Goebbels tuvo muchos cargos durante el gobierno de Adolf Hitler, desde Ministro para la Ilustración y Propaganda del Tercer Reich hasta el cargo de «Plenipotenciario para la guerra total», mismo que Hitler le endosó el 23 de julio de 1944 cuando ya tenía perdida la guerra (II Guerra Mundial). El resultado fue terrible. Según diversos autores, el 1 de mayo de 1945, ante el fracaso total del Reich, Goebbels se suicidó después de envenenar a sus seis hijos y a su esposa.
¿Qué llevó a un académico graduado como Doctor en Filología Germánica en la prestigiosa Universidad de Heidelberg a unirse al Partido Nacional Socialista Obrero Alemán y convertirse en un consumado demagogo (mentiroso como el que más) para ponerse al servicio del mal? Dos posibles razones se han considerado. Una concierne a la «paranoia política» que José Fernández de la Vega describe magistralmente en su artículo Para una historia de la paranoia política[1], citando al historiador británico Richard J. Evans y su obra Hitler y las teorías de la conspiración: El Tercer Reich y la imaginación paranoide. Otra corresponde a ese acercamiento que la conducta personal de Goebbels tenía con la esquizofrenia.
En uno de los párrafos del artículo citado se lee: «El Diccionario de psicoanálisis de Élizabeth Roudinesco y Michel Plon nos informa que la paranoia fue introducida como término de la psicología en el siglo XIX por especialistas alemanes y constituía, para ellos, una de las tres formas de la psicosis. Se la caracterizó como “un delirio sistematizado, el predominio de la interpretación y la ausencia de deterioro intelectual”». Acotación mía: síntomas típicos en la personalidad de Goebbels.
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En ese diabólico entramado, mientras la Alemania nazi y el gobierno de Hitler se estaban cayendo a pedazos, Goebbels, lejos de tomar contacto con la realidad lanzaba encendidos discursos jurando que la guerra estaba siendo ganado por el Führer. Ya no hacía siquiera mención de las fuerzas armadas de su país.
Las similitudes de Guatemala (y sus gobernantes) con aquellos momentos y aquellos personajes, son para asustarse. Veamos tres tablados de suyo caóticos.
1. El Libramiento de Chimaltenango fue calificado como una «megaobra» y en tres años ha tenido no menos de 20 colapsos no precisamente pequeños. Su costo fue de 500 millones de quetzales[2]. Los gastos para reparar los derrumbes superan los 16 millones de quetzales y no se sabe si ese monto lo pagará la empresa constructora o el Estado[3].
2. Entre julio y agosto 2021 se anunció la reconstrucción de 720 kilómetros de la red vial del país[4] pero, basta con salir a la carretera más cercana a nuestra vivienda para darnos cuenta de la realidad. ¿Cuánto realmente se ha avanzado? Un viaje por la ruta del Valle del Río Polochic nos puede dar una clara idea de lo que está sucediendo.
3. Durante los primeros cinco meses de 2022 los femicidios casi se duplicaron en Guatemala[5] pero el ministro de gobernación anuncia que Guatemala «continúa siendo el país más seguro»[6]. ¿Cuál será su parámetro de comparación?
¿Paranoia política? ¿Síndrome de Goebbels? ¿Esquizofrenia a ojos vistas? Vaya usted a saber.
De acuerdo a las circunstancias anteriores no puedo sino recordar el concepto del mal según lo explica Morris West: «El mal es sereno en su enormidad. El mal es indiferente a la argumentación y la compasión. No es simplemente la ausencia del bien; es la ausencia de todo lo humano, el orificio negro en un cosmos desplomado en el cual incluso la faz de Dios es eternamente invisible»[7]. No obstante, los responsables de esa debacle debieran tener muy en claro que el mal jamás doblegará al bien.
De tal manera, en mi condición de ciudadano —de a pie pero que sí paga sus impuestos—, reitero ese llamado que he lanzado en otras ocasiones a quienes conducen el Estado: ¡Detengan esa ruindad en la que han metido a Guatemala! «¡No sigan llamando a la oscuridad!»[8]. Tengan en cuenta que la población está harta y suficientes problemas tenemos como para que estalle una conflagración social que lejos de ayudarnos despedazaría más al país.
Pregunto a los gobernantes: ¿han pensado cuál será su futuro mediato? Recuerden que el mal nunca paga bien.
[7] West, Morris (1996). Desde la cumbre. La visión de un cristiano del siglo XX. Buenos Aires: Javier Vergara Editor, S. A. Pág. 125.
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