El Himno Nacional de Guatemala tiene cuatro estrofas y el mismo número de coros. La letra original es obra del poeta cubano José Joaquín Palma, y la música, del maestro Rafael Álvarez Ovalle, oriundo de San Juan Comalapa, Chimaltenango. Ambos ganaron el concurso convocado en 1896 por el gobierno de José María Reina Barrios. Vale apuntar que, hasta entonces, los versos de Ramón P. Molina eran los que se entonaban acompañados por los acordes de otra producción de Álvarez Ovalle, triunfador en una competencia de 1887, en la administración del presidente Manuel Lisandro Barillas.
Hace 126 años, los méritos del chimalteco fueron ninguneados por posturas racistas que dudaban de sus capacidades en la materia, mientras que en el caso del antillano, 14 años después de que se le adjudicara el primer lugar trascendió que había sido juez y parte, pues participó con el seudónimo de Anónimo y fue jurado calificador. También es oportuno recordar que, en 1934, el mandatario Jorge Ubico ordenó al pedagogo José María Bonilla Ruano hacer cambios en la letra.
Y es que, por ejemplo, la inspiración de Palma decía: «¡Guatemala feliz…! Ya tus aras no ensangrienta feroz el verdugo/ Ni hay cobardes que laman el yugo/ Ni tiranos que escupan tu faz/ Si mañana tu suelo sagrado/ Lo profana invasión extranjera/ Tinta en sangre tu hermosa bandera/ De mortaja al audaz servirá…» Como en esta, hubo más modificaciones de la mano de Bonilla, ya que el dictador exigió reducir el tono guerrerista, propio de la gesta armada de la que provenía Palma.
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Un himno es una composición poética y musical revestida de solemnidad que representa y glorifica a una organización o un país, en cuyo honor se interpreta en actos públicos. De esa cuenta, hay como el que me ocupa, y de guerra, religiosos, deportivos, políticos, etcétera. En esencia, los nacionales reflejan o promueven unión, solidaridad y enaltecimiento de la historia y tradición, tanto que sobre ellos se han tejido diversidad de mitos, como que el de Francia es el más hermoso del mundo y el de Guatemala solo está por detrás del galo.
A propósito del nuestro, la supuesta «medalla de plata» emociona, emocionó o emocionaba a buena parte de la sociedad guatemalteca, pero no se traduce en, por ejemplo, que memoricemos la letra o la compartamos plenamente. Esto se registra porque no se entiende el contexto del mensaje o no es consistente con el recorrido histórico. Así observamos que, al cantarlo, no son pocos quienes esperan a la persona de al lado o que la grabación marque el paso. El himno se aprende a fuerza de repetirlo en la escuela, por lo que la generación que inició sus estudios en 2020 tal vez no podrá ir más allá de «¡Guatemala feliz…! que tus aras/ No profane jamás el verdugo/ Ni haya esclavos que laman el yugo…»
Sumado al vacío en la educación virtual, debe señalarse la sinrazón implantada en la ceremonia que antecede a los partidos de la liga mayor de futbol. Me refiero a la versión recortada que protagonizan los jugadores y que escucha la concurrencia en los estadios y la que los ve por televisión. Como el himno es «muy largo», «mentes brillantes» decidieron reducirlo, situación que muy probablemente derivará en que «el resumen» será el que se irá aprendiendo merced a la influencia de la TV y del principal deporte.
Porque no corresponde con la realidad histórica, no me identifico con esta parte: «Nuestros padres lucharon un día/ Encendidos en patrio ardimiento/ Y lograron sin choque sangriento/ Colocarte en un trono de amor…/
De cualquier manera, el himno es un elemento de cohesión; sin embargo, considero que debe reformarse para adaptar su letra a los aires sociales y políticos de actualidad y, entre otros aspectos, basarnos en que somos una nación multiétnica, pluricultural y multilingüe.
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