidio. Un extremo que ha sido declarado en dos procesos judiciales en las cortes del país, que han señalado la responsabilidad estatal en dicho crimen.
Por lo tanto, el año 201 después del 15 de septiembre de 1821 no es una fecha para celebrar. No para la mayoría de la población que ha vivido los estragos de la acción depredadora de las élites que han instalado la doctrina de la inmoralidad. Es una fecha que en todo caso, ha de convocarnos a la reflexión colectiva sobre la necesidad de la acumulación y confluencia de fuerzas unitarias, capaces de transformar el estado actual de las cosas. La debacle a la que en dos siglos y un año de seudo vida independiente han llevado a Guatemala, debe ser detenida. Algo que únicamente una amplia y decidida fuerza social puede lograr.
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