El diario La Hora informó que la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos reportó que, entre octubre de 2020 y agosto de 2021, 258,689 guatemaltecos fueron detenidos por agentes fronterizos, de modo que se quintuplicó la cifra reportada un año antes. Si la población de Guatemala es de 17.1 millones, entonces este más de un cuarto de millón de guatemaltecos que intentaron migrar equivale al 1.5 % de la población.
El impacto de este flujo migratorio lo sentimos con un caudal creciente de remesas. El Banco de Guatemala reporta que el valor de las exportaciones guatemaltecas en 2020 fue de 11.1 millardos de dólares estadounidenses, mientras que el de las remesas fue de 11.3 millardos. El exceso de las remesas sobre las exportaciones aumentará, ya que la Superintendencia de Administración Tributaria informó que detectó fraude fiscal por 0.5 millardos de dólares estadounidenses en exportaciones agrícolas. Estos datos reafirman que son los migrantes, los que esta sociedad expulsa por falta de oportunidades, y no los exportadores, los que gozan de ventajas fiscales y de prioridad en las políticas de gobierno, quienes sostienen el sector externo de la economía guatemalteca.
Me parece una tragedia que la gente de Guatemala que está desesperada por huir alcance ya, pese a peligros mortales, proporciones demográficas y macroeconómicas. Porque que Estados Unidos haya deportado en menos de un año al equivalente al 1.5 % de la población guatemalteca y que la cacareada estabilidad macroeconómica dependa de los migrantes no son cosas para alegrarse. Son vergüenzas nacionales.
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Con este flujo migratorio Guatemala está desangrándose social y económicamente. Está expulsando su capital social y económico, su gente, su juventud, lo más valioso. Sufro al pensar en esos cientos de miles de chicas y chicos cuya única ilusión es largarse del país que los vio nacer, abandonar a sus familias. Su desesperación es tan grande que están dispuestos a enfrentar peligros gravísimos, sufrimientos inimaginables en el camino, violencia y tráfico, explotación laboral y esclavitud moderna (y las chicas, además, violación y otros abusos sexuales). Por favor, ¡esos chicos y esas chicas son lo más valioso que tenemos en este país!
Ante esta tragedia, ofenden profundamente los anuncios comerciales y la propaganda gubernamental celebrando el bicentenario de la independencia. Nuestra gente se va porque como sociedad hemos fracasado. No hemos sido capaces de corregir nuestro sistema político y electoral, los gobiernos continúan siendo corruptos y las autoridades se preocupan y ocupan de estupideces como celebrar el bicentenario en vez de trabajar por empezar a solucionar tragedias como la desnutrición crónica infantil, la pobreza extrema, el racismo o la desigualdad extrema.
Estados Unidos, el otro país involucrado en esta tragedia, también está fracasando. La vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, se limitó a un discurso sobre abordar las causas estructurales de la migración que apuntaba a corregir las idioteces de Donald Trump, pero que se quedó en eso: en discurso y en nada de acción. Así, la posición estadounidense hacia la migración centroamericana está más cerca de la demagogia, de alcahuetear a presidentes corruptos como Alejandro Giammattei a cambio de un par de narcos extraditados. ¿Cuándo entenderán los gringos que no pararán la diáspora migratoria centroamericana con un muro o con ese par de narcos extraditados? La muerte ha frenado a algunos, pero cientos de miles siguen los pasos de los que no lo lograron.
No esperemos que Estados Unidos pare la tragedia de la migración forzada. Es nuestro fracaso y seguirá empeorando hasta que tomemos conciencia y logremos que nuestros jóvenes tengan una razón legítima para quedarse.
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